Al Shabab y Boko Haram atacan a las economías punteras africanas y explotan la división étnica con la misma coartada religiosa del EI
Ellos ya han dominado un territorio, también remueven fronteras y quieren reavivar el califato, y todo mucho antes de que Abu Bakr al Bagdadi, el caudillo del Estado Islámico, apareciera en la gran mezquita de Mosul el pasado junio para anunciar a los musulmanes de todo el mundo que al fin tenían a quien obedecer como máxima autoridad política y religiosa descendiente de Mahoma: él mismo.
Son como el Estado Islámico antes del Estado Islámico, en una geografía que solo el golfo de Adén separa de la península Arábiga donde todo empezó. Nacieron en Somalia, directamente de un Estado fallido, quizá el más fallido de los Estados fallidos, al revés que muchos yihadistas, nacidos para destruir los Estados existentes.
Somalia, de vida miserable y agitada por golpes militares y guerras, se derrumbó del todo al terminar la Guerra Fría. Primero llegaron los señores de la guerra; luego, el régimen de los Tribunales Islámicos, y detrás, los últimos, los muchachos, Al Shabab en árabe, adscritos enseguida a Al Qaeda.
Allí naufragaron hace dos décadas las Naciones Unidas y especialmente el contingente de marines de Estados Unidos diezmado en Mogasdicio. Bajo el título de Black Hawk derribado lo narró un filme que fue éxito en taquillas y propaganda contra futuras operaciones de mantenimiento de la paz. De aquella desolación salieron los muchachos. También la piratería que asaltó y secuestró petroleros y transportes, hasta obligar a la organización de una fuerza marítima internacional.
Al Shabab está en decadencia en Somalia, geografía acreditada como la más peligrosa del planeta. Por eso los muchachos se dedican a la vecina Kenia, donde no les faltan los estímulos para su pulsión asesina. Cuentan con una abundante población de refugiados o de origen étnico somalí. También con el irredentismo territorial de una Gran Somalia que penetra en Etiopía, pero también en Kenia. Y quieren sobre todo castigar al Gobierno de Nairobi para que no siga interviniendo con la Unión Africana para poner orden en el país vecino.
Y de ahí esos atentados de precisión diabólica, como el asesinato de 148 escolares cristianos en Garissa el pasado 2 de abril. Desde el otro flanco del continente, Boko Haram realiza idéntica labor en Nigeria. Ambos atacan a dos economías punteras, explotan las divisiones étnicas y religiosas y cuestionan las fronteras coloniales, con la misma coartada religiosa que el Estado Islámico y Al Qaeda, que asesinan cristianos coptos en Egipto o siriacos en Irak.
Los cruzados, que es como ellos llaman a los cristianos, son el emblema de un programa de odio antioccidental que busca la secreta o a veces explícita complacencia de todos los musulmanes, con el señuelo del regreso de los tiempos en que la civilización islámica se imponía por su superioridad en todos los campos, también militar.