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La propaganda sionista enmarca el genocidio palestino en una lucha de “occidente contra la barbarie” y en Europa cobran fuerza quienes se levantan contra la “invasión del islam”. Un ejército de bulos islamófobos cabalgan sobre los algoritmos de X.
“Esta es una lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas”, anunció Benjamin Netanyahu diez días después del 7 de octubre, cuando sus tropas ya habían empezado a sembrar la destrucción acelerada de Gaza. El mandatario no iba sobre un corcel ni arengaba a sus batallones a la cabeza de la formación, liderando la ofensiva para arrasar el pequeño territorio, hablaba frente al parlamento de “la única democracia de la región”. Algunas semanas más tarde y después de que el autodenominado “ejército más moral del mundo” asesinara a más de 20.000 palestinos, el líder israelí se dirigía a los cristianos en un discurso por la Navidad: “esta es una batalla no sólo de Israel contra estos bárbaros, sino de la civilización contra la barbarie”.
“Algunos de los paganos fueron decapitados sin piedad, otros despedazados por flechas lanzadas desde torres, y otros, torturados durante mucho tiempo, fueron quemados vivos en ardientes llamas”. La frase la escribió hace casi un milenio Raimundo de Aguilera, uno de los cronistas de las cruzadas, y se refiere a la masacre que en 1099 cometieron los cruzados contra la ciudad de Jerusalén aniquilando a su población musulmana y judía. En el mismo artículo en el que se recoge esta cita, incluido en la revista especializada Medievalist, se explica cómo el historiador Alan V. Murray defiende que el uso extensivo del imaginario bíblico para describir la masacre en las crónicas de aquella época, es una forma de justificarla a posteriori, pero no muestra las verdaderas razones de esta acción a la que califica como “una limpieza étnica”.
Algunos medievalistas señalan que más allá del argumento religioso, las cruzadas tuvieron también otros objetivos: desde el control de las rutas de comercio, a la conquista de territorios. También el aventurismo formaba parte de las motivaciones de los cruzados para unirse a la batalla. Esto lo recordaba el columnista Hamed Abu Al-Ezz en el medio Middle East Monitor, en un artículo en el que apuntaba a que, en base a los discursos de Joe Biden y el propio Netanyahu parece que sus países no hubieran dado las Cruzadas por terminadas, al defender un relato en el que la situación “no es una lucha por la liberación de la opresión y la Ocupación, sino un conflicto religioso entre judíos y musulmanes”.
En 1993, finiquitada la guerra fría y el bloque soviético, Samuel Huntington teorizaba con convicción, que durante el siglo XXI los principales conflictos internacionales tendrían trasfondo religioso
En 1993, finiquitados la guerra fría y el bloque soviético, Samuel Huntington teorizaba con convicción, que durante el siglo XXI los principales conflictos internacionales tendrían trasfondo religioso, en una tesis criticada, entre otras muchas cuestiones, por minimizar las dimensiones políticas, económicas, territoriales, ideológicas o coloniales de estos conflictos y no dar cuenta de las tensiones dentro de estos supuestos bloques civilizatorios. Su teoría del Choque de Civilizaciones, identificaba al Occidente cristiano, incluyendo por supuesto a Israel, como la única civilización que se había mostrado compatible con la democracia liberal y el libre mercado, mientras las sociedades musulmanas serían para el autor esencialmente violentas e intolerantes.
La retórica simplista y miope de Huntington corre más vivaz que nunca por las venas del brazo colonial y neoliberal, que reivindica su monopolio de la democracia, y define al enemigo como violento terrorista, mientras despedaza niños y niñas, viola a mujeres y hombres, y arrasa territorios con las más punteras y “civilizadas” tecnologías de la muerte. Además, reprime a su propia ciudadanía cuando se opone a estas nuevas cruzadas. Lo cierto es que la mirada de este analista tan funcional a los intereses de las élites occidentales, impregna cada vez con más vigor la propuesta de la ascendente extrema derecha que marca la agenda discursiva de esas democracias occidentales en horas bajas, al tiempo que cristaliza en todo tipo de manifestaciones sociales: el miedo y desprecio hacia las personas musulmanas aumenta intoxicando el sentido común.
