Una porción de budistas en Sri Lanka y Birmania está abandonando los postulados pacíficos de su religión. Durante los últimos años, turbas de budistas han realizado ataques letales contra las poblaciones de minoría musulmana.
El abad budista estaba sentado en su monasterio con las piernas cruzadas y despotricaba contra las perversidades del islam cuando se escuchó la explosión de una bomba molotov.
Sin embargo, el abad, el venerable Ambalangoda Sumedhananda Thero, casi no se percató de la explosión. Ahuyentando los mosquitos que pululaban en la atmósfera nocturna del sur del pueblo de Gintota en Sri Lanka, continuó con su diatriba: los musulmanes eran violentos, eran rapaces, dijo.
“El objetivo de los musulmanes es apropiarse de toda nuestra tierra y de todo lo que valoramos”, comentó. “Pensemos en las otrora tierras budistas: Afganistán, Pakistán, Cachemira, Indonesia. Todas han sido destruidas por el islam”.
Unos minutos después, un asistente del monasterio llegó apresuradamente y confirmó que alguien había lanzado una bomba molotov en una mezquita cercana. El abad movió los dedos en el aire y alzó los hombros.
Él era responsable de su rebaño: la mayoría budista de Sri Lanka. Los musulmanes, quienes conforman menos del diez por ciento de la población de Sri Lanka, no le preocupaban.
Incitado por una red políticamente poderosa de monjes carismáticos como Sumedhananda Thero, los budistas han entrado a la etapa de tribalismo militante, al proyectarse como guerreros espirituales que deben defender su religión contra una fuerza externa.
Quizás parezca inverosímil su sentimiento de agravio: en Sri Lanka y Birmania, dos países que se encuentran en la línea de fuego de un movimiento nacionalista religioso radical, los budistas constituyen mayorías aplastantes de la población. Sin embargo, algunos budistas, en especial los que se suscriben a la variedad purista theravada de la religión, cada vez están más convencidos de que se encuentran bajo una amenaza existencial, en particular, de un islam que no logra controlar su propio radicalismo violento.
Mientras chocan las placas tectónicas del budismo y el islam, una porción de budistas está abandonando los postulados pacíficos de su religión. Durante los últimos años, turbas de budistas han realizado ataques letales contra las poblaciones de minoría musulmana. Los ideólogos budistas nacionalistas están empleando la autoridad espiritual de los monjes extremistas para reafirmar su respaldo.
“Antes los budistas no nos odiaban tanto”, comentó Mohammed Naseer, el imam de la mezquita Hillur en Gintota, Sri Lanka, que fue atacada por hordas de budistas en 2017. “Ahora sus monjes difunden un mensaje de que no pertenecemos a este país y que debemos irnos. Pero ¿a dónde iremos? Este es nuestro hogar”.
El mes pasado, en Sri Lanka, un poderoso monje budista se puso en una huelga de hambre que tuvo como resultado la renuncia de los nueve ministros musulmanes del gabinete. El monje había insinuado que los políticos musulmanes eran cómplices de los ataques del Domingo de Pascua que perpetraron militantes ligados al Estado Islámico en las iglesias y hoteles de Sri Lanka, en los cuales murieron más de 250 personas.
En Birmania, donde una campaña de limpieza étnica ha provocado un éxodo de la mayoría de los musulmanes del país, los monjes budistas todavía advierten sobre una invasión islámica, pese a que menos del cinco por ciento de la población nacional es musulmana. Durante las celebraciones del Ramadán en mayo, las multitudes budistas cercaron los recintos de oración islámicos y provocaron que huyeran los fieles musulmanes.
Debido a la imagen pacifista del budismo —espirales de incienso relajante y sonrisas beatíficas—, esta religión no se asocia a menudo con agresiones sectarias. Sin embargo, ninguna religión posee el monopolio de la paz. Los budistas también hacen la guerra.
“Los monjes budistas van a decir que nunca tolerarían la violencia”, señaló Mikael Gravers, antropólogo de la Universidad de Aarhus en Dinamarca que ha estudiado la intersección del budismo y el nacionalismo. “Pero al mismo tiempo, también dirán que el budismo o los Estados budistas deben defenderse por cualquier medio”.
El complejo monástico-militar
En mayo, miles de personas se reunieron en Rangún, la capital más grande de Birmania, cuando Ashin Wirathu, un monje budista que fue encarcelado por su discurso de odio, elogió al ejército del país.
Desde agosto de 2017, más de setecientos mil rohinyás han huido de Birmania hacia Bangladés. Detrás de todo eso había una campaña de limpieza étnica por parte del ejército y sus aliados, en la que turbas de budistas y las fuerzas de seguridad del país sometieron a los musulmanes rohinyás a matanzas, violaciones y la eliminación total de cientos de sus aldeas.
