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La Virgen de la Muela y el capitalismo

La religión ya ni salva ni es el opio del pueblo, empiezo a pensar que el capitalismo sí lo es: crea paraísos artificiales y fiscales, genera adicción y sufrimiento, endeuda y mata.

A mi abuela no le gustaba que se hablara de política en la mesa. Era como conjurar la guerra, y con miedo en el cuerpo, la comida no asienta. Hoy en día me pasa con la palabra capitalismo, que me da vueltas en la cabeza, pero nunca sé en qué mesa colocarla, es como si se me atragantara.

Este mes he conocido a la Virgen de la Muela en la parroquia de San Cristóbal de Boedo. Mi madre nació el día de la fiesta de la virgen, el 8 de agosto, pero hasta ahora solo nos había hablado de la fiesta, no de la virgen. Y eso que lo tiene fácil, porque con frecuencia sale en la mesa la conversación de la pérdida recurrente de alguna de sus prótesis dentales y, además, tiene por vecina de enfrente, al otro lado del felpudo, una clínica dental, que es lo que realmente la salva. La religión ya ni salva ni es el opio del pueblo, como pudimos comprobar a la exigua salida de la misa de domingo. Empiezo a pensar que el capitalismo es el propio opio del pueblo: crea paraísos artificiales y fiscales, genera adicción y sufrimiento, endeuda y mata. Es casi como dios, no se le nombra pero está presente en todas partes: en las condiciones de trabajo de nuestras hijas, en la salud mental de quienes nos rodean y sus kits de psicofármacos; en el mercado de la vivienda y las eléctricas, en las actitudes miedosas y defensivas de la gente, en la situación de emergencia climática, en las cárceles, en las fronteras y en las nuevas geografías de la explotación.

Hablar de capitalismo no es solo hablar de economía, ni de tiempos pasados, ni de Marx, ni ser de El Partido, ni del lado vencido. Es hablar de nuestras cosas del comer y del vivir. Es saber en qué lugar estás aunque en tu perfil de Instagram publiques el anuncio de tu vida en primera línea de playa y en las encuestas tiendas a colocarte en una clase social aspiracional más que en una real.

La estrategia capitalista en su look neoliberal no es solo económica, se cuela en tu fondo de armario, se inyecta en tus venas, en las subjetividades. Nos incita a transformar nuestras conductas para poder asumir individualmente los riesgos que comporta una deuda que el propio sistema genera a la vez que se la cobra en nuestras vidas. De la «inclusión a través del empleo» hemos pasado a la «inclusión por medio de las finanzas». Y en esa foto familiar salimos todas: asalariadas, desempleadas, autónomas, rentistas, sin papeles y pensionistas. Los riesgos sociales asumidos colectivamente por el Estado de bienestar se vuelven cada vez más responsabilidad de cada persona y de su riesgo individual de endeudamiento, del trabajo de las mujeres y de su capacidad para generar redes sociales primarias de apoyo. Nos transformamos en clientas o usuarias endeudadas de capitalistas, narcotraficantes y administraciones. Como dice el sociólogo y filósofo Maurizio Lazzarato, privatizar la oferta de servicios significa eliminar la dimensión política de la demanda social y su forma colectiva. El Estado, una vez liberado de las expectativas, los derechos y la igualdad que conllevan las luchas, podrá asumir las funciones que el neoliberalismo le tiene reservadas: se convertirá en un Estado fuerte para una «economía libre», desregulada y depredadora; un Estado fuerte y autoritario para las personas débiles (las desposeídas) y débil y sumiso con las fuertes (las propietarias).

La estrategia capitalista en su look ultraliberal y neofascista está a favor de un Estado fuerte, por un lado, para reprimir y hacer la guerra a las minorías, a las personas migrantes, a las mujeres, a las disidencias sexuales y de todo tipo, y, por otro, para construir el mercado, la empresa y especialmente la propiedad en una dirección biocida. Siguiendo a Lazzarato, la estrategia capitalista usa la democracia como una cáscara vacía porque, en estas circunstancias, le son favorables. No conserva el aspecto del conquistador o del imperialista como en la época de la colonización: prefiere replegarse dentro de los límites del Estado-nación y esconderse tras una maraña de empresas matrices y subsidiarias y de tratados internacionales de comercio e inversiones. Es más bien defensivo, temeroso, ansioso, consciente de que el futuro no está de su lado. El antisemitismo ha dado paso a la fobia del islam y las personas migrantes. Con los nuevos fascismos, la agenda sigue siendo la del neoliberalismo con un toque de nacionalismo. Hay un aire de familia que atraviesa el capital y el fascismo, que el siglo XX ha sacado a la luz y que el siglo XXI propone nuevamente, bajo nuevas formas. A través del racismo y del sexismo, el sistema hace posible la falsa promesa de hacer de cada hombre blanco un propietario con miedo a ser robado: «Nos roban el trabajo, a nuestras mujeres, invaden nuestros territorios…».

El racismo, el sexismo y, cuando corresponde, la guerra y el fascismo son los únicos capaces de asegurar la continuidad política de la expropiación y la expoliación cuando la situación se endurece, cuando los tiempos más otoñales del capitalismo requieren envolver su cuerpo con nuevas capas de tejido humano.

Espero que la Virgen de La Muela, envuelta en su manto blanco, sepa devolver la deuda que el sistema capitalista tiene con ella y cuidar de Pilar cuando llegue el invierno. Pilar, la mujer de más de 80 años que cuida sola de sí misma, de su casa y de la iglesia, que regresó a su pueblo para cuidar de su madre enferma después de migrar a Alemania para trabajar en cadena en fabricación textil durante más de 15 años. Perdí la confianza en la religión y en el capitalismo cuando era joven y de forma casi pareja, pero la Virgen de La Muela me ha despertado simpatía porque trajo la sonrisa a nuestra mesa y me ha permitido hablar de capitalismo a mi manera.

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