Cruzados de twitter, como la ACOM (la agrupación sionista encargada de azuzar la islamofobia en el país para justificar el colonialismo israelí y el genocidio en curso), insisten en señalar al islam como antagonista, dopados de fondos y traficando con fake news. En un tweet este verano, esta cuenta mostraba a tres mujeres maniatadas: una israelí, apresada en el ataque del 7 de octubre, una yazidí en Irak, y una mujer hindú en Bangladesh, para explicar: “Puede que tuvieran orígenes diferentes, pero todas se enfrentaron al mismo destino: la violación y la esclavitud sexual. Su único ‘delito’: no ser musulmanas”, algunas respuestas al tweet cuestionan la veracidad de las imágenes. Pero la gran mayoría avalan la hipótesis: el islam es el culpable.
El mundo según las cruzadas 2.0
Bangladesh precisamente es un buen ejemplo de cómo funciona este razonamiento que lo lee todo en clave de que el problema es el islam. Tras la rebelión de julio de este verano contra el nepotismo y autoritarismo del gobierno en un país donde gran parte de la población vive en la pobreza, las redes se llenaron de imágenes sobre bangladesíes musulmanes presuntamente atacando a mujeres hindús. Imágenes que han sido en gran medida identificadas como fake news, en el marco anti musulmán auspiciado por la corriente supremacista del partido del actual presidente, Narendra Modi, cercano aliado de Israel.
Desde la BBC señalaban cómo muchas de esas noticias habían sido difundidas desde cuentas indias, queriendo dar un marco religioso a un problema político, describiendo a los estudiantes que protestaban como extremistas islámicos, o los ataques contra propiedades de personas asociadas con el partido en el poder, la Liga Awami, como motivados por razones religiosas y no políticas, cuando la rabia contra las figuras del régimen no han hecho diferencias entre musulmanes e hindús.
Pero no hay que irse tan lejos para ver cómo en las cruzadas 2.0, las redes sociales son un campo de batalla trampeado por campañas orquestadas, algoritmos y mentiras. Los disturbios que comenzaran a finales de julio en Reino Unido, estuvieron motivados por el rumor extendido de que el asesino de tres niñas en la ciudad de Southport era un refugiado musulmán, hasta el punto que de que el juez encargado del caso optó por desvelar la identidad del autor, aún siendo menor de edad, ante la campaña de desinformación: se trataba de un adolescente británico de origen ruandés. Esto no fue óbice para que durante una semana la extrema derecha multiplicara las manifestaciones contra los refugiados en diversas ciudades británicas, con las personas musulmanas en el foco de los ataques. Una muestra de fuerza a la que solo pusieron coto colectivos antifascistas y antirracistas.
Twitter, cual campo de batalla nutrido de cruzados 2.0, mostraba una vez más, especialmente tras la llegada de Elon Musk y su conversión en X, ser un espacio fértil para los discursos de odio aliñados de noticias falsas y alarmismo. No solo circulan con alegría mensajes que demonizan a refugiados y migrantes en general y musulmanes en particular, sino que Musk mima a cuentas de extremistas como el ultraderechista Tommy Robinson, y difunde con su propia cuenta mensajes que parecen inspirarse en las tesis de Huntington. En una mezcla de islamoalarmismo e impúdicas trolas, el multimillonario retuiteaba en mayo el post de un actor inglés que denunciaba la islamización de Reino Unido enumerando una larga lista de alcaldes musulmanes. Más allá de apuntar a la existencia de políticos de fe islámica como un problema en sí, lo cierto es que varios de los citados eran británicos blancos.
Al cero control a los discursos de odio en redes como X, y la desconfianza hacia el otro musulmán —arraigada a lo largo de la historia y alimentada especialmente en las últimas décadas— se le suma la inversión económica que el sionismo, junto a la internacional de extrema derecha, pone en la difusión de su narrativa. El pasado junio una investigación publicada por The New York Times y Hareetz apuntaba a Israel como financiador de una campaña en redes orientada a fomentar la islamofobia en Canadá. Bajo el nombre de Ciudadanos Unidos por Canadá, algunas cuentas difundían mensajes señalando a los musulmanes como un peligro para la cultura canadiense, y sugiriendo que los manifestantes propalestinos tenían como objetivo imponer en el país norteamericano la Sharia.
