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La violencia de lo sagrado

En su alocución en Brasil el Papa ignoró los abundantes datos sobre el abuso colonizador

Decir en Brasil que la evangelización "no fue imposición de una cultura extraña" es una provocación, aunque fuera proferida por el Papa de Roma, que tuvo cumplida respuesta por parte de Evo Morales y de Hugo Chávez, pero que también pudo venir del colombiano Gabriel García Márquez, del mexicano Luis Villoro o del portugués José Saramago. La "cultura extraña" era la europea que llegó a América en formato religioso y terrenal, es decir, como cruz y espada.
Si la noticia dio la vuelta al mundo fue porque el Vaticano buscaba la exculpación en el desconocimiento de la historia. A estas alturas de los tiempos ya no se sostiene el relato de los vencedores. La memoria de los vencidos, tantos siglos reprimida, se ha hecho pública. Hoy nos fiamos más de Bartolomé de las Casas que de Ginés de Sepúlveda, y pocas dudas caben sobre la violencia que acompañó a la conquista y a su inseparable evangelización.
Algo de esto debieron de decir al Papa, tras su regreso al Vaticano, porque no tardó en llegar la rectificación: "Hubo sombras", dijo Benedicto XVI, "que acompañaron la obra de evangelización".

LA METÁFORAde las sombras es una forma de disculpa que no aclara mucho, sobre todo si de paso se cita a Bartolomé de las Casas para demostrar que la Iglesia ya se opuso a la violencia desde sus inicios. De las Casas era la excepción, y la norma fue la violencia, también la sagrada. Aquella España católica estaba tan imbuida de la superioridad de su cultura religiosa que, desde los Reyes Católicos, no entendía más forma de convivencia que la asimilación. El español tenía que ser católico, por eso se expulsó al judío, en vísperas del viaje de Colón, y luego al morisco. Quedaba el camino de la conversión, pero cuando judíos o musulmanes dieron ese paso, apareció la pureza de sangre como criterio supremo de españolidad o cristiandad, que tanto monta. No se fiaban de los conversos porque su número podía contaminar la pureza étnica del español.
Cuando hacia 1609 se prepara la expulsión de los moriscos, hay obispos que interceden ante el rey para que deje en paz a quienes de entre ellos son probados cristianos. El monarca responde que no se fía de sus prácticas sacramentales porque lo importante es "que ayan usado de vino y tocino y desviádose del algaravia". Importaba más la pertenencia étnica, es decir, lo que comían, bebían o hablaban, que la creencia religiosa. Así funcionaban las cosas en la Península, y en ultramar se trató a los indígenas como si fueran moriscos, a saber: para el eclesiástico eran bárbaros; para el hidalgo, casta vil; para el señor, siervos por derecho de conquista; para el soldado, enemigos; para el mercader, mercancía, y para el político, súbditos.
Los estudios historiográficos ponen el acento en la importancia que tuvo el concepto de pureza étnica en la política española de ese tiempo. Durante siglos alimentó la enemiga entre las dos Españas e inspiró en el siglo XX el racismo hitleriano. La revista jesuita Razón y Fe escribía en 1940, cuando los nazis parecían invencibles: "El mundo nos da ahora por fin la razón y, después de cuatro siglos, los mayores políticos adoptan el consejo de nuestros católicos soberanos expulsando de su territorio a esta raza peligrosísima".
El Papa alemán no debería olvidar que hay una relación entre el furor católico contra la sangre impura y la locura nazi por la sangre pura. Y eso le coloca a él precisamente, en cuanto católico y alemán, en la delicada tesitura de gestionar bien la herencia. Son gente como De las Casas o el indio peruano Felipe Guamán Poma los que pueden decirle cómo. Ambos fueron cristianos que se pusieron del lado del indio para denunciar la violencia de la "cultura extraña", es decir, son la prueba de que desde la religión que viene de Europa no todo es violencia, ya que también se la denuncia, como hace el viejo De las Casas, cuando escribe que lo que se hizo en las Indias "ha sido contra todo derecho natural y derecho de gentes, y también contra todo derecho divino y, por consiguiente, nulo, inválido y sin ningún valor". De Guamán se sabe que, agobiado por el sufrimiento de sus hermanos, salió a caminar en busca "de los pobres de Jesucristo" para denunciar ante el rey los atropellos que se les hacía. La carta nunca llegó a su destino, pero ahí está como prueba de que la religión impuesta por la violencia y utilizada para violentar es capaz también de denunciar esos mismos atropellos.

AHORA BIEN, SItenemos en cuenta el destino de los latinoamericanos que hoy se inspiran en el indio peruano o en el obispo de Chiapas, no parece que Benedicto XVI esté demasiado dispuesto a hacerse cargo de excesos pasados. El peruano Gustavo Gutiérrez, que es quien ha rescatado la figura de Guamán, o el vasco-salvadoreño Jon Sobrino, que ha hecho suyo el pathos de De las Casas, están ante el Vaticano bajo sospecha.
Al Papa, como a cualquier líder político, le gusta mirar el pasado de su país o de su religión con orgullo. Siempre habrá alguna sombra de la que arrepentirse, pero sin que cuestione la bondad, la legitimidad o el valor de la obra realizada. Exactamente lo contrario de lo que decía De las Casas, citado en vano.

* Filósofo e investigador del CSIC.

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