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La teología de la liberación, hoy

Estos días se celebra en Madrid el 33º Congreso de Teología bajo el lema La teología de la liberación, hoy. El pensamiento político conservador, la teología católica tradicional y la institución eclesiástica coinciden en el veredicto sobre esta teología: debe ser condenada. Más aun, ya han diagnosticado su muerte e incluso han celebrado su entierro y sus funerales. Pero su veredicto responde a los intereses que defienden el neoliberalismo político y económico y el neoconservadurismo religioso, que están en las antípodas de esta teoría.

Esta se mueve en el horizonte del pensamiento crítico y utópico, mientras que el conservadurismo político se asienta sobre el pensamiento único e instalado en el sistema. Lleva a cabo una revolución en la metodología teológica, que parte del análisis de la realidad iluminado por la fe y hace una interpretación liberadora del cristianismo, mientras que la teología tradicional parte del dogma. Se guía por el principio ético-evangélico de la opción por los pobres y está comprometida en la construcción de la Iglesia de los pobres, mientras que la institución eclesiástica defiende el universalismo abstracto del amor, que se traduce en prácticas caritativas de carácter benéfico-asistencial. Pero enseguida se descubre la trampa: el conservadurismo político y el tradicionalismo católico tienden a confundir el deseo con la realidad y buscan por todos los medios destruir la teología de la liberación. Sin embargo, no lo consiguen. A 40 años de su nacimiento, sigue viva y activa. Hoy más que nunca, cuando se ensanchan las franjas de la pobreza, de la miseria intercontinental, de la marginación social, de la exclusión cultural, de la discriminación sexista y del neocolonialismo.

La teología de la liberación se cultiva en todos los continentes atendiendo a sus señas de identidad religiosa  y cultural: en América Latina, en sintonía con el nuevo escenario político y religioso y con el socialismo del siglo XXI; en Asia, en diálogo con las religiones y culturas orientales, descubriendo en ellas su dimensión liberadora; en África, en relación con las religiones y culturas ancestrales, en busca de las fuentes de la vida en la naturaleza; en Europa, en convergencia con los movimientos altermundistas que luchan por otro mundo posible.

¿Puede asumir la Iglesia institucional, con el papa Francisco a la cabeza, esta teología? Así lo parece si atendemos a los gestos, discursos, actitudes y opciones que ha adoptado el Papa en poco menos de medio año al frente de la Iglesia católica: renuncia a vivir en el Vaticano, invitación a los jóvenes a rebelarse e indignarse, defensa de los derechos de los inmigrantes sin papeles, visita a las favelas en su viaje a Brasil, crítica de los sacerdotes y obispos instalados en el conformismo, denuncia del capitalismo, defensa de una Iglesia pobre y de los pobres, austeridad de vida… Así lo creen importantes sectores religiosos y laicos, incluidos los progresistas y algunos teólogos -no así las teólogas- de la liberación.

Yo creo, sin embargo, que una teología que hace de la opción radical por los empobrecidos su imperativo categórico es difícilmente asumible por la institución eclesiástica. Por varias razones: por el lugar social en el que se ubica -los pobres, los movimientos sociales-, por la radicalidad de sus opciones -interculturalidad, pluralismo y diálogo interreligioso, diversidad sexual, lucha contra la pobreza estructural-, por la revolución metodológica que implica al partir del análisis de la realidad y desembocar en una praxis transformadora, por la crítica que hace al poder eclesiástico y a sus instituciones.

DOS EJEMPLOS. En los discursos en Brasil, Francisco ni siquiera citó esta teología, siendo este país el lugar donde más se cultiva y donde  más teólogos y teólogas de la liberación hay. El secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, siendo nuncio en  Venezuela y preguntado por la teología de la liberación y la opción por los pobres, respondió: «Es cierto que la Iglesia tiene una opción preferencial por los pobres… Pero también la Iglesia siempre ha aclarado que la de los pobres no es una opción excluyente ni exclusiva».

A lo más que puede llegar la institución eclesiástica es a respetar dicha teología, establecer una moratoria, no condenarla, no sancionar a sus cultivadores y cultivadoras. Incluso en el supuesto de que la reconociera y la asumiera como propia, pondría tales condiciones y controles que colocaría en serias dificultades a los teólogos que la practican, ya que se verían obligados a revisar su orientación ideológica, a rebajar la radicalidad de sus propuestas y a revisar su metodología inductiva hasta adaptarla a la oficial. En cuyo caso no estaríamos ante una auténtica teología de la liberación.

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