Desde el pasado año, el Estado Islámico está tratando de penetrar en el territorio libanés a través de la cordillera del Antilíbano (el conjunto montañoso que separa al país de los cedros de Siria). Ante el peligro del fundamentalismo yihadista, por primera vez falanges cristianas maronitas, milicianos chiíes de Hezbollah y paramilitares laicos pansirios han unido sus armas junto a las del ejército regular libanés para enfrentarse a las unidades del grupo terrorista, y están logrando expulsar a los yihadistas de las cumbres más altas de la cordillera (puntos estratégicos desde los que se puede controlar la región a ambos lados de la frontera). Sin duda, parece toda una novedad el hecho de que diferentes grupos religiosos (que hasta hace pocos años estaban enfrascados en una cruenta guerra de todos contra todos) logren unir sus armas para combatir a un enemigo común. Sin embargo, este resurgimiento de lo que podríamos llamar un cierto “nacionalismo libanés” no sólo ha irrumpido este último año a raíz de la amenaza exterior del Estado Islámico, sino que se inicia ya hace una década tras la recolocación de las fuerzas políticas libanesas en dos grandes bloques, los cuales por primera vez huyen del sectarismo religioso y dan lugar a la confluencia de distintas comunidades. El peor enemigo puede convertirse en el mejor amigo de repente si las circunstancias lo requieren, y en un país tan complejo como Líbano sin duda todo puede ocurrir, ya que la excepcionalidad ha sido su característica esencial.
Y es que la historia del Líbano ha estado marcada desde la antigüedad por la división sectaria entre comunidades religiosas (hasta un total de 18 confesiones cohabitan en el país, destacando cristianos maronitas, cristianos ortodoxos, cristianos armenios, musulmanes sunníes, musulmanes chiíes y drusos) y la lucha constante entre todas ellas, avivadas de un modo u otro siempre por potencias exteriores. Sus orígenes fenicios, su proximidad con la cuna del cristianismo, la llegada posterior del Islam, las cruzadas del medievo, la dominación otomana, la colonización francesa, la independencia, los años de la “Suiza de Oriente Medio” y finalmente la cruel guerra civil de los años setenta y ochenta del siglo pasado, han ido forjando a lo largo de la historia un peculiar equilibrio de fuerzas político-religiosas en este país del mediterráneo oriental. Sin embargo, la recuperación de la plena soberanía (al menos en términos militares) a partir de la retirada de las tropas sirias e israelíes en 2005 y 2006 respectivamente, ha producido una reconfiguración de los bandos políticos en función de cuestiones económicas y geopolíticas, y por primera vez más allá de los aspectos puramente religiosos. Fruto de ello, las diferentes facciones libanesas, hasta hace unos pocos años enfrentadas incluso militarmente, se han coaligado más allá de cuestiones identitarias, agrupándose en base a criterios puramente estratégicos. Estos dos bloques son los llamados “Alianza 14 de marzo” y “Alianza 8 de marzo”, y articulan en la actualidad la política parlamentaria libanesa.
El primero de ellos, la Alianza del 14 de marzo, toma su nombre de la fecha en la que se inicia la denominada “Revolución de los cedros” en 2005 tras el asesinato del primer ministro sunní y multimillonario proocidental Rafikk Hariri. Las fuerzas políticas aliadas de Occidente y de los países del Golfo Pérsico culparon de su muerte a los servicios secretos sirios, y organizaron en la calle grandes manifestaciones que terminaron por provocar que el presidente sirio Bachar Al Asad retirase a sus tropas del territorio libanés. Este acontecimiento llevó a una euforia temporal de estos sectores, que se agruparon a los pocos meses en una gran coalición, la cual por primera vez reunía tanto a cristianos maronitas y ortodoxos, como musulmanes sunníes y drusos. Las principales formaciones políticas que lo componen son el Movimiento del Futuro, grupo del ex primer ministro asesinado y mayoritariamente musulmán sunní, el Partido Socialista Progresista, formación política drusa liderada por Wallid Jumblatt (hijo del histórico líder Kamal Jumblatt, asesinado durante la guerra civil libanesa), las Fuerzas libanesas, cristianas maronitas en su totalidad, las Falanges libanesas (Kataeb), lideradas por Samir Geagea y representantes también de la derecha maronita, el Grupo Islámico, musulmán conservador, y el Partido Democrático Liberal, representante de la derecha cristiana armenia.
El segundo bloque, la denominada Alianza del 8 de marzo, surge como respuesta un año después. Tras la euforia de la Revolución de los cedros, los sectores políticos partidarios de la alianza geopolítica con Siria e Irán para garantizar la defensa del país contra Israel y encontrar una solución al problema energético que arrastra el país desde el final de la guerra civil, se reorganizan en el año 2006 en la fecha que da origen a dicho nombre. Al principio son aún minoritarios, ya que cuenta principalmente con el apoyo de la población musulmana chií del país y de los sectores laicos izquierdistas. El partido de la resistencia Hezbollah, islamista chií, el movimiento Amal, también de mayoría chií, el Partido Social-Nacionalista Sirio, laico y pansirio, el Partido Baaz, también laico (además de panarabista y socialista) y el Partido Comunista Libanés forman la primitiva Alianza 8 de Marzo. Sin embargo, la formación crecerá exponencialmente cuando se una a ella el nuevo movimiento político creado por el ex primer ministro cristiano Michel Aoun, tras su regreso de un exilio en Francia de más de 15 años. Su “Movimiento Patriótico Libre”, aunque formalmente laico, representará a un importante sector de los cristianos maronitas, los cuales por primera vez quedaban coaligados con Hezbollah, dando lugar a una alianza en principio impensable. Pero así es la política. La guerra de liberación de 2006 en la que los milicianos de Hezbollah lograron repeler la invasión de Israel y recuperar el control del sur del Líbano hizo que el movimiento chií comenzase a lograr un mayor prestigio en el seno de la sociedad libanesa, incluso entre sectores cristianos y laicos.
En resumen, el complejo espectro ideológico libanés se ha reconfigurado desde hace unos años, quedando polarizado en dos grandes alianzas: la del 14 de marzo, prooccidental y prosaudí, y la del 8 de marzo, prosiria y proiraní, y en cierto modo también prorrusa. De las alianzas sectarias y confesionales parece que se haya pasado a las alianzas interreligiosas y geopolíticas, aunque en ningún caso se puede hablar de una laicización del país, ya que las cuotas de poder del Estado continúan estando repartidas entre los diferentes grupos confesionales (por ley el presidente de la república debe de ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunní y el presidente del parlamento un musulmán chií), así como la realidad social de los libaneses. Sin embargo, la unión de las diferentes comunidades a nivel político en los dos grandes bloques electorales (y ahora también a nivel militar en la defensa contra la amenaza yihadista), demuestra que a pesar de toda la atomización religiosa y de los crueles conflictos sectarios que han asolado el país a lo largo de los años, pervive aún una fuerte identidad nacional libanesa que es capaz de funcionar como aglutinante de las diferentes confesiones cuando se percibe una amenaza exterior, ya sea israelí o yihadista. Los milicianos pansirios cuando combaten en las montañas frente a las incursiones del Estado Islámico, del mismo modo que cuando los guerrilleros de Hezbollah hostigan a las tropas invasoras de Israel, no están luchando como cristianos o como musulmanes, sino como libaneses.
* Este texto es una versión resumida y actualizada del artículo de análisis “Juegos de poder en Líbano: de las guerras sectarias a las alianzas estratégicas“, publicado por el autor en la revista digital Política Crítica.