El tiempo tiene sus paradojas, como el espacio, y en el mismo momento coinciden a veces instancias opuestas. Un par de días después de enterarnos que Martha C. Nussbaum había ganado el Premio Príncipe de Asturias, se filtraron en la prensa los detalles de las modificaciones que el Ministerio de Educación va a imponer al temario de la maltratada asignatura de Educación para la Ciudadanía, que entre zarandeos varios ha perdido hasta el nombre. La paradoja de esa coincidencia estriba en que Nussbaum es una decidida propugnadora de la formación cívica que debe incluir la educación en nuestras democracias. Frente a quienes pretenden (sobre todo ahora, en época de crisis) que la educación debe centrarse solamente en la instrucción en materias de aplicación práctica con perspectivas laborales, ella sostiene que “no nos vemos obligados a elegir entre una forma de educación que promueve la rentabilidad y una forma de educación que promueve el civismo. La prosperidad económica requiere las mismas aptitudes necesarias para ser buen ciudadano”. Una observación tanto más pertinente cuando estamos viendo hasta qué punto la ciudadanía deficiente, tanto la de los especuladores financieros como la de quienes rehúyen los impuestos o malbaratan los servicios públicos, se convierte en causa de desastre social. El libro en que Nussbaum hace esta constatación se llama: Sin fines de lucro (ed. Katz), pero podemos decir también que la carencia de formación cívica es tan dañina para la riqueza social como para los demás aspectos de nuestra convivencia.
En esta obra, Nussbaum pasa revista a centros escolares y universitarios de diferentes latitudes. Hace especial mención de la India y de las sugestivas teorías educativas de Rabindranath Tagore, de cuyo nacimiento acaban de cumplirse precisamente 150 años. Hablando de las deficiencias de formación en ese país, recoge un testimonio que bien podría también asignarse al nuestro: “La mayoría de ellos (los escolares) fueron criados con la idea de que conseguir un buen trabajo es el objetivo principal de la educación. El concepto de que las personas deben aprender cosas que las preparen para ejercer su ciudadanía de manera activa y reflexiva es una idea que jamás se les cruzó por el camino”. En un libro anterior y más extenso, Cultivar la humanidad, la autora sostiene la importancia para el civismo de combatir los prejuicios sexistas y rechaza expresamente la acusación de “adoctrinamiento” que suele darse a tales planteamientos. Más allá de que sus opiniones puedan y deban ser discutidas, puesto que como se exponen argumentadamente buscan serlo, uno no puede por menos de felicitar a la profesora Nussbaum por su precaución de nacer en Nueva York y dar clases en Chicago. Gracias a ello su reputación, por polémica que sea, la ha merecido el Príncipe de Asturias. Si por descuido hubiese nacido aquí y diera clases en un instituto de Leganés, ahora quizá lamentase que no le hubieran renovado el contrato por subversiva…
Con la Educación para la Ciudadanía, el problema es que en España todo el mundo ha boicoteado la asignatura. Como soy de los que lucharon por una educación cívica desde mucho antes que Zapatero y su gobierno estuviesen en la mente del Señor, puedo asegurarles que la izquierda se oponía a ella con no menos empeño que después la derecha clerical. ¡Cuántas veces hemos tenido que oír esa memez de que iba a ser una nueva versión de la Formación del Espíritu Nacional! Según ese razonamiento, debería haberse suprimido la asignatura de historia del bachillerato, puesto que la profesada por el franquismo era tendenciosa… Lo que por lo visto resulta inaceptable en este país es formar ciudadanos no de izquierdas o de derechas, sino capaces de saber lo que necesaria y constitucionalmente todos compartimos para después ser capaces de elegir razonadamente sus preferencias políticas.
Cada cual tacha de “ideológicos” los aspectos del posible temario que le contrarían: ya se sabe, ideología es lo que tienes tú, mientras que lo mío es razón. Intentar convencer a políticos o medios de comunicación sectarios de que tan reaccionarias son las “sensibilidades” que se ofenden por la denuncia de la homofobia como la de quienes se sublevan al oír hablar de “nacionalismos excluyentes” es tiempo perdido. Cada cual tiene su Iglesia y nadie va a apearse de su superstición favorita…y favorable. Y peor si intentamos —como sería imprescindible en esa asignatura bien entendida— decir algo sensato sobre cómo funcionan las leyes y los tribunales que, con aciertos y errores, deben aplicarlas. ¡Pero si entre nosotros figurones políticos o mediáticos admiten que las sentencias deben atenerse al clima político del momento y no a las circunstancias legales de cuando se cometieron los delitos o infracciones! No hay mejor argumento a favor de la Educación para la Ciudadanía que los debates en que se discute su verosimilitud o sus contenidos. Pero también dejan claro que ya la asignatura llega demasiado tarde y que no hay modo de salvarla de sus variopintos adversarios. Sólo cuenta con una mísera hora semanal y con una plétora temática recargada hasta el absurdo de detallismos maniáticos, que además cada Comunidad parece dispuesta a interpretar a su modo, es decir de acuerdo con los prejuicios de quienes la gobiernan. Ante esta situación, sólo cabe repetir la opinión clásica: “imposible la dejasteis, para vos y para mí”.
No es solo la dificultad de consensuar los temarios: hasta los métodos mismos de evaluación conspiran actualmente contra la educación para la ciudadanía. Si a unos alumnos ya conformados para la fragmentación por el záping de imágenes y el apócope de twitter (cuyos modelos, como diría Cioran, son el telegrama y el epitafio) se les imponen pruebas tipo test, que excluyen la argumentación y los matices razonados, el resultado es bloquear el discurso cívico de corte “socrático”, según la nomenclatura de Martha Nussbaum. Como dice la laureada profesora norteamericana, “en tanto los exámenes estandarizados se convierten en la norma para evaluar el desempeño de las escuelas, los aspectos socráticos de los programas curriculares y de los métodos pedagógicos corren riesgo de quedar atrás”. Más bien tienden a desaparecer, diría yo.
Pero es de suponer que todo forma parte de un mismo proceso en el que los aspectos objetivos de la instrucción descartan o minimizan los elementos que predisponen a la persuasión y por tanto preparan para el debate. Hay que evitar la confrontación a fin de respaldar una unanimidad de criterio, impuesta de antemano y no resultado del equilibrio entre razones contrapuestas. Es aquí donde el ciudadano se extingue, como una fastidiosa reliquia del pasado improductivo. Ya no cuenta, ya no vale. Es muy significativo que sean las dos Comunidades que abiertamente han solicitado la retirada completa y definitiva de la Educación para la Ciudadanía —Madrid y Cataluña— las que se disputan el privilegio de dar albergue a ese proyecto de “Eurovegas” que alguien ha calificado con poca finura pero indudable precisión como “casa de putas”. En efecto, la formación de ciudadanos pareció por un momento una buena idea pero se ha revelado fuente de discordias, de modo que apostemos ahora por las putas. A ver si hay más suerte…