Nos llega la noticia de que 2014 se declarará “Año de la Santa Faz” en Alicante por la coincidencia con el 525 aniversario del "milagro de la lágrima”, y con motivo de la concesión del Año Jubilar por parte del anterior Papa; esta distinción se sumó a la dada a la reliquia alicantina en febrero de 2012, cuando se otorgaron indulgencias a todos los peregrinos hasta 2019. Además, también se ha marcado como objetivo emprender acciones de promoción de la Santa Faz.
Pensará el lector que la declaración del Año de la Santa Faz y las acciones de promoción a que me refiero provienen de la Iglesia, pero no, ingenuo amigo, son iniciativas del Ayuntamiento de Alicante, con su alcaldesa, Sonia Castedo (del PP), a la cabeza. Además, por los motivos señalados, parece que se ha invitado al papa Bergoglio a visitar en 2014 la susodicha Faz. Ahora sí se habrá olido el avisado lector que –según los diarios alicantinos– la invitación no la ha hecho directamente la Iglesia, sino Rajoy… por encargo del Ayuntamiento, que desde ahora no se debe quejar si lo tildan de “fazista”. Término que, por cierto, hay constancia fotográfica de que ya se podía aplicar a Francisco Camps cuando era presidente de la Generalitat valenciana.
Se dice, siguiendo una leyenda que se remonta al siglo V, con la identificación de la hemorroísa curada por Jesús como Verónica (en el evangelio apócrifo de Nicodemo, también conocido como Actas –o Hechos– de Pilatos), que la Santa Faz alicantina es una de las bastante diferentes imágenes de la cara de Jesús que quedaron grabadas en el paño con el que la tal Verónica enjugó el rostro de Jesús antes de su crucifixión. Con el añadido de una milagrosa lágrima agregada en 1489, en muy modesta respuesta celestial a una súplica de lluvia. La misma faz también es modesta, con un tamaño más bien propio de la cara de un recién nacido, como apunta Juan Eslava Galán en el estupendo libro “El fraude de la Sábana Santa y las reliquias de Cristo”, al que remito a quien quiera conocer más detalles de esta y otras truculentas historias.
No niego que, para un creyente, esa cara, una de las tres docenas largas que existen por las iglesias del mundo (como el Santo Rostro de la catedral de Jaén; en cambio, el sudario de Oviedo habría cubierto el rostro de Jesús después de muerto) con similares pretensiones de ser reliquias de la transmisión sanguinosudorienta de la imagen del padecimiento del rostro de Jesús, pueda ser un objeto de veneración, como lo son para los fans de Elvis sus pertenencias, incluso las falsas. No importa que la Santa Faz se parezca mucho más al eccehomo de Borja que a una auténtica huella en un paño. No importa que, de ser auténticas las reliquias, aquel paño tendría decenas de dobleces y sería más superabsorbente que algunas modernas compresas; tanto como la magdalena del chiste, que, al ver la velocidad con que absorbe la leche, temes que si no la sueltas te chupe la sangre. El temible paño, actuando más como esta magdalena que como sugiere la verónica taurina, habría dejado a Jesús exangüe antes de llegar a la cruz.
Todo eso no nos importa. Pero para un cargo público (y, me temo, una carga pública), asumir esa notable ficción le hace caer en una situación, digamos, incómoda respecto a muchos de nosotros, los ciudadanos. Pues nos pone en un dilema: ¿será un feliz indocumentado o será un político sin escrúpulos respecto a la aconfesionalidad del Estado y a la simple racionalidad? Sin olvidar lo más probable: que reúna ambas cualidades.
Se dice que la lágrima que cae del ojo derecho de la Santa Faz es fruto de un milagro. A mí, por la acción municipal alicantina, de milagro no se me han caído dos lágrimas: una, de pena, del ojo izquierdo y otra, de risa, del derecho.
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