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Límite de edad también para el Papa

Si hay jubilación forzosa para obispos, ¿por qué dejar fuera de esa norma al obispo de Roma?

En el Vaticano no parece posible el efecto mariposa, el proverbio chino que intenta explicar a su manera la teoría del caos. El espectacular aleteo de la dimisión de Benedicto XVI se ha sentido en el mundo, menos en la llamada Santa Sede, que se dispone a elegir sustituto como si no hubiera pasado nada. Se va un Papa vivo y falible, con un título jamás usado hasta ahora, el de Papa emérito, y tratamiento de Su Santidad, pero quedan vivos los efectos del caos en el que vive la alta jerarquía del cristianismo romano.

Con la sede pontifical vacante, empieza esta tarde la preparación formal de un cónclave del que caben pocas sorpresas, o ninguna. Hay ya certezas. El nuevo papa no será ni mujer, ni laico, ni será joven, ni estará casado, ni será padre de familia (pese a formar estos grupos sociales el 99,99 % de la Iglesia romana), y ni siquiera saldrá elegido de entre la jerarquía inmensamente mayoritaria, es decir, los casi 4.800 obispos actuales. El sucesor será uno de los 115 cardenales en edad de votar, es decir, menores de 80 años. La inmensa mayoría son ya ancianos, por encima de los 75.

Se reabre la cuestión de si debió imponerse en el concilio Vaticano II un límite de edad también para los papas. Fue un debate que apenas se tocó, cuando los obispos parecían comprender que a ellos sí les convenía un retiro a los 75. En contra de una limitación se adujeron razones pseudodogmáticas (como el “matrimonio místico” del obispo con su diócesis, por tanto indisoluble), pero finalmente se ha impuesto la más práctica: el abismo entre obispos y pueblo a causa de la edad. “El episcopado debería aparecer siempre como un servicio al pueblo de Dios, del que uno se retira cuando no está ya en condiciones de prestarlo con la plena energía que hoy se exige”, argumentó el teólogo que más se empeñó en ese asunto, Hans Küng. Ratzinger, también perito en ese concilio, no andaba lejos de compartir esa idea. Lo ha demostrado con su renuncia.

La pregunta, como entonces, es que, si hay jubilación forzosa para obispos, ¿por qué dejar fuera de esa norma al obispo de Roma, cargado de muchas más responsabilidades? ¿Acaso apegarse a la Santa Sede es más santo que apegarse a cualquier otra sede? La respuesta dejó sin armas a los proponentes: si no se exceptuaba al Papa, no se lograría una mayoría para fijar límite de edad a los obispos.

Efectivamente, hay argumentaciones que tapan bocas. Se pondera como heroica, ejemplar y santa la renuncia de Benedicto XVI por los mismos que alabaron como heroica, ejemplar y santa la resistencia sobrehumana de Juan Pablo II, en el cargo pese a ser un moribundo. O lo uno, o lo otro, si se piensa más allá de lo personal. No hace falta remontarse a Erasmo para calificar este tipo de doblez argumental. Es ya el tópico benedictino: la del superior que a unos frailes les negaba el permiso para fumar mientras rezaban, y a otros les permitía rezar mientras echaban un pitillo.

Hay otra hipótesis electoral, tras la fracasada experiencia del mandato de Ratzinger. El nuevo papa saldrá del grupo de cardenales con experiencia pastoral y funcionarial. Habrá pontífice ejecutivo, con dotes de mando. Roma se ha curado del espanto de haber elegido a un poeta (¡teólogo!), con la esperanza de que actuase como un jefe de negociado.

Desde el anuncio de su dimisión no ha pasado un pontificado, pero lo parece. Si hubo dudas sobre las causas de la renuncia, se han despejado. Ratzinger se va por la edad y la enfermedad, pero sobre todo harto por no haber podido resolver los problemas a los que se enfrentaba: intrigas internas, traiciones, peleas de poder, escándalos sexuales mal resueltos, la banca vaticana infectada (la UE tuvo que intervenir contra el blanqueo de dinero no fiable a través del Vaticano) y, en fin, un estado general de la Iglesia romana fácil de comprender tras las frases que ellos mismos han emitido: “una viña devastada por jabalíes” y un pontificado “rodeado de lobos”. Bonito panorama para un anciano.

Preparativos para la última audiencia del Papa en la plaza de San Pedro. / Oded Balilty (AP)

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