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Los españoles, la religión y el amor

La vida afectiva es lo más íntimo y privado de la vida de todo ser humano y resulta muy curioso que sea también motivo de una injerencia inaceptable por aquellos mismos que la coartan

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, sólo uno de cada tres españoles se casó por el rito católico en 2013. Sólo el treinta por ciento de las bodas celebradas en España el año pasado fueron bodas religiosas. Desde 2009, año en que las bodas civiles superaron por primera vez a las bodas por la Iglesia, la tendencia ha ido, año a año, en aumento. Y no sólo eso, las bodas, en general, han disminuido, lo cual muestra que cada día son más los españoles que deciden vivir su vida afectiva al márgen de moralinas impuestas y de la injerencia de corporaciones ajenas a su vida personal, ya sea el lobby religioso o el propio Estado; y demuestra también la continua secularización de la sociedad española, por más que la realidad de la Iglesia católica y sus inmensos ingresos dinerarios a cargo de los españoles no esté en consonancia, ni de lejos, con este hecho.

Afortunadamente las nuevas generaciones de españoles están más informadas y son más cultas que las que nos preceden. El analfabetismo de los españoles de otros tiempos, garante de su sometimiento a los rígidos e inhumanos preceptos religiosos, pasó a la historia; al menos, de momento, porque de seguir con la derecha en el poder nos llevarán nuevamente por esos derroteros. Los jóvenes españoles de hoy están mucho más liberados que sus padres y sus abuelos de los dogmas católicos que, recordemos, han anulado el espíritu crítico y la libertad de las personas per secula seculorum, por la fuerza física, cuando ello era posible, o por la fuerza del adoctrinamiento y la coacción, cuando no.

Y es que la vida afectiva, el amor, los afectos es lo más íntimo y privado de la vida de todo ser humano; y resulta muy curioso que sea también motivo de una injerencia inaceptable por aquellos mismos que la coartan, la encapsulan, cuando no la criminalizan. Los de mi generación, que crecimos en medio de la Transición, aún fuimos educados en las ideas siniestras y machistas que convierten en pecado todo lo relativo al amor entre hombres y mujeres. Todo era pecado, según la moral católica, excepto su única, exclusiva y constreñida manera de entender esos asuntos, esa que conviene, por supuesto, a sus voraces intereses. De tal manera que nos alejaban de cualquier visión inocente de abrirnos de manera natural al amor y las relaciones, y convertían a muchos hombres y mujeres en reprimidos, o bien en lo contrario, en procaces y promiscuos, por la consabida reacción emocional del polo opuesto.

Y no exagero un ápice. Los psicólogos saben mucho y muy bien de los tremendos problemas de tipo afectivo-sexual que padecen muchas personas por haber sido educados en la dogmática religiosa. A veces, cuando he hablado de este tema con amigas, alguna saca a relucir algún nombre concreto como ejemplo de lo contrario, que si menganita o zutanita eran muy libres… Sí, claro, en una epidemia de tifus no se contagian todos, por supuesto, pero muchas mujeres de mi generación, y soy una mujer joven (estoy en mi segunda juventud), sabemos muy bien, por ejemplo, lo que fue tener casi terror a los chicos en la adolescencia; y sabemos muy bien la coacción que ejerce, o puede ejercer, el miedo, la falta de información racional y veraz, la culpa, o el terror al castigo divino que nos enseñaron, a modo de pederastia intelectual, en la infancia.

Muchas de nosotras, ni qué decir de mujeres que vivieron el franquismo, hemos necesitado años para entender con lucidez las cosas del amor y de la vida, y liberarnos de tanta hipocresía y tantas angosturas. Otras muchas se quedaron en esos modelos impuestos que, a modo de cadenas, anulan la libertad y constriñen la voluntad de la gente. Ya digo, existen muchos síndromes al respecto que tratan los psicólogos en sus consultas, desde vidas vacías encadenadas a la opinión ajena, pasando por frigideces varias, a veces físicas y a veces mentales o intelectuales, estas últimas, sin duda, las peores, hasta neurosis de todo tipo. Y es que la represión es lo que tiene, que induce siempre, por activa o pasiva, a la infelicidad. Aunque no hablo en absoluto de libertinaje alguno; hablo de lucidez, de coherencia, de plenitud y de libertad. Al contrario, el libertinaje y la depravación son producto, casi siempre, de mentes adoctrinadas, fanatizadas y reprimidas.

 
 

El caso es, y vuelvo al principio, que dos tercios de los españoles se casan por lo civil, o directamente no se casan, por más que el clero ha arreciado en su intento de frenar el librepensamiento de los españoles. Y esta noticia me alegra mucho. No porque yo esté en contra de las bodas religiosas, al contrario, que se case por la iglesia quien quiera, faltaría más. El problema es cuando ese rito es mayoritario por imposición, por coacción, como simple y vulgar formalismo social, o por simple estúpida inercia. Me alegra porque es un síntoma claro de que la gente de este país está alejándose de esos esquemas sociales obsoletos que configuran una sociedad monolítica, uniforme, primaria, simple, gris y anquilosada en el pensamiento único. Me alegra porque denota también que empieza a ser habitual para los españoles algo que se nos ha negado por los siglos de los siglos, pensar.

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