Confieso que en la frase que pronunció el Papa Bergoglio en Brasil, reconociendo beneficios en la laicidad del Estado, me pareció inicialmente entender un posicionamiento diferente de la Iglesia respecto al laicismo, tal que proviniendo de la nueva máxima autoridad, podría significar una revolucionaria novedad.
Había dicho el Papa, según la información de prensa: "“La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”.
Tras leerla, me he formulado las dos siguientes preguntas acerca de la expresión " Laicidad del Estado":
¿Es un concepto nuevo en el lenguaje de la Iglesia?
¿Es acaso la realización del principio de concordia de los seres humanos promovido por el laicismo a través de la neutralidad del Estado respecto a las diferentes opciones de conciencia particulares y de su separación de las instituciones religiosas, agnósticas o ateas?
En respuesta a la primera pregunta, he verificado que el concepto de "laicidad del Estado" ya había sido utilizado por Juan Pablo II, el 12 de enero de 2004, ante los representantes diplomáticos en el Vaticano, donde afirmaba que la laicidad del Estado era legítima, señalando además que ella correspondía a la separación del Estado de lo religioso, proveniente de la expresión de Cristo:
"Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Es evidente, entonces, que referirse a la laicidad del Estado, y aún elogiarla, no es una actitud nueva en el discurso papal.
Con respecto a la segunda pregunta, resulta de toda claridad que el concepto de laicidad del Estado, en la expresión papal, se refiere a su aconfesionalidad, que no considera a agnósticos y ateos, en tanto que por otra parte tiene la pretensión de validar el hecho religioso como consustancial en la naturaleza humana, y derivar, por consiguiente, la consideración especial que la religión reclama por ello del Estado. Ese es el significado de esta laicidad que "valora la presencia del factor religioso en la sociedad".
Si examinamos, por otra parte, los usos de la expresión "laicidad del Estado" en los pronunciamientos de la Iglesia nos puede hacer más sentido lo que está diciendo el Papa. En 2004, Juan Pablo II señalaba: "¡La laicidad no es el laicismo!", dando a entender que la laicidad del Estado no debía confundirse con el laicismo, intrínsecamente incompatible, según la Iglesia, con la libertad religiosa.
Para Benedicto XVI, el concepto de "laicidad del Estado" adquirió un atractivo especial en el contexto de su proyecto de nueva Santa Alianza con las demás religiones para enfrentar al laicismo. La laicidad del Estado, digamos su aconfesionalidad, significaba, para la Iglesia, la renuncia a que el poder político formal sea ejercido por una confesión, cuestión por lo demás prácticamente consensuada en el mundo occidental, pero manteniendo la obligación del Estado con las religiones, consideradas instituciones naturales. En palabras del papa Benedicto, en discurso a los juristas católicos el 9 de diciembre de 2006: "…la "sana laicidad" implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento individual, que se podría confinar el ámbito privado…. A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión". En esta línea, Benedicto acuñaría, en conjunto con Nicolás Sarkozy, en diciembre de 2007 en San Juan de Letrán, la expresión "laÏcité positive", para distinguir una laicidad "buena", que incluye las religiones, y una laicidad "mala" que correspondería al laicismo.
No puedo negar que, en mi desprevención, casi he mal interpretado la frase papal, que quizás estaba cuidadosamente preparada, precisamente, para provocar este efecto.
En todo caso, ha bastado una somera revisión de la expresión de Bergoglio para concluir que, una vez más, se trata de un espejismo y nada nuevo hay bajo el sol.