El pasado miércoles -del latín Mercurii dies, día de Mercurio- llegó a Madrid el secretario de Estado o ministro de Exteriores de la Santa Sede, Tarcisio Bertone, invitado por Rouco Varela.
Con su habitual finura empresarial, el Vaticano eligió para el viaje del número dos de su Estado independiente, de 44 hectáreas, el día dedicado a Mercurio, divinidad romana del comercio. EL PAÍS del jueves tituló así la noticia del viaje: "Zapatero mima al Vaticano para neutralizar a los obispos". Si Zapatero pretende neutralizar a los obispos, necesita asesoría religiosa que le explique bien lo que es la Iglesia católica. A los obispos no los puentea nadie. Una dictadura papal como la de la Iglesia católica, en su escalafón episcopal, sólo es puenteable sobornando al Espíritu Santo, un sujeto que, por su propia esencia divina, es inasequible a las tentaciones del dinero o de rendimientos en especie.
La Iglesia funda su doctrina en una sucesión de hechos históricos manipulados
El presidente del Gobierno recibió a Bertone con exquisita cortesía en el palacio de La Moncloa y evitó en la conversación, que duró una hora, hablar de los asuntos que enfurecen a su santidad el Papa, un auténtico ciudadano del siglo XII, y a la curia romana, un grupo de ciudadanos también nacidos antes del siglo XIII, de la ley del aborto o de ingeniería genética, tema, por cierto, de la magnífica novela Pereda Cebú que hoy sábado, a las 24 horas -sí, sí, a las 12 de la noche de hoy sábado, al filo ya del domingo, que es fiesta de guardar- presenta José Luis Moreno Ruiz en la librería Sin Tarima, de la calle del Príncipe, 9.
Aunque la novela Pereda Cebú no es recomendable para la curia romana, ni para Rouco Varela, ni para el equipo de obispos de la Diócesis de Madrid, a estos ciudadanos sí, al menos, se les puede recomendar la librería Sin Tarima, porque allí encontrarán un excelente librero que se llama Domingo y que, por tanto, con su nombre de pila, Domingo, que viene del latín Dominicus, que significa señor, está todo el día haciendo publicidad gratuita de Dios. Yo mismo, hace unos días, pasé por la librería Sin Tarima y, como en cuestiones religiosas no soy sectario, no tuve inconveniente de, a la hora de pagar un libro, hacer publicidad gratuita de Dios porque, en presencia de otros clientes, dije: "Domingo, ¿me cobra este libro?". El libro que compré, por cierto, se titula Poesía, de San Juan de la Cruz, con un estudio preliminar del escritor católico José Jiménez Lozano. Me interesó mucho el estudio de Jiménez Lozano porque las biografías de estos dos auténticos genios de la literatura, Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, son, por sus delirios religiosos, tan disparatadas, que resisten bien el parangón con las descabelladas aventuras de Don Quijote. Conocemos bien las delirantes batallas de Don Quijote. Pero ¿no es también delirante el enfrentamiento a muerte entre carmelitas calzados -que era la orden primigenia- y carmelitas descalzos -y, por cierto, descalzos y descalzas, como con muy fino sentido de las diferencias de género escribe literalmente Teresa de Ávila-, que es la nueva orden que funda Teresa de Ávila con Juan de Cruz? ¿No es el secuestro salvaje de Juan de la Cruz perpetrado por sus propios hermanos de orden, los carmelitas calzados, que, sensatamente, no quieren que la orden les prohíba el uso del calzado, porque ya su vida es suficientemente dura, un enloquecido delito que no se les ocurriría dibujar ni a los feroces humoristas de El Jueves? No es sectario afirmar -porque se atiene a los hechos- que los carmelitas calzados que secuestraron a Juan de la Cruz lo vejaron con humillaciones propias de los más degenerados terroristas.
El número dos del Papa ha predicado en Madrid contra el laicismo. La Iglesia oficial necesita altísimas dosis de laicismo porque es una organización dictatorial y misógina que funda su cínicamente llamada doctrina en una interminable sucesión de hechos históricos manipulados. La Iglesia oficial es medieval. Condenó el libre examen de Lutero, que convierte al cristiano en persona adulta, y desde la Contrarreforma al antimodernismo del siglo XIX y al Concilio Vaticano II del siglo XX, que maquilló el medievalismo con una profunda reforma litúrgica y cuatro cositas más de no gran importancia, se mantiene impertérrita en sus principios heredados de Pablo de Tarso (siglo I p. C.) y de Agustín de Hipona, que murió hace casi 16 siglos. Estos principios medievales son: el sexo es siniestro salvo que se oriente a la procreación dentro del matrimonio cristiano; los anticonceptivos son para los marcianos; el celibato eclesiástico es algo indiscutible; y la participación de las mujeres en la Iglesia no debe ir más allá de pasar la bandeja en misa. Si esto no es la Edad Media, la aguerrida Esperanza Aguirre es la reencarnación de una indefensa mariposilla de la sierra de Guadarrama.