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Las brujas y la extrema derecha

Sostienen un mito que alude a un concepto ideado para justificar el odio y el rechazo a esas mujeres que se salían de la norma impuesta.

Todos, en menor o mayor medida,  hemos crecido atemorizados por uno de los mitos más injustos de la historia, uno de esos mitos que urge desenmascarar: las brujas. Todos hemos escuchado historias terroríficas, hemos leído cuentos con estos terribles personajes, nos han ido construyendo en nuestra mente el aspecto siniestro de esas mujeres que nos contaban que eran la maldad personificada. Todos hemos ido creando, en base a lo que nos contaban y a cómo nos adoctrinaban, el arquetipo de la maldad con rostro deforme y siniestro de mujer.

Detrás de ese mito, que puede parecer infantil e inocente, existe una intencionalidad premeditada y perversa. Y, como con tantas y tantas cosas, si nos informamos bien y nos cultivamos un poco llegaremos a percibir que la verdad es justamente lo contrario de casi todo lo que nos contaron. Y, si nos fijamos, podemos entender muy bien que son varios los mitos con los que se nos adoctrina en la misoginia y en el desprecio a la mujer que perduran, a día de hoy, de mil modos y maneras: el mito de Eva y la manzana (la primera mujer condenó a toda la humanidad a estar en pecado) y el mito de las brujas son los más evidentes.

Y si buscamos los orígenes de esos mitos nos encontramos siempre con la religión, en nuestro caso con el cristianismo, y es fácil encontrar el odio a las mujeres en las palabras de los miembros más ilustres de la Iglesia: “El contrato matrimonial convierte a las mujeres en sirvientas, de modo que tienen que recordar siempre su lugar y nunca rebelarse contra sus amos”(San Agustín, Confesiones), “El esposo cristiano detesta el hecho de que su esposa sea una mujer” (San Agustín, El sermón de la montaña), “Si la mujer no le ha sido dada al hombre para concebir hijos, ¿para qué sirve?” (San Agustín, De Genesi ad Literam), “La conciencia de la propia naturaleza debe provocarle vergüenza a las mujeres” (Clemente de Alejandría).

Con el concepto de bruja se demonizaba (y se demoniza) a las mujeres, a todas ellas, pero especialmente a las mujeres que molestaban al poder por no acatar las normas impuestas, por salirse de la norma social, por ser sabias o cultas, por ser sanadoras o parteras en tiempos en que las plantas eran las únicas medicinas; lo demás son mentiras que sostienen un mito que alude a un concepto ideado para justificar el odio y el rechazo a esas mujeres que se salían de la norma impuesta, para fomentar la misoginia y el menosprecio a lo femenino, y para justificar una represión secular dirigida contra el género femenino con la idea, tan cristiana, de que las mujeres somos inferiores y somos el origen del mal. Y tanto fue así que esas mujeres que fueron tachadas de brujas, fueron perseguidas, torturadas y quemadas en hogueras de la Inquisición de la Iglesia católica durante varios siglos, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII. No sé a los demás, a mí me parece uno de los mayores y más terroríficos genocidios de la historia de la humanidad. En su libro La Bruja, Jules Michelet lo narra muy bien.

A partir del siglo XX, y especialmente con los movimientos feministas y de defensa de los Derechos Humanos, se empezó a desenmascarar la verdad sobre la caza de brujas, y la verdad sobre esa palabra que demoniza a las mujeres; y se empezó a  reivindicar la figura de las brujas como mujeres que fueron acosadas, perseguidas y asesinadas por no encajar en las pautas estrechísimas que el poder, especialmente el eclesiástico, construía para ellas. Cientos de libros, de investigaciones han ido saliendo a la luz reescribiendo la historia sobre ellas. En el 2020, por ejemplo, la excelente película Akelarre, de Pablo Agüero, contribuía a homenajear a esas mujeres víctimas de un terror secular basado en odio visceral, en infamias y en mentiras. Al respecto de su película el director manifestó que “quería mostrar que el delirio demonológico venía de afuera, de una sociedad patriarcal y clerical”.

Y esta reflexión viene a colación por lo ocurrido el 21 de septiembre, en el Congreso de los diputados, cuando estaba haciendo uso de la palabra la diputada del PSOE Laura Berja. En pleno siglo XXI, un diputado de Vox, que, según leo, es especialista en derecho canónico, la insultó  llamándole “bruja”. Sobran las palabras, y creo que no es necesario calificar estos hechos que realmente muestran la ideología intolerante de extrema derecha que no tendría que tener cabida en nuestro Parlamento, si es que somos un país democrático; porque, como decía Karl Popper, salvaguardar la democracia pasa por no tolerar, de ninguna manera, a los intolerantes.

La diputada socialista se limitó a escribir una sola frase en un tuit con el que quería resumir la denigrante experiencia, una frase que es un lema para los y las defensoras de los derechos de las mujeres: “Somos las nietas de las brujas a las que no pudisteis quemar”. Por su parte, también el diputado Gabriel Rufián, quiso dejar clara su postura con otro mensaje que lo sintetiza muy bien todo: “Nos enseñaron a temer a las brujas, cuando el miedo lo tendrían que provocar quienes las quemaban vivas”.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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