Un grupo de mujeres afganas, ataviadas con burka, tras recibir unas mantas de una organización benéfica en Herat, en diciembre. GETTY
Las mujeres desconfían de cualquier acuerdo que no garantice los derechos logrados desde 2001
Más aún que los hombres, las afganas comparten la satisfacción generalizada de su país ante la posibilidad de que la tregua de la semana pasada se transforme en un alto el fuego definitivo. Son también las más precavidas ante un acuerdo de paz que supone el regreso de los talibanes. Durante los cinco años que estuvieron en el poder, prohibieron la presencia de las mujeres en el espacio público, privándolas del derecho a la educación, al trabajo e incluso a la risa. Nadie puede garantizarles que no habrá un retroceso en los avances que, a pesar de todo, han logrado desde que Estados Unidos derribó al régimen talibán en 2001.
Algunos grupos de mujeres activistas han organizado reuniones expresando su apoyo a la tregua y a una paz duradera. Aun celebrando ese paso, otras consideran que una reducción de violencia no es suficiente. Temen que los frágiles avances conseguidos bajo la Constitución democrática de 2004, que por primera vez garantizó la igualdad de derechos para las afganas, se sacrifiquen en aras de intereses políticos ajenos.
“No me preocupa que se viole la actual tregua parcial. No me preocupan los siete días. Lo que me preocupa son los próximos siete meses y los próximos siete años. A medida que las tropas estadounidenses comiencen su probable retirada de Afganistán, muchos afganos esperan que 2020 no se parezca al comienzo de la década de 1990, cuando la guerra civil y las fuerzas extremistas llegaron a dominar nuestra política y nuestras vidas”, escribía recientemente Wazhma Frogh, directora de la Organización de Estudios sobre Mujer y Paz de Kabul, en un artículo de opinión para la web de la CNN.
De hecho, Estados Unidos ha dejado la negociación de los derechos de las mujeres al diálogo interafgano que debe iniciarse a partir de ahora. Los antecedentes no son halagüeños. Durante las reuniones que los extremistas han tenido con representantes de la sociedad civil a lo largo del último año, dijeron que respetaban el derecho de las afganas a la educación, el trabajo y la salud, pero solo “dentro de los límites de la ley islámica y de la cultura afgana”.
Para muchas activistas eso resulta demasiado ambiguo. “He oído diferentes puntos de vista sobre las enseñanzas islámicas a diferentes académicos. Los talibanes siguen interpretaciones extremas del Corán”, ha declarado a la BBC la diputada Fawzia Koofi, una de las dos mujeres que participaron en esas conversaciones con representantes del grupo. La versión talibán de la ley islámica (Sharía) incluía la flagelación, las amputaciones y la pena de muerte por lapidación, castigos que ponen los pelos de punta no solo a las feministas, sino a todos los defensores de los derechos humanos.
Significativamente, en las zonas de Afganistán controladas por los talibanes (casi la mitad del país, aunque no las áreas más pobladas), las mujeres siguen privadas de sus derechos básicos y en cuanto las niñas llegan a la pubertad (entre los 9 y los 12 años), dejan de acudir a la escuela. En el informe La vida bajo el Gobierno talibán en la sombra, la investigadora Ashley Jackson no pudo encontrar una sola escuela de secundaria para chicas en ninguna de las comarcas bajo influencia o control talibán. También constató que a las niñas se les pide que no acudan a clase con uniforme, sino cubiertas con un burka o un chador, que no lleven teléfonos móviles o que se eduquen en escuelas coránicas en vez de centros oficiales. Pero el mayor problema es disponer de maestras, ya que pocas enseñantes quieren ejercer bajo la férula de los talibanes, quienes siguen empeñados en que las mujeres no vayan solas al mercado.
“¿Cómo van a hacer los talibanes, con sus normas obsoletas y retrógradas, para reconciliar sus creencias con el Afganistán actual?”, se preguntaba Frogh, la activista antes citada.
Un 70% de los 38 millones de afganos tiene menos de 30 años, lo que significa que carece de una memoria directa de lo que supuso el Emirato Islámico de Afganistán, como los talibanes denominaron su régimen. Las nuevas generaciones de afganos, chicas y chicos, han crecido en un ambiente muy distinto a pesar de la violencia. El acceso a la educación ha sido clave. Pero también la televisión (prohibida durante el gobierno de los extremistas), los teléfonos móviles e Internet, que han acabado con el aislamiento de los jóvenes incluso en las zonas rurales, donde aún viven dos tercios de la población.
Las afganas han dejado claro que quieren la paz. Pero no a cualquier precio. “No queremos ser víctimas de la paz”, declaraba Koofi a EL PAÍS el año pasado, cuando empezó a hablarse del acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes. Para ella, como para el resto, la paz “significa vivir con dignidad, justicia y libertad”.
El portavoz talibán en Doha, Sohail Shaheen, ha dicho este sábado que “quienes están contra la paz están usando los derechos de las mujeres para hacer fracasar las negociaciones”. No está claro hasta qué punto ellos están dispuestos a respetarlos una vez que se incorporen a la vida política.