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La vida sin reyes

La verdad es que en España ni los reyes (ni los camellos) te regalan nada. Son una inversión fallida. Es más, si te descuidas te camelan y te roban. Mejor no juntarse con ellos, niños

«A falta de cabalgata —anunciaron desde el Ayuntamiento de Madrid— los niños podrán disfrutar desde sus ventanas con los seis destellos de luz con forma de estrella fugaz que se dispararán desde «lugares secretos a partir de las 18:30 y en intervalos de 25 minutos». Pero ya sea por la nubosidad o porque este año los destellos han sido selectivos, como el confinamiento, por mucho que miramos al cielo no alcanzamos a ver nada. Nunca te lo perdonaré, Almeida. 

Afortunadamente, y seguro debido a «nuestra forma de vida», nosotros no somos mucho de Reyes. En casa siempre hemos intentado dejar al descubierto su impostura y su inutilidad. Lo mismo con los señores que vienen en camello y traen regalos. 

Tampoco es que nos vaya tan bien en la navidad republicana. Como Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, el peso de las festividades lo lleva Papá Noel, ese señor que reúne todas las características del votante medio de Trump (hombre, blanco y con sobrepeso) y se resiste a dejar de gritar ¡make christmas great again! en este año de mierda.

No, en Latinoamérica no hay Reyes, pero los que vivimos en España hacemos el esfuerzo por entrar al juego y abrazamos algunas tradiciones locales. Queremos dejarnos seducir por la fantasía y creer que existen, intentamos encontrar esos destellos en el cielo, pero ¿qué quieren? Los reyes se nos esconden. O escapan. No los vemos ni en la tele. Y tengo que admitir que a veces hasta me conmueve la entrega a ese juego nacional catolicista. Pero, la verdad es que en España ni los reyes (ni los camellos) te regalan nada. Son una inversión fallida. Es más, si te descuidas te camelan y te roban. Mejor no juntarse con ellos, niños. 

Pero oye, que tampoco soy el Grinch. Y ayer me puse en la cola de la panadería para comprar roscón y cortarle a Amaru el trozo con el rey escondido. ¡Y qué bien se esconde el desgraciado! ¡Ni que estuviera en Abu Dabi! Habrá que hacer destrozos para encontrarlo. Afortunadamente, en la panadería de mi barrio había roscón relleno de manjarblanco, lo que para algunos será una aberración y para otros una fantasía del sincretismo navideño. Yo me apunto al roscón con crema de maracuyá, sauco o aguaymanto, pero no a los discursos de  integración de los migrantes. 

No ha habido cabalgata de Reyes este año y eso que seguramente nadie se hubiera atrevido a llamarla «cabalgata de la muerte». Aquí sus majestades ni están ni se les esperan. Solo nos queda imaginar que están en un reino lejano, tomando el sol e intentando pasar, por una vez, desapercibidos. Y eso sí, prófugos y llenos de orgullo y satisfacción.

*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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