Conviene recordar, en este tiempo de incertidumbres y conflictos bélicos, que la defensa de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa es fundamento y anclaje de la Democracia y de la Paz.
A lo largo de la historia de la humanidad han sido innumerables las guerras, y prácticamente en todas puede reconocerse, de un modo u otro, el rastro del nacionalismo excluyente o del integrismo religioso. Por eso, ante la barbarie inducida por los de siempre, los intolerantes y los violentos, se debe alzar la defensa de la libertad, la igualdad y el respeto. Así es como se construye la laicidad como energía tranquila, serena, inclusiva y democrática. Y es que la laicidad cobra fuerza porque es un movimiento que se nutre de otros movimientos. Un movimiento de progreso pacífico en el que pueden reconocerse y coincidir grupos diferentes, desde los religiosos que apuestan por la pluralidad hasta los ateos, pasando por racionalistas, librepensadores o agnósticos. Pero es que, además, la laicidad asienta su propio caudal en el terreno de nuestro tiempo, en el mestizaje de nuestras sociedades, en las personas que se quieren y se respetan con independencia de su color, creencias, orientación sexual u origen.
Nos ha tocado compartir un momento en el que la mundialización de la economía, la revolución de los transportes y la tecnológica, están generando cambios rápidos y a gran escala. Cambios que probablemente sólo pueden compararse a los que se produjeron con la revolución industrial y que, lógicamente, están generando inseguridades e incertidumbres. Así, ante la caída de los grandes relatos, de muchos dogmas y de determinadas certezas, puede tomarse el camino que nos separa o aquel que nos une, suma y reúne en la convivencia y la confianza. Debemos creer y defender, pues, que el espacio público es el único camino que nos permite avanzar sin dejar a nadie atrás. Así, debemos apostar por las libertades, por los derechos de ciudadanía, por la solidaridad por encima de las diferencias culturales e identidades particulares, reconociendo los valores comunes y aceptando que nuestra diversidad es una fuente de riqueza; debemos apostar, pues, por los espacios de encuentro y por la laicidad como clave de futuro.
Por todo lo anterior, debemos decir no a los fundamentalismos, a los particularismos excluyentes, a cualquier expresión que fomente el machismo, el racismo, la homofobia… Y sí a la solidaridad, al respeto y a la integración desde la diferencia de cada cual. Sí, ahora más que nunca, a la Alianza de Civilizaciones, no sólo a escala global sino también en nuestras casas, barrios, ciudades… Un sí laico. Y es que la diversidad de nuestra sociedad –que es nuestra riqueza- marca la urgencia de avanzar hacia la laicidad. Porque la laicidad es antídoto de extremismos políticos e integrismos religiosos.
Pedro Zerolo es concejal en el Ayuntamiento de Madrid y miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE