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Los horrores vividos por las monjas en la secta religiosa de los Miguelianos

El gurú de la secta, Miguel Rosendo, cuando fue detenido.

Agresiones sexuales, adoctrinamiento y la anulación de la consciencia de sus miembros son algunas de las prácticas de las que se le acusa al líder de la organización

La denuncia en 2012 de familiares de varias monjas de la Orden y Mandato San Miguel Árcangel, una asociación religiosa que se había constituido más de 10 años antes con la autorización del Obispado de Tui-Vigo, puso al descubierto los supuestos abusos físicos y psíquicos que las jóvenes sufrían por parte de su fundador, Miguel Rosendo, un famoso curandero que acabó convirtiéndose en líder espiritual.

Así comenzó una larga investigación de la Policía Judicial que destapó los desmanes y conductas sectarias dentro del grupo y que culminó en 2018 con la acusación de Rosendo por 21 presuntos delitos por los que la Fiscalía de Pontevedra ha pedido para él una condena de 66 años de prisión. En un exhaustivo informe, el fiscal desgrana los horrores vividos en la “casa madre”, el centro que tenía la congregación en Santa María de Oia, que llegó a tener 400 miembros, en el que además de los delitos continuados contra la libertad sexual supuestamente cometidos por Rosendo, describe el organigrama que este creó dentro de la secta, sus prácticas de sometimiento, la anulación de la consciencia y voluntad de sus miembros a los que convenció de que tenía poderes sobrenaturales.

El caso, que desde un principio se llevó con discreción por parte de la acusación particular, contraria a ventilar en los medios episodios íntimos de las supuestas víctimas, llegó a tener 17 imputados, pero finalmente la fiscalía solo ha presentado acusación contra siete de ellos. La capacidad de persuasión de Miguel Rosendo quedó patente cuando en febrero pasado varias monjas y tres sacerdotes, algunos acusados en el proceso, defendieron con especial dramatismo a su gurú espiritual y negaron haber sufrido abusos. El foco lo pusieron en la iglesia, a la que acusaron de urdir un montaje, y en sus padres, diciendo que con su denuncia solo buscaban una indemnización económica.

Sus seguidores más fieles han tratado de evitar que la figura del báculo de la Orden no se desmoronara en este largo proceso que arrancó a finales de 2012, cuando el Obispado abrió un expediente canónico alarmado por las denuncias y nombró un visitador que redactó un informe resaltando las conductas sectarias dentro de la congregación, aunque la intervención eclesiástica no ha evitado que sea responsable civil subsidiario en el caso.

La acusación se ciñe principalmente al testimonio de los “congregados” que decidieron denunciar a Rosendo, como es el caso de tres monjas y un exempleado de Citroën que dejó su trabajo fijo para ordenarse monje, previa entrega de 5.000 euros, parte de la indemnización que la había dado la empresa. Las agresiones sexuales descritas se desarrollan en un ambiente de “manipulación y aislamiento”, “para doblegar la integridad moral de sus víctimas” y “bajo las consignas e influjo de supremacía de un líder conectado con Dios”.

Una de sus víctimas, de 19 años, relató cómo Rosendo le hizo creer que estaba enferma de cáncer para convencerla de que mantuviese relaciones sexuales a las que él llamaba “limpiezas espirituales”. Como ella se negó, el líder le dijo que “había recibido el mensaje de Dios de que el demonio iba a meterse en su cabeza y que le iba a hacer pensar malas cosas de él”. Rosendo le suplicó que volviera y ella cedió cuando la convenció de que “era un milagro que Dios había hecho para sanarla” y para que “no lo se dijera a nadie porque no lo entenderían”. Pasado un tiempo, los abusos se reiniciaron bajo el pretexto de que a la testigo le había rebrotado el cáncer.

Rituales en arameo

Miguel Rosendo, de 59 años, en prisión desde diciembre de 2014, había fundado 1989 una asociación en torno al negocio de herboristería y tratamientos no convencionales que abrió en Vigo, donde llegó a tener hasta cinco locales. Originariamente, los miembros tomaron contacto con el fundador al acudir a las consultas y demandar sus servicios profesionales para solucionar estados anímicos derivados de problemas familiares o laborales, que Rosendo solucionaba con productos y rituales de diferente índole, como imposición de manos u objetos, mientras recitaba oraciones en una lengua que él afirmaba ser arameo. También prescribía infusiones, baños de miel o tirada de ramos de flores en ríos a favor de la corriente y practicaba exorcismos.

Así creó un “semillero” de fieles que se reunían periódicamente en la trastienda de los locales donde Rosendo también impartía charlas sobre espiritismo, lecturas de cartas astrales y ufología, para acabar formando un coro que acudía a cantar a iglesias de distintas parroquias donde organizaba acampadas y peregrinaciones. En estas actividades, los miembros del grupo eran segregados por sexos durante los descansos nocturnos, y solo Miguel Rosendo compartía tienda de campaña o dependencia con los miembros femeninos que él denominaba “hermanas”.