Extraño espejo invertido
Así, de un lado tenemos el clima de sospecha ante todo lo musulmán en los países europeos y América del Norte, y por otro lado, tenemos el relato de las cruzadas, que alimenta el enrolamiento aventurista de soldados contra los bárbaros. El ejército israelí cuenta en este sentido con el Mahal, la agencia de reclutamiento voluntario enfocada a jóvenes judíos de la diáspora, para que con armas occidentales, y bajo la bandera del derecho a la defensa, puedan contribuir al yugo colonial sobre la tierra palestina, aplaudidos por el sionismo cristiano en su alianza supremacista, de retórica civilizacional, pero con intereses estratégicos y económicos mucho más mundanos.
En las redes, las alusiones a las cruzadas, conviven con las cuentas que honran la reconquista. El fantasma demográfico desvela a Israel: el fomento de la inmigración de personas judías de todo el mundo y la expulsión de los palestinos desde la Nakba hasta el presente —con su nada escondida intención de mandar al exilio a los gazatíes que no haya previamente aniquilado, mientras continua con la misma estrategia en Cisjordania— junto al mantenimiento de una ciudadanía de segunda para los ciudadanos israelíes musulmanes, son la respuesta del sionismo a este vértigo. El fantasma demográfico también inquieta a Norteamérica o Europa, con las teorías del reemplazo infectando el sentido común, y propuestas como la deportación masiva de Donald Trump, o la reemigración que tanto interesa a la extrema derecha alemana y austriaca, corriendo aún más hacia el fango racista la ventana de Overton.
Los pánicos de la “civilización occidental”, reflejan curiosamente sus pecados: en la Alemania que teme al islam, los ataques contra personas y espacios musulmanes se duplicaron en 2023
Los pánicos de la “civilización occidental”, reflejan curiosamente sus pecados: en la Alemania que teme al islam, los ataques contra personas y espacios musulmanes se duplicaron en 2023, según denunciaba CLAIM, una red de ONGs enfocadas a la lucha contra la islamofobia. Los ataques incluyen pintadas y destrozos en mezquitas, pero también agresiones físicas, sobre todo contra mujeres. CLAIM señalaba también cómo uno de cada dos alemanes tendría ideas negativas acerca del islam, religión que practica un 6,6% de la población. Esta fuerte impregnación social de desconfianza y desprecio hacia una comunidad específica tiene tenebrosos paralelismos históricos.
Y es que las personas musulmanas son presentadas como una quinta columna de una civilización violenta que amenaza Europa. Se lo repiten sin parar los ciudadanos de regiones del mundo autoras de movimientos tan violentos como la colonización o el lanzamiento de bombas atómicas. Aquellos que solo anteayer cometían atrocidades en países como Iraq o Afganistán, o, quienes perpetraron, hace menos de un siglo, el genocidio del pueblo judío, entre otros. Esto último señalaba la estadounidense judía antisionista, residente en Berlín Rachael Saphiro, en un artículo crítico con la Erinnerungskultur, la “cultura de la memoria” alemana, tan eficaz para trasladar la culpa del antisemitismo a musulmanes, árabes y palestinos, mientras obvia el hecho, ya no solo de que la Shoah fuera obra del gobierno alemán, sino de que la inmensa mayoría de los ataques antisemitas en el país, tienen como autores a integrantes de la extrema derecha.
Mientras esta extrema derecha es premiada en las elecciones, a pesar de su conexión con la violencia antisemita y antimusulmana, ataques como el de Solingen, cometido por una persona musulmana solicitante de asilo, desembocan castigos colectivos endureciendo las condiciones de acogida de miles de refugiados que no tienen la más mínima conexión con el agresor, más allá de su condición de migrantes. Asumir que la violencia cometida por una o varias personas u organizaciones es imputable a un colectivo entero, a una población entera, a gente procedente de diversos estados, con distintas ideologías y culturas, solo desde el factor común de provenir de países de mayoría musulmana, es una barbaridad demográfica. También es el abc del racismo que alimenta el terrible fascismo de hoy y el distópico fascismo del futuro próximo por el que parece haber optado el neoliberalismo, incluida en su variante progre: no olvidemos que es un gobierno, verde, liberal y socialdemócrata el que dirige el despropósito alemán.
