Aunque parezca extraño, el laicismo tiene muy poco que decir del ateísmo. Simplemente, que es una opción más que debe ser protegida como contenido de la conciencia privada de cada cual, exactamente igual que otras opciones como puedan ser las teístas, deístas, panteístas, agnósticas, etc. Y eso es así porque el laicismo y el ateísmo se mueven en planos totalmente distintos: el laicismo en el de la filosofía política y el ateísmo o las demás opciones mencionadas en el de la ontología o concepciones metafísicas o filosóficas sobre el ser, la realidad o la existencia. El laicismo no se compromete con ninguna de esas opciones, sino que lo que propone es un marco político de convivencia donde todas ellas puedan tener cabida, creerse, vivirse y expresarse con total libertad y, a la vez, respeto y crítica mutua.
El laicismo defiende la libertad de conciencia, y en ese sentido asume un juicio de hecho, otro de valor, y un presupuesto anti-fundamentalista. El juicio de hecho es la constatación del pluralismo ideológico en las sociedades modernas y la diversidad cultural, identitaria y de formas de vida. El juicio de valor es la valoración positiva que el laicismo hace de ese pluralismo y diversidad intercultural: la sociedad se enriquece de esa forma. El presupuesto anti-fundamentalista recoge la condición de posibilidad de ese hecho y esa valoración: que no es posible ni deseable la homogeneidad ideológica, cultural o identitaria en base a una única opción ideológica, religiosa o del tipo que sea, lo que implica que es imposible establecer una verdad dogmática, definitiva, última e incontestable que pudiera servir de fundamento de esa homogeneidad. Si fuera posible saber con certeza total que existe algún dios o ninguno, o alguna verdad absoluta similar, no tendría sentido el pluralismo a ese respecto (como no tiene sentido –hoy por hoy– el “pluralismo” con respecto al resultado de la suma de 2+2, sobre la velocidad de la luz o la constante de Avogadro). Es la ausencia de ese fundamento absoluto lo que permite que cada individuo, desde su libertad de conciencia, pensamiento y opinión, pueda creer lo que mejor le parezca al respecto de esas cuestiones metafísicas y también religiosas o espirituales. De ahí que ninguna de ellas pueda servir de nexo común de la convivencia, ni de fuente de la legitimidad política o jurídica, ni de base base para ninguna moral compartida. Si así fuera, si el orden social, político o moral se estableciera en base a unas creencias no-comprobadas, se estaría incurriendo en fundamentalismo.
Lo dicho no implica relativismo de ningún tipo. El laicismo afirma unos valores y unos principios de convivencia que desde el relativismo serían imposibles (pues el relativismo niega todo tipo de verdad universal, incluso las que sean racionales o científicas). Que no exista ningún fundamento absoluto no quiere decir que no sea posible la convivencia en la diversidad y la pluralidad ideológica.
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