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El alcalde y concejales de Gandia, este verano en una procesión en el Grau. natxo francés

Las mil y una misas

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El martes, la edición de la Safor de Levante-EMV informaba de que en los últimos cuatro meses concejales del PSOE y del PP de Gandia habían asistido a 35 misas y procesiones. Pocas me parecen. Para mantenerse en forma un concejal gandiense necesita por lo menos el doble, siendo actualmente lo ideal llegar a unas cien por trimestre. Mientras otros municipios se plantean la eterna cuestión de la representación institucional en actos religiosos y pierden el tiempo en disputas absurdas sobre las tradiciones, la clase política local innova, progresa bajo la advocación del Santo Patrón, y ha batido todas las marcas de asistencia y resistencia en materia de misas y procesiones a fin de llevar el nombre de Gandia a lo más alto en el Año Jubilar, el Año Jubilar al libro Guinnes de los Récords y el libro Guinnes de los Récords a todas partes porque hay hitos históricos que deben pregonarse con legítimo orgullo.

Si otros deportistas de élite destacan en el potro, o en el levantamiento de pesas o en el lanzamiento de martillo (en todas esas cosas mil veces vistas) los atletas consistoriales, mucho más audaces, sobresalen como nadie en el traslado de sí mismos a misas y en la marcha en procesiones que tumbarían al cuarto de hora a un corredor de maratón. Y eso lo hacen sin haber acabado la digestión y metidos en trajes que les cortan el aliento y que en Rusia podrían emplearse como instrumentos de tortura para desenmascarar a europeístas. Y así, mes tras mes, año tras año, mandato tras mandato, siempre yendo a más misas y procesiones, innovando, emprendiendo, sacrificándose, subiendo el listón y, como muy bien dijo nuestro alcalde a propósito de las fallas de septiembre, «dando una lección al mundo», los concejales gandienses han alcanzado las más altas cotas de la pedagogía democrática. Con las homilías se instruyen, y en las procesiones aprenden disciplina y la importancia -nunca suficientemente ponderada- de marcar el paso. Después trasladan al pueblo llano los conocimientos adquiridos en ardientes proclamas que no ocultan la satisfacción del deber cumplido, y debe de ser por esa idea tan sensata de la instrucción y las virtudes públicas y por su insobornable compromiso con la cultura democrática por lo que los admiramos tanto. ¿Qué otro municipio español puede alardear de semejantes logros?

Pero debemos ir a más, y a estas alturas, admitámoslo, para un concejal gandiense asistir a 35 misas y procesiones en cuatro meses es como un precalentamiento, un paseo campestre, un relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Sin duda la Iglesia debería organizar sesiones dobles o triples de tales ceremonias religiosas para que nuestros políticos no pierdan concentración, masa muscular, ritmo ni afán de superación y perseveren en la representación y difusión de los valores cívicos más elevados. Si hay que darle a la Iglesia otro millón o regalarle otro museo (el de arqueología o el Fallero, o los dos, porque hay confianza) para que provea de misas y procesiones extra a los concejales, el consistorio debe buscar de nuevo el dinero debajo de las piedras con el fin de que nuestras tradiciones –y más aún, nuestra razón de ser- alcancen el prestigio y la fama que merecen.

Confiemos, pues, en que, a pesar de los éxitos alcanzados, el consistorio gandiense no se duerma en los laureles y fije para los partidos el objetivo común de asistir al menos a 200 misas y procesiones durante los ocho meses que aún quedan hasta las elecciones con la promesa transversal, pactada, de alcanzar las 400 al año en el próximo mandato, gobierne quien gobierne, sea el alcalde Prieto, Soler, o el Arzobispo Cañizares. Podría parecer que 400 misas y procesiones no están mal, pero si queremos progresar realmente esa cifra solo puede ser el punto de partida de una aspiración más ambiciosa: las 1.000 misas y procesiones anuales. Obviamente habrá que soltarle unos cuantos millones más a la Iglesia y crear dos o tres museos para regalárselos, pero el esfuerzo habrá merecido la pena una vez descubiertos el carácter y destino de la ciudad y en qué deben ocupar los políticos locales su tiempo y energías para seguir sorprendiendo al mundo. Que Dios nos asista.

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