El 24 de junio de 1888 tuvo lugar la inauguración del Colegio masónico de Getafe, propiedad del Gran Oriente Nacional de España, para la enseñanza de huérfanos de masones.
Hubo un banquete y varios brindis, comenzando el vizconde de Ros, Gran Comendador, pero destacando, claramente, el brindis con discurso de Rosario de Acuña. En el mismo aunó el homenaje a la masonería con la emancipación de la mujer, por lo que constituye un texto, aunque breve, sumamente sugerente para la relación entre ambas cuestiones. Acuña expresó que brindaba por el enaltecimiento de la mujer española en todas las esferas del orden intelectual, no por usurpación de los «destinos masculinos», sino por el íntimo convencimiento de su propia va lía que la convertiría en «hermana y compañera» del hombre, empleando la terminología masónica, con el fin de que fuera declarada responsable tanto de sus crímenes como de sus virtudes. Ella deseaba que las mujeres del futuro, «nuestras descendientes, las mujeres del porvenir», encontrasen libre el camino, y que pudieran disfrutar del triunfo de la hora de la verdad y de la justicia. Y porque la masonería resumía todos esos ideales, ella brindaba por la masonería española, por su significación, como garantía de los deseos de ese momento, que podrían ser sueños, quimeras o locuras, pero que mañana serían «razones, evidencias y hechos». Brindaba porque la institución masónica, a la que ella pertenecía, consiguiese el reconocimiento de la mujer.
El acto y el discurso generaron la inquina del catolicismo conservador del momento. Se publicó íntegro en La Unión Católica (10 de julio de 1888) de Alejandro Pidal y Mon, y de su partido homónimo, que se encontraba a la derecha del Partido Conservador, el cual terminó siendo el cauce para que algu nos sectores carlistas e integristas se incorporaran al Partido de Cánovas y, por consiguiente, al sistema de la Restauración. El periódico estaría en la línea del posibilismo neocatólico, en el ala más a la derecha del Partido Conservador, pero también muy polémico con el integrismo. Como decíamos, el discurso de Acuña fue reproducido para que los lectores fueran conscientes del valor que en la práctica tendría, supuestamente, la declaración realizada en el Senado por parte de Alonso Martínez, a la sazón ministro de Gracia y Justicia, de que la masonería no era una institución legal ni lícita.
El periódico neocatólico no era muy respetuoso con la ora dora, como pone de manifiesto la entrada al discurso: «Dice así el discurso —llamémosle de este modo— de la Rosario». El medio expresaba que no se dudaba de la buena fe y de la convicción del ministro cuando, contestando a una pregunta del conde de Canga-Argüelles, declaró que el Estado no reconocía a la masonería como institución legal, por lo que se encontraba fuera de la Constitución y de las leyes, lo que suponía que era una sociedad ilícita y perseguible por el Código Penal.
Por lo tanto, de esa declaración se deducía que todo acto masónico era un delito que debían perseguir los tribunales de justicia. Por eso, se llamaba la atención del ministro para que estimulase al fiscal con el fin de que se instruyese un proceso por el que el periódico consideraba un «escandaloso acto masónico» en Getafe y recogido por los periódicos (es decir, que como interpretamos, su carácter público era casi lo peor).
El artículo del periódico católico terminaba recordando que la «naturaleza, los fines, los medios y las teorías de los masones» eran conocidos y reprobados por la encíclica Humanum Genus. Y también había una referencia a la masonería femenina, aludiendo a lo que eran las tenidas de las «hermanas masonas» según lo que había contado en su libro Léo Taxil. Aunque en la crítica del periódico no se aludía a las cuestiones feministas que eran evidentes en el discurso de Rosario de Acuña, esta última alusión nos permite aventurar también que no solo había un discurso antimasónico en sí, sino también contra la emancipación de la mujer.