Izquierda e islam
Mientras la progresía blanca hegemónica occidental se ha aliado sin aspavientos con Israel en su cruzada contra los “bárbaros” de Hamás —desde Alemania a Francia, pasando por Estados Unidos o Reino Unido— la trampa está en asumir la existencia de bloques compactos, sea desde una perspectiva ideológica sobre el desgastado eje izquierda derecha, sea desde el simplismo civilizacional abanderado por Huntington y sus discípulos.
“Yo fui el primer líder musulmán de una democracia occidental. Y afirmo que la islamofobia está envenenando nuestra política”, titulaba una tribuna Humza Yousaf, ex primer ministro de Escocia, el pasado junio. El todavía líder del Partido Nacionalista Escocés, señalaba cómo el discurso abierto contra las personas musulmanas, se ha vuelto mainstream, y supone el principal capital político de una extrema derecha emergente a la que la derecha no catalogada como extrema le sigue los pasos, en una estrategia para encauzar el descontento, la rabia y la frustración resultado de la crisis económica y social, hacia un chivo expiatorio. El ex mandatario alerta de que más allá del sufrimiento que este sentido común en expansión genera en los millones de ciudadanos y ciudadanas europeas musulmanas, el hecho de que tanta gente se vea señalada y tachada como el enemigo, favorece a la contracara de la extrema derecha occidental, el extremismo islámico conservador que busca perpetuar sus propias formas de explotación patriarcal, racista y autoritaria, sobre las ruinas de las luchas contra la colonización o la represión de las primaveras árabes.
En su artículo, Yousaf apuntaba a Jordan Bardella, el flamante líder tiktoker de la ultraderecha francesa, quien protagonizó una polémica hace unos meses al calificar al municipio parisino Trappes como “república islámica”, después de que este reeligiera a un alcalde musulmán. Justamente, el alcalde atacado por Bardella, Ali Rabeh, pertenece al partido socialista y su trayectoria tiene mucho más que ver con la lucha contra la extrema derecha o por la educación pública que con ninguna agenda política religiosa.
Cabe señalar, que mientras la extrema derecha continua clamando contra la amenaza del islam político en Europa, una parte importante de las personas de origen musulmán que participan en la política “occidental” lo hacen como representantes de partidos laicos, como es el caso de Rabeh o de Yousaf. Es más, muchos de ellos militan o simpatizan con las corrientes más rupturistas de la izquierda. Dos ejemplos: el caso de las integrantes del Sqad, Rashida Tlaib o Ilhan Omar, o el hecho de que, según las encuestas, más de seis de cada diez votantes musulmanes franceses eligieron en las últimas elecciones del Parlamento Europeo a La Francia Insumisa. En el estado español, la primera diputada musulmana mujer fue Najat Driouech Ben Moussa, en las filas de Esquerra Republicana de Catalunya. Poco antes, el descendiente de marroquíes Mohammed Chaib, entraba en el Parlament con el Partido Socialista de Catalunya. No parece que ninguno de los dos tuvieron como objetivo imponer la Sharia.
Hace menos de diez años el escritor francés Michel Houellebecq publicaba su novela Sumisión en la que, pertrechado en el marco del choque de civilizaciones, planteaba unas elecciones presidenciales francesas de 2022, en las que se enfrentaba un partido de la extrema derecha con otro islamista moderado. El libro, que fue acusado de islamófobo —algo normal, teniendo en cuenta las posturas del autor— contenía sin embargo algunas cuestiones interesantes en cuanto que planteaba conexiones entre un “bando” y otro que iban más allá de la amalgama civilizacional.
Lo que Houellebecq no veía, lo que los islamoalarmistas no quieren que veamos, es que fuera de este lenguaje medieval de cruzadas, civilizaciones que chocan, invasiones y reconquistas, hay millones de personas cristianas, judías, musulmanas, hindúes, europeas, latinoamericanas, africanas, negras y blancas que entienden que el gran conflicto de nuestros tiempos no es religioso ni cultural, que ve con plena claridad las tramas coloniales, racistas y neoliberales que alimentan esta aceleración hacia el abismo en la que nos hallamos, y que están dispuestas a aliarse y plantarles cara.