En las discusiones respecto a cuán responsable es la propia doctrina islámica en el desarrollo del terrorismo, Sam Harris ha ofrecido un ejemplo aparentemente demoledor: basta con comparar los palestinos musulmanes con los palestinos cristianos. Ambos grupos sufren los mismos vejámenes de la ocupación israelí; ambos son igualmente oprimidos, pobres y vulnerables. Pero, casi no se han reportado ataques terroristas por parte de cristianos palestinos; en cambio, ha habido plenitud de ataques terroristas por parte de musulmanes palestinos. Parece, pues, que la expectativa de las setenta y dos vírgenes, sí es relevante.
Este tipo de ilustraciones me parecen muy poderosas, lo mismo que las comparaciones que suelen hacerse entre las dos Alemanias, o las dos Coreas. Es prácticamente un experimento científico con situaciones controladas: dos pueblos con las mismas condiciones geográficas y las mismas condiciones sociales, pero con distintas religiones. El diferencial entre uno y otro, debe proceder de la variable religiosa. Y, así, se prueba que el Islam sí incita al terrorismo.
Pero, el auge del Estado Islámico en el 2014, me ha hecho cambiar de opinión. Quizás las doctrinas islámicas sí sean condiciones necesarias para este tipo de terrorismo, pero no condiciones suficientes. Hace falta más para que un joven musulmán decida convertirse en terrorista mártir.
Muchos analistas, siempre críticos de Occidente, señalan que, si no fuera por el pasado de depredación colonial, o por la situación de exclusión social de los jóvenes musulmanes en Europa, no se volverían yijadistas. Quizás. Pero, una de las cosas que más sorprende del Estado Islámico es que en buena medida está conformado por gente más o menos acomodada en sus países de origen, que no parece ser muy consciente de los abusos coloniales del pasado.
Más sorprende aún que, según parece, muchos de los yijadistas oriundos de países occidentales, ni siquiera conocen las bases doctrinales del Islam. Uno de esos yijadistas, por ejemplo, antes de viajar a Siria, compró Islam para dummies. Obviamente, no son fanáticos religiosos convencidos, pues ni siquiera conocen las cosas más elementales de su propia religión.
Pero entonces, si no es la doctrina islámica, pero tampoco la opresión por parte de Occidente, ¿cuál es la motivación de estos jóvenes? Yo diría que, en parte, están motivados por la contracultura. Como bien han demostrado Andrew Potter y Joseph Hearth en un genial libro, rebelarse vende (ése es el título del libro). La contracultura empezó siendo expresión de inconformidad con el sistema y la defensa de ideales justos, pero pronto, se la tragó el propio capitalismo. Y, así, la contracultura se convirtió en una mercancía más.
Pues bien, muchos de estos jóvenes yijadistas quieren consumir esta mercancía. Buscan ser cool, y encuentran en la yijad una forma de conseguirlo. La yijad no se basa ya en un almuedín recitando aburridísimos versos del Corán. La yijad es ahora más bien parecida a una película de Rambo, con música rap de fondo. El Ejército Islámico se vale de técnicas de producción avanzadas en sus videos propagandísticos, y un impresionante uso de las redes sociales. Seguramente el autoproclamado califa Al Baghdadi no es uno de estos jóvenes consumidores de imágenes cool. Pero, ciertamente ha visto el enorme potencial en estas imágenes, y su táctica mediática atrae cada vez más seguidores.
En América Latina, por décadas hemos vivido algo similar. El joven que se va a la montaña con el fusil, quizás tenga alguna base ideológica, pero ciertamente, la imagen romántica del Che Guevara fumando un cigarro y sin camisa, lo inspira más. Esas mercancías capitalistas que hacen despliegues de símbolos contraculturales desprovistos ya de su sentido original, aún inspiran a algunos jóvenes a unirse a la lucha contra el sistema, pero irónicamente (aunque seguro de forma inadvertida), esa participación revolucionaria es una afirmación del consumismo capitalista.
Pues bien, en el yijadismo actual, comparado con los revolucionarios latinoamericanos, hay aún mucho más despliegue de imagen cool, y menos compromiso ideológico. El yijadista ha jugado videojuegos bélicos y ha visto muchas películas de acción, y ahora quiere sentir el mismo glamur, en una versión adaptada a sus orígenes culturales. Rambo es el gran héroe de los norteamericanos blancos; ahora el yijadista quiere ser el Rambo de los musulmanes.
El caso de Islam Yaken es muy emblemático. Hace apenas dos años, era un muchacho imbuido en la cultura de consumo propia de la elite egipcia occidentalizada. Su obsesión era mantener los cuadros en el abdomen, y otras frivolidades propias del capitalismo en su fase más degenerada. Con el auge del Ejército Islámico, fue a Siria y se volvió yijadista. ¿Sufrió una repentina transformación? No. Más bien, llevó la cultura de consumo a un nivel superior: encontró en la yijad una forma de ser cool. Y, sus superiores no tardaron en ver esto, y aprovecharlo: tomaron una foto en la que él aparecía con los cabellos y las gafas propios de un hipster de New York, y han utilizado esa imagen para reclutar a nuevos jóvenes.
Mahoma tiene una cuota de responsabilidad en toda esta barbarie del Estado Islámico. Pero, yo también añadiría a Rockefeller y los artífices de la sociedad de consumo, así como los promotores de la contracultura que, eventualmente, se dejaron consumir por el consumismo, y convirtieron su movimiento en una mercancía más.