La Iglesia consiguió más poder de forma indirecta con la llegada de los ministros del Opus Dei a puestos clave en la Economía y Administración del Estado cuando el franquismo liquidó su política autárquica y emprendió profundas reformas económicas que le permitieron seguir sobreviviendo.
Pero, por otro lado, en la Iglesia española comenzaron en los mismos años cincuenta a crearse corrientes que buscaban despegarse de su vinculación automática con el franquismo, especialmente en su dimensión económica y social. Una parte del clero, muy relacionada con la reali dad social, fue consciente de la persistencia de la pobreza y de unas profundas desigualdades. Ya en los años cuarenta, de Acción Católica se habían desprendido las Hermandades Obreras y la Juventud Obrera Católica, en una especie de modernos sindicatos católicos al margen del sindicalismo vertical, y que planteaban reivindicaciones en relación con los salarios y una mayor distribución de la riqueza.
Por otro lado, muchos militantes obreros de una nueva generación se fueron despegando de estas asociaciones obreras católicas para ir formando organizaciones clandestinas, naciendo, en este sentido, las Comisiones Obreras.
También surgirían en los años sesenta conflictos como el de la Caputxinada. Este es el nombre de los sucesos que tuvieron lugar en marzo de 1966 en el convento de los Capuchinos de Sarriá en Barcelona, con motivo de la asamblea que allí se celebró del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona, un acto casi multitudinario de estudiantes, profesores e intelectuales, al abrigo de los religiosos, y que provocaría el asalto de la policía, por orden del ministro Camilo Alonso Vega, y que, supuso no sólo un empuje del movimiento estudiantil contra el franquismo, sino también la constatación de que una parte de la Iglesia se estaba separando del franquismo.
En el seno de la jerarquía habría que destacar que personajes, como el cardenal Bueno Monreal, intentaron convencer a Franco de la necesidad de caminar hacia algún tipo de democracia. La Iglesia española estaba dejando atrás el nacionalcatolicismo para ir comprendiendo otros modelos de relación con el poder, especialmente a través del ejem plo de la democracia cristiana italiana, y que entroncaba también con la doctrina social de la Iglesia de larga tradición. Bueno Monreal era muy consciente de la realidad social andaluza, desde su condición de arzobispo de Sevilla.
Por fin, en el seno del clero vasco y del catalán se desarrollaron posicionamientos de tipo nacionalista, cues tionando el principio casi sacrosanto de la unidad mo- nolítica de España llevado por el franquismo hasta el paroxismo.