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La verdadera diversidad

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Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Es hora de abrir el debate para tener una educación laica que nos lleve hacia el futuro y no un espejismo decorativo que nos condena a un escenario cada vez más regresivo

Desde hace unos pocos años se ha impuesto en la educación pública la obligatoriedad de ofrecer a los alumnos el derecho a recibir en los centros públicos formación religiosa acorde con sus creencias. Hoy por hoy se ofertan ya, además de la religión católica, la musulmana, evangélica y judía.

Con frecuencia esta nueva realidad se ha justificado en el nombre de una santificada diversidad tan pacata como ingenua, aireada por un supuesto progresismo que, lejos de llevarnos a una sociedad más plural, nos conduce en nombre de no sé qué santa ingenuidad identitaria, a una escuela más retrógrada, menos libre propia de tiempos pasados.

En primer lugar, hay que hacer constar que un asunto privado de los ciudadanos, como es la religión, se convierte ahora en un asunto de Estado, lo cual es un craso error. El Estado debe garantizar que cualquiera pueda practicar y profesar cualquier religión, siempre y cuando estas no violen los derechos garantizados e inalienables de los ciudadanos. Esto es fácil de entender y explica por qué en las sociedades modernas surgidas de las transformaciones políticas de la Edad Contemporánea no se toleran aquellos cultos que, por poner un ejemplo extremo, permitieran sacrificios humanos por muy vistosos, folclóricos o apasionantes que pudieran ser.

El Estado es responsable, además, de que cada cual pueda elegir y practicar su religión sin temor a discriminación alguna, como así lo recoge la propia Constitución, pero no por ello debe él mismo impartir doctrina religiosa alguna desde sus instituciones. Lo contrario sería inmiscuirse en la conciencia de sus ciudadanos. Las ceremonias, ritos y reflexiones acerca del hecho religioso deben pertenecer a la esfera íntima y privada. Quien lo desee puede encontrar orientaciones y consejos en sus respectivos templos. Cualquier liberal clásico aceptaría esta premisa. No discriminar a nadie no es impartir más religiones, sino no impartir ninguna.

Y este argumento se esgrime desde el respeto a las creencias de todas las personas, también a las de mis alumnos ortodoxos o budistas, que ya deben estar preparando sus cartas de protesta porque sus religiones no aparecen entre las ofertadas, lo cual es lisa y llanamente un agravio.

Todavía hay más cuestiones que hacen de la impartición de religión en los centros públicos un asunto espinoso. Piensen ustedes que tal y como está planteada la ley, basta la demanda de un solo alumno prácticamente para que la materia se imparta. Esto no deja de ser terrible cuando sabemos que otras materias como Historia del Arte o Geología, por poner solo algunos ejemplos, requieren un número mínimo de alumnos para ser impartidas, lo cual a mi modo de ver es una clara discriminación que, además, relega la formación académica de los alumnos en favor de las creencias en un ámbito en el que debería suceder precisamente lo contrario.

Para continuar, es necesario remarcar que la ciencia y la religión son modos muy diferentes de acercarse al conocimiento, resultando contradictorios, cuando no totalmente opuestos. Explicar esto es relativamente sencillo poniendo un ejemplo práctico. El profesor de biología puede explicar en un aula la teoría de Darwin para que solo una hora después todo lo que ha expuesto sea no solo negado, sino también presentado como una impiedad pecaminosa.

Sea cual sea nuestro punto de vista al respecto, sin escandalizarnos ni desgarrarnos las vestiduras, deberíamos aceptar una educación encaminada a producir seres pensantes, no creyentes.

Relacionada con esta última idea debemos también tener en cuenta que la información impartida en los institutos debe estar encaminada a fomentar las actitudes respetuosas, pero también el pensamiento crítico destinado a cuestionar las verdades preconcebidas y los prejuicios, tanto propios como de los demás.

Desde hace años vengo asistiendo a la reiterada angustia con la que se enfrentan nuestros alumnos cuando tratan de cuestionarse algunas de las verdades tradicionales en las que son educados por sus familias. Así sucede, por ejemplo, con muchas de nuestras alumnas musulmanas, que han encontrado en los institutos espacios de libertad donde reinterpretar su fe de manera mucho más abierta, menos discriminatoria, llegando a conciliar su religión con el feminismo.

No sé cómo van a ser las personas que impartan la religión islámica en los centros, pero a menos que pertenezcan a las ramas más progresistas del Islam, para muchas de nuestras alumnas musulmanas tener religión no va a ser precisamente una ayuda, sino una prolongación de la prisión discriminatoria en la que viven atrapadas.

¿Cómo hacemos compatible la educación en la igualdad, la tolerancia y la no discriminación de la mujer con doctrinas que dividen y conciben el mundo con una clara división de género y en el que prima un relato patriarcal? ¿Cómo es posible educar en la tolerancia de género si en el aula de al lado se afirma que la homosexualidad es pecado o una total abominación salida del infierno?

Para colmo de males, esta oferta de religión a la carta solo es aplicable a los centro públicos, y no para los concertados, amparados en que ya tienen un carácter marcadamente religioso, lo cual es otra nueva discriminación.

Vuelvo a reiterar mi total tolerancia hacia todos los cultos y creencias, pero lo más racional para todos sería sacar a la religión de la educación pública de una vez. Vivimos en una realidad nueva que, nos guste o no, va a ser cada vez más multicultural. La mejor, la única, la verdadera manera de abrazar esta pluralidad no pasa por ofertar cada vez más religiones, sino por retirarlas todas.

No hay más amplio abanico para recoger la diversidad que el ofrecido por el laicismo. Es hora de empezar a abrir el debate para tener una educación laica que nos lleve hacia el futuro y no un espejismo decorativo y naif que nos condena a un escenario cada vez más regresivo.

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