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Los responsables de la Shoá

In memorian Lola Ratajzer, la llorada hermana de mamá, a quien me privaron de conocer.

El 8 de mayo de 1943 cesó toda resistencia en el Gueto de Varsovia. Mordejai Anielewicz, el jefe de la resistencia, disparó contra su compañera, Mira, apuntó después contra su cabeza, desencadenando una seguidilla de suicidios. Ochenta, para ser precisos. La última bala debía garantizar una muerte digna. Un levantamiento armado sin chance militar sólo se propone forjar una llaga fechada, un recordatorio abrumador: señalar a los responsables. Marek Edelman, el único sobreviviente entre los cinco comandantes, sostuvo: “Quizá el drama no existiera. El drama existe cuando puedes tomar alguna decisión, cuando algo depende de ti, y allí todo estaba decidido de antemano.” ¿Cómo se construye semejante encerrona histórica?

En Yad Vashem, museo que conmemora en Jerusalén la muerte de 6 millones, la foto de Pío XII es exhibida junto a los que nada hicieron. Y ni siquiera la diplomática visita de Benedicto XVI modificó un milímetro la postura del Estado de Israel, de modo que allí se lee: “Cuando fue elegido Papa en 1939, archivó una carta contra el racismo y el antisemitismo que su predecesor había preparado. Aun tras la llegada al Vaticano de informes sobre el asesinato de judíos, el Papa no llevó a cabo ninguna protesta ni verbal ni por escrito. En diciembre de 1942, se abstuvo de firmar una declaración de los aliados que condenaba la exterminación de judíos. Cuando los judíos fueron deportados de Roma a Aushwitz, el Papa tampoco intervino. El Papa mantuvo su posición neutral durante la Guerra, con la excepción de algunas apelaciones a los dignatarios de Hungría y Eslovaquia al final de la Guerra.”

Más allá de discutir la responsabilidad personal de Eugenio Pacelli (guardó cómplice silencio, hizo todo lo que pudo) la acusación está mal fundada. No se trata de la responsabilidad de un Papa, sino de la Iglesia católica, que volvió posible que “todo estuviera decidido de antemano”, al responsabilizar al pueblo judío de deicidio. ¿De qué dependió la eficacia de la prédica antisemita? De la representación del mal absoluto, de judíos satanizados. La Europa cristiana se forjó sobre esa base.

Retomemos el hilo. El Papa jubilado puso la canonización de Pío XII en marcha, Jorge Begoglio, con su habitual sagacidad política, detuvo la máquina de fabricar santos. Al permitir que los documentos sean revisados y discutidos desde el ángulo de la responsabilidad personal, y al reducir la responsabilidad a la eficacia, el debate por su propio peso terminará dando la “equilibrada razón” a los defensores de monseñor Pacelli. ¿Cuál es la eficacia del puñado de jóvenes judíos que sin la menor posibilidad militar, en medio del silencio más atroz, preocupados por la posibilidad que su “gesto” pasara desapercibido, tiene para la historia? Que la discusión no pueda ser eludida, que la acusación siga en pie; por eso la importancia de la denegación (no hubo 6 millones de víctimas), admitir los hechos equivale a aceptar que Europa no sólo aportó el horizonte de la Ilustración y la Revolución Francesa, además nos donó Auschwitz y Treblinka. Y que una cosa debe entenderse con la otra.

La historia desnuda

Los especialistas vaticanos sostienen que en 1944 el Papa desconocía la existencia de Auschwitz. Curioso, casi imposible: Pacelli era un “experto” en asuntos alemanes. Además, ¿para qué intentar parar –el 16 de octubre de 1943– la deportación de 1090 judíos italianos, abriendo la puerta de las iglesias para albergarlos, si ignoraba Auschwitz? Pío XII juega su baza judía tras la invasión aliada a Sicilia –julio agosto del ’43– cuando la derrota alemana en la más importante batalla de tanques de la II Guerra Mundial, Kursk, decidía la contienda.

