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La verdadera moral. Que nadie muera de frío

Mientras la Iglesia se siga apoderando de muy buena parte del presupuesto para obra social, queremos iglesias abiertas. Las suficientes para que nadie muera de frío. Y queremos que la obra social sea competencia del Estado, y no de ninguna organización privada.

El domingo pasado, en medio de la reciente ola de frío polar, una mujer maravillosa y solidaria que conozco, de nombre Laura, se dedicó a recoger entre amigos y vecinos ropa, comida y mantas para entregar a un grupo de personas sin hogar que iban a dormir bajo techo, bajo el techo de una iglesia. Ahí es nada. Quizás era la respuesta “del cielo” a una iniciativa, que alguien creó en la plataforma Change.org, que pedía firmas exigiendo a la Iglesia católica que se abran las puertas de sus templos para que las personas que duermen en la calle no mueran de frío.

Con el coche lleno de bolsas con ropa, comida y mantas para esos hombres y mujeres en situación de pobreza extrema, Laura, quien, lo aclaro, es animalista y atea, se dirigió a Barcelona, a la iglesia de Santa Ana, cuyas puertas han sido abiertas, mientras dure el frío intenso, para acoger, atendidas por voluntarios, a personas sin hogar, con sus mascotas. Digo bien ¡con sus mascotas! De todos es sabido que la Iglesia rechaza la complicidad con los animales, difunde por activa y pasiva la insensibilidad hacia ellos, y prohíbe, de hecho, su entrada en los templos. Y digo bien, voluntarios, que son los que suelen hacer los trabajos de la supuesta ayuda social de la Iglesia, aunque sea la organización la que se lleva siempre los loores.

Se siente hasta el impulso de dar las gracias más sinceras a ese párroco o al superior que le ha dado tales consignas, tan habituados que estamos a percibir frialdad y hostilidad por parte de los que nos venden ese extraño “amor al prójimo” y esa inaudita “moral” que tantas cosas y tanto dinero justifican. Sin embargo, no nos engañemos ni nos dejemos engañar, lo cual suele ser bastante habitual. A veces se utilizan las excepciones  para explicar la norma de manera engañosa o falaz, lo cual es un grave error argumental. Que la Iglesia abra las puertas de uno de sus inmuebles en Barcelona es una excepción. No soluciona nada, apenas acoge a varias decenas de personas sin hogar. Eso sí, lava su imagen y oferta, repito,  una excepción como la norma que no es tal; y frena las críticas de los que consideramos aberrante e indecente que la organización que se lucra por hablar de supuesta espiritualidad, y que cuesta al Estado español once mil millones de euros al año,  muestre tal indiferencia ante la precariedad de ese prójimo al que tanto dice amar.

Existen 40.000 personas sin hogar en España, en todas las ciudades y en muchos pueblos de nuestra geografía. Y existen 23.071 parroquias, 57.531 sacerdotes, 819 monasterios y 2.600 centros educativos católicos, con datos de la Conferencia Episcopal. Todo ello, por descontado, financiado con dinero público, es decir, de todos; incluidos los que duermen en la calle. Es más, por la reforma de la Ley Hipotecaria que hizo Aznar, la Iglesia católica está registrando a su nombre miles de inmuebles de titularidad pública. Es genial la apertura de esas puertas en una iglesia de Barcelona, pero necesitaríamos iglesias abiertas en todas las ciudades de España. Aunque el problema de fondo es que la obra social no debe depender de ninguna organización religiosa, porque así vamos como vamos, con miles de personas desprotegidas durmiendo y muriendo en la calle en invierno. Debe ser competencia del Estado. Habría que habilitar los albergues suficientes, con personal cualificado, no con curas ni monjas, sino con profesionales de la sanidad y de la asistencia social. Ése es, realmente, el problema de fondo.

Mientras tanto, mientras la Iglesia se siga apoderando de muy buena parte del presupuesto para obra social, queremos iglesias abiertas. Las suficientes para que nadie muera de frío. Y queremos que la obra social sea competencia del Estado, y no de ninguna organización privada. No queremos excepciones que manipulen nuestras conciencias, ni queremos caridad, esa falsa filantropía que justifica y perpetúa las desigualdades sociales y la captación de fondos en teoría destinados al bien de todos; queremos solidaridad. Solidaridad real. Porque es bochornoso, vergonzoso y cruel que se permita la muerte de seres humanos por frío y por desamparo y miseria, mientras esas puertas, que a veces se abren de par en par para hacer misas franquistas, se cierren ante el sufrimiento y la desesperación de tantas miles de vidas indefensas. La verdadera moral y la verdadera bondad del hombre sólo pueden manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna, con los seres indefensos, decía Milan Kundera en “La insoportable levedad del ser”. Ésa, y no otra, es la verdadera moral.

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