Ashin Wirathu ha rechazado las enseñanzas no violentas de su religión. Los legisladores vinculados con el ejército merecían ser glorificados como Buda, afirmó en el mitin. “Solo el ejército”, continuó, “protege tanto a nuestro país como a nuestra religión”.
En otra protesta en octubre pasado, Ashin Wirathu increpó la decisión de la Corte Penal Internacional (ICC) de iniciar una demanda en contra del Ejército de Birmania por su persecución de los rohinyás.
Después, el monje hizo un impactante llamado a las armas. “El día que venga la ICC es el día en que yo empuñaré un arma”, dijo Ahin Wirathu en una entrevista con The New York Times.
Los monjes como Ashin Wirathu están en el límite extremista del nacionalismo budista. Pero también participan clérigos más respetados.
A sus 82 años, el venerable Ashin Nyanissara, mejor conocido como Sitagu Sayadaw, es el monje con mayor influencia en Birmania.
Cuando cientos de miles de rohinyás huían de sus aldeas incendiadas, Sitagu Sayadaw estaba sentado frente a un público de oficiales del ejército y dijo: “Los musulmanes casi han comprado a las Naciones Unidas”.
El ejército y el monacato, continuó: “No podían separarse”.
En mayo, pusieron en una página de Facebook vinculada con el Ejército de Birmania la fotografía de Sitagu Sayadaw sonriendo entre los soldados. Este ha ofrecido el mayor sacrificio de su religión: un ejército de soldados espirituales para la causa nacional.
“En Birmania hay más de cuatrocientos mil monjes”, le dijo al comandante de las fuerzas armadas de Birmania. “Si los necesitas, les diré que comiencen. Es sencillo”.
“Cuando alguien tan respetado como Sitagu Sayadaw dice algo, incluso si es muy desdeñoso para cierto grupo, la gente lo escucha”, señaló Daw Khin Mar Mar Kyi, antropólogo social en la Universidad de Oxford nacido en Birmania. “Sus palabras justifican el rencor”.
La derecha budista está de regreso
Cuando los terroristas suicidas vinculados con el Estado Islámico hicieron explotar iglesias y hoteles en Sri Lanka el Domingo de Pascua, los nacionalistas budistas se sintieron legitimados.
“Durante años, hemos estado advirtiendo que los extremistas musulmanes son un peligro para la seguridad nacional”, afirmó Dilanthe Withanage, administrador principal del Bodu Bala Sena, el más grande de los grupos nacionalistas budistas de Sri Lanka.
“El gobierno tiene las manos manchadas de sangre por ignorar la radicalización del islam”, comentó Withanage.
Tras unos cuantos años de un gobierno moderado de coalición, una fusión de religión y tribalismo está de nuevo en ascenso en Sri Lanka. El defensor del movimiento es Gotabaya Rajapaksa, un exjefe de la Defensa que es el candidato principal para la presidencia en las elecciones de este año.
Rajapaksa ha prometido proteger la religión en el país que posee el linaje budista continuo más largo. Está decidido a reconstruir el estado de seguridad en Sri Lanka, mismo que fue creado durante casi tres décadas de guerra civil con una minoría étnica tamil.
De 2005 a 2015, Sri Lanka estuvo gobernada por el hermano de Rajapaksa, Mahinda Rajapaksa, un imperturbable nacionalista que justificó el brutal fin de la guerra civil al presentarse como el salvador espiritual del país.
Los templos decoraron sus muros con pinturas de los hermanos Rajapaksa. El dinero circulaba para los grupos radicales budistas que aclamaban las revueltas sectarias en las que murieron musulmanes. A uno de los fundadores del Bodu Bala Sena, o el ejército budista, le otorgaron terrenos excelentes en Colombo, la capital, para un centro cultural budista de gran altura.
El año pasado, el dirigente del Bodu Bala Sena, Galagoda Aththe Gnanasara Thero, fue sentenciado a seis años de prisión. Pero a finales de mayo, en medio de un clima de cambios políticos, recibió el indulto presidencial. El 7 de julio, presidió una reunión de miles de monjes, resuelto a hacer sentir su presencia política en las próximas elecciones.
Antes de su encarcelamiento el año pasado, Gnanasara Thero puso su campaña en un contexto histórico. “Hemos sido los guardianes del budismo durante 2500 años”, dijo en una entrevista con The New York Times. “Ahora es nuestro deber, así como es el deber de los monjes de Birmania, pelear para proteger del islam a nuestra pacífica isla”.