Dagobert D. Runes, autor de El judío y la cruz, escribe:”No hay en realidad ningún acontecimiento público de la era de Hitler, en Alemania y en Austria, donde las iglesias cristianas no hayan participado alborozadamente. Durante todo ese tiempo, el cardenal Innitzer de Viena firmaba su correspondencia con un ‘Heil Hitler’. Y el por entonces obispo de Roma, el Papa Pío XII, se negó a formular una súplica de piedad a favor de un millón de niños judíos. Sin embargo, ese mismo Papa –remarca Runes– no vaciló en absoluto en alzar su vibrante y enfática protesta al presidente Roosevelt y al primer ministro Churchill porque aviones aliados bombardeaban el monasterio de Monte Casino. En los sótanos del monasterio se albergaban valiosos incunables y en los techos un puesto de avanzada nazi.”

La estrategia vaticana frente a la II Guerra Mundial es obra del Pontífice; la política frente al fascismo de Pío XI no fue la que siguiera Pacelli. El Papa Ratti había preparado un texto para leer el 11 de febrero de 1939 denunciando las violaciones del Pacto de Letrán. Por lo delicado de su salud había rogado a sus médicos que lo mantuvieran vivo hasta entonces: no lo lograron. En las Memorias del Cardenal Tisserant se cuenta que Mussolini, sabedor de las intenciones de Pío XI, se habría valido del doctor Petacci, padre de su amante Claretta, para eliminarlo; la especie fue desmentida por el cardenal Carlo Confalonieri, camarero del Papa. Por cierto, las dudas nunca fueron disipadas, y el “borrador” de la declaración fue convenientemente cajoneado por Pacelli, ahora como Pío XII. La guerra estaba demasiado cerca y el Vaticano confiaba en la victoria del Eje.

El fascismo había sido cuestionado, en 1931, mediante la Encíclica “Non abbiamo bisogno”; y otro tanto ocurrió con el nazismo, en 1937, con “Mit brennender Sorge”, cuya paternidad atribuyó el mismo Pío XI a su cardenal secretario de Estado: Pacelli. El viraje de Pío XII fue pegado a consciencia.

Desde el 2 de marzo de 1939 hasta el 9 de octubre de 1958, mientras Pío XII fue papa, nadie dijo demasiado; cinco años después, una formidable tormenta propagandística derribó su imagen. Todo empezó el 20 de febrero de 1963, con el estreno en Berlín de una pieza teatral de un joven desconocido, Rolf Hochhuth: Die Stellvertreter (El vicario). El que había sido venerado como un gran hombre resultaba, en la pieza, un gran hipócrita. La obra causó enorme revuelo. Y el debate ya no se detuvo: el camino de la canonización, iniciado en 1968, se volvía muy difícil. Máxime, cuando se conoció que el “camino de las ratas” (ruta de fuga de fascistas impresentables, que incluía los monasterios vaticanos, la cooperación de la CIA y la Cruz Roja, hacia Sudamérica) contó con su aprobación. Aun así, tras 42 años de “estudios”, Pío XII alcanzó el nivel de “siervo de dios”, requerido para la beatificación. El 8 de mayo de 2009 la Congregación Vaticana de las Causas de los Santos votó por “unanimidad” la “heroicidad de las virtudes”, paso anterior a la beatificación que solo depende de un decreto papal.

Mientras Roma iniciaba sus estudios sobre Pacelli, en Medellín, Colombia, los obispos de América Latina reorientaron la práctica de la Iglesia. Una andanada de furiosos documentos cambiaba el tranquilo lenguaje del desarrollismo tecnocrático, por las fórmulas revolucionarias del progresismo católico. El Concilio Vaticano II, tras el impacto de la Revolución Cubana, organizó el viraje. La poderosa derecha católica replicó a través de otro jesuita argentino, Julio Meinvielle: “La campaña de desprestigio del Magisterio de la Iglesia va acompañada asimismo de una campaña contra la persona de grandes Pontífices, como por ejemplo Pío XII. No se le perdona a este Papa el que haya promulgado en 1950 la Humani Generis contra las desviaciones de la nueva teología, tampoco se le perdona que haya condenado el movimiento de los ‘prêtres ouvriers’ y haya puesto término a los desmanes de algunos teólogos dominicos, ni haya canonizado a San Pío X.”

No es el silencio frente al nazismo lo que se intenta premiar, sino la condena al movimiento de los “prêtres ouvriers” (los curas obreros de la opción por los pobres); el Concilio Vaticano II desanda lo andado. Tras la caída del Muro de Berlín y la derrota del socialismo, cuando abandona la “teología de la liberación”, su enemigo jurado, Benedicto XVI intentó beatificar al Papa más reaccionario, mientras Francisco otea los oscuros designios del señor.

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