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Los curas quieren votar · por Aníbal Malvar

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La Conferencia Episcopal española ha pedido esta semana un adelanto electoral. Lo hizo su presidente, Luis Argüello, que andaba estos días dando misas y mítines en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde se supone que los estudiantes de ginecología investigan la forma en que una virgen puede quedarse preñada por un palomo hablador que asegura ser el espíritu santo. ¡Esto no es lo que parece, Pepe!, imagino que le explicaron a San José, quien, como era obrero, tragó.

Uno se congratula al ver a un curita español demandando derechos democráticos. Yo no recordaba algo así desde aquellos curas rojos de los últimos lustros del franquismo, que prestaban sus parroquias para reuniones de partidos y sindicatos ilegales y destrozaban a Bob Dylan con sus guitarritas. Muchos de aquellos bravos sacerdotes acabaron en la cárcel para curas de Zamora, la única cárcel exclusiva para curas de la historia universal, concedida por el Vaticano en 1968 a Francisco Franco, otro demócrata de toda la vida. Malicio que el actual presidente de nuestra Conferencia Episcopal no estuvo preso nunca allí. No me da mucho perfil revolucionario, este santo varón.

Sus hagiógrafos hablan de un pasado rojo y hasta prosocialista en las convulsas facultades de la convulsa Transición. Incluso algunos osan susurrar que un día se subió en un coche clandestino del Partido Comunista de España para no sé qué kermesse antifranquista. Si fuera como infiltrado del fascismo, el hombre tendría una novela.

Este arzobispo Argüello que ahora implora democracia y adelantos electorales ya lleva un tiempo muy metido en política. Quien pueda hacer, que haga, Aznar dixit. El otro día 16 compartió estrado, en la Fundación Pablo VI, con Santiago Abascal. Las crónicas relatan que se les vio mucha sintonía, y que el encuentro tuvo tal repercusión mediática que hasta acudió Álvaro Nieto, director de The Objective (periódico digital conocido popularmente como El Ojete, no comprendo por qué ignotas razones).

Puesto en plan celestino o, mejor, casamentero (que esto va de iglesia, y no de sexo libre), yo observo entre Abascal y Argüello ciertas afinidades que pueden llevarles a dar el paso solemne hacia el epitalamio político. Por mucho que la Conferencia Episcopal haya salido enseguida a decir que los obispos no son de ningún partido. Que piden elecciones para que el pueblo vuelva a votar como dios manda. O sea, a la derecha. Me excito pensando en una encuesta del CIS que nos haga saber a quién votan los curas, como se hizo con policías y militares (salió ultra y derecha, of course).

Pero vuelvo a las afinidades electivas de Argüello y Abascal, que me disperso. Los dos son negacionistas, cada uno en sus especialidades. Pero seguro que Abascal comparte con el arzobispo la estrategia de negar los miles de casos confirmados de abusos sexuales a niños por miembros de la Iglesia católica española. «No hay datos –replicó abascalianamente ante los datos–. ¿Qué hacemos? ¿Coger un túnel del tiempo?».

Sobre la homosexualidad en el sacerdocio, recitó este anuncio por palabras: «Pedimos varones célibes y que sean enteramente varones y, por tanto, heterosexuales». Si pone ese cartel el dueño de un bar en su puerta, le cae la del pulpo. Salvo que el bar esté ante la sede de Vox. Si es que, por poco que profundices, Argüello y Abascal son tan afines que solo les falta besarse.

El caso es que, ya metidos en política, nuestros prelados deberían cavilar seriamente la posibilidad de fundar un partido y presentarse a esas elecciones. Ya tienen la segunda radio del país, la COPE, difundiendo océanos de odio de predicadores del amor cristiano. Y todos los periódicos del grupo Vocento, empezando por el ABC, asociados píamente a la emisora de la Conferencia Episcopal. El partido se llamaría Asaltar los Cielos, lema acuñado por el astronauta Pablo Iglesias antes de que su cohete se hiciera un Elon Musk. Y, con tal poder mediático, el ALC arrasaba seguro. 

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