Siempre actuaba “con ánimo de dominar y manipular a sus miembros para someterlos a su voluntad, garantizando su total entrega y disponibilidad, por el uso de violencia o intimidación mediante técnicas de adoctrinamiento basadas en la persuasión coercitiva”, dice el fiscal en su informe de acusación. Y añade que con el propósito de quebrantar total o parcialmente la personalidad de los individuos que iba captando y su capacidad de discernimiento, Rosendo “actuaba bajo la excusa de la religión que profesaban para satisfacer tanto sus deseos sexuales como ejecutar actos de beneficio personal o lucrativo”.

Poderes sobrenaturales

En el último estrato de crecimiento del grupo, el líder se reveló como el Arcángel San Miguel ante sus seguidores, transmitiéndoles que este entraba en su cuerpo y a través de él transmitía mensajes de Dios. Esta proclama se convirtió en el punto de referencia del grupo por la procedencia divina del mensaje de Rosendo que tenía dos principales consignas: “Es la voluntad de Dios” y “Haz tu voluntad mía y te salvarás”.

A partir de 2000, el curandero funda la asociación cristiana San Miguel Arcángel y comienza a reunir a sus fieles, la mayoría adolescentes, en el chalé que estaba construyendo y que sería la futura “casa madre” que se convirtió en la residencia permanente de muchos de ellos, tras abandonar sus estudios y alejarse de sus familias. Así logró Rosendo dos años después el apoyo y reconocimiento del Obispado de Tui-Vigo para fundar la Asociación Pública Orden y Mandato San Miguel Arcángel, que nombró un consiliario o asistente religioso para visitar la “casa madre”.

En julio de 2003 la asociación fue inscrita por el Ministerio de Justicia en el Registro de Entidades Religiosas y en mayo de 2005, Miguel Rosendo consigue que parte de los miembros del grupo se consagraran a la vida religiosa al aprobarse los estatutos de la Orden, en los que él aparecía como director y coordinador de los “consagrados miguelianos”.

Con esta pantalla religiosa, la Orden del curandero llegó a colaborar con la catedral de Santiago en la atención de peregrinos, prestó servicios en la residencia geriátrica de Bustarviejo (Madrid) y se instaló en Ávila, donde los “congregados”, también llamados “exploradores”, fueron invitados por el obispo de esta diócesis para colaborar en la residencia sacerdotal y en otras funciones al servicio del Obispado. En diciembre de 2012, comienza el desmoronamiento del montaje de Rosendo con el traslado de los episodios vividos por miembros de la Orden al obispo. El informe final del Obispado no deja lugar a dudas sobre la existencia de una secta y resalta el comportamiento de sus seguidores: “Sumisión, dependencia afectiva del líder, sometimiento a su voluntad, anulación de la conciencia, necesidad de agradar al fundador como medida de la propia valía, falta de privacidad… en ese círculo restringido parece que nada se hacía sin su consentimiento ni aprobación”. Además denuncia otras prácticas delictivas como “matrimonios concertados, entregas de dinero, venta de bienes e incluso relaciones sexuales (con abuso de poder)”.

Estructura piramidal de la secta

“En el seno de esta evolución, con soporte en unos estatutos aprobados en el año 2007 de manera oficial por la Iglesia Católica, el acusado, (Miguel Rosendo) se nutrió de los adeptos captados a la causa para dotar al grupo de una arquitectura organizativa dependiente al líder, con reparto de funciones o tareas, y de la que se hará uso para la alteración o control de las voluntades y así dar acomodo a sus propósitos de aprovechamiento personal, lucrativo y libidinoso”, incide el fiscal en su relato de los hechos.

La Orden tenía una jerarquía de mando piramidal en la que aparece Rosendo como presidente y fundador, y un órgano ejecutivo que estaba formado por el grupo de elegidos del líder sometido a su voluntad. En el escalón inferior estaban los “consagrados”, seis de ellos acusados y pendientes de juicio. Por debajo de esta jerarquía se encontraban la “madre y padre general de la vida consagrada femenina”, cuya misión era expandir la norma “migueliana”; “madre y padre de la buena huella”, que actuaban como vigilantes de las misiones espirituales, y los “bastones”, cargo desempeñado por dos mujeres, asistentes personales del fundador y encargadas de redactar el testimonio de su vida en documentos denominados “vivencias” bajo la supervisión directa del fundador. En el último escalón se sitúan los “exploradores”, que colaboraban en actividades sociales de la Iglesia; la secretaria, cuyo principal cometido era mantener la comunicación con el obispo; el vicepresidente, que residía en Madrid y se encargaba de captar fondos económicos para la Orden, además de dos “fiscales” que velaban por el “carisma migueliano” y el cumplimiento de los estatutos.

Miguel Rosendo también inventó la “regla de vida” o “regla migueliana”, una doctrina que fijaba las pautas y actitudes del grupo mediante la anulación de la voluntad y plena sumisión del individuo. “El fundador era el portador del carisma, que había recibido de Dios, y de unas reglas que debían ser escrupulosamente cumplidas por sus miembros bajo pena de reprobación, exigiendo entrega, fidelidad y obediencia al líder”, señala la acusación pública. En este ambiente represivo de temor y sumisión, Rosendo contaba con un aparato de control llamado “Vigilancia del Comportamiento” para evitar, bajo presión psicológica, que algunos de sus jóvenes acólitos abandonaran la “casa madre”, a la que en estos casos también se refería como “muralla de Jerusalén”.

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