Desde hace más de dos años, cuando lo conocí sentado en su silla de ruedas en la calle Alfonso de Zaragoza al pie de su diaria reivindicación en pro de una escuela pública y laica, sabía que la determinación tomada ayer por el profesor Antonio Aramayona formaba parte de su tránsito vital y mortal. Me lo dijo mientras comíamos en un modesto restaurante, cerca de su casa, antes de despedirnos. La mañana anterior nos habíamos congregado un grupo de amigos, alumnos y compañeros de Aramayona para conmemorar su primer año ante el portal de la consejera de Educación del gobierno aragonés.
Queda constancia de la presencia de varios policías distanciando a los concurrentes del lugar y de la visita del entonces recién elegido eurodiputado de Podemos, Pablo Echenique. Por esa pertinaz actitud, ya hiciera frío o calor y a pesar de su mal estado de salud, Antonio hubo de soportar apercibimientos, presiones y sanciones por parte de la Delegación de Gobierno en Aragón que él nunca estuvo dispuesto a admitir ni a pagar. Finalmente, el profesor Aramayona fue absueltoy la libertad de expresión, ejercida pacífica y libremente durante dos largos años, obtuvo una significativa victoria. Quelograra mayor o menor repercusión en los medios no era algo que al protagonista le preocupara mucho. De hecho, las valiosas colaboraciones periodísticas de Antonio fueron objeto de intentos de censura en algunas publicaciones de cabecera respetable ante las que nunca transigió.
sabedor del adiós que me trazaste.
con el pecho doliendo de latido.
más vida a la memoria de quererte.
hasta que Bach se apague donde aliento.