Buenos y malos. El conflicto no está en lo evidente, sino en lo que no se espera, en lo que no se ve: ateos buenos y creyentes malvados. Son estos últimos los más interesados en sostener una institución religiosa inmoral y criminal, amén de misógina, inconstitucional y antidemocrática. “La historia criminal del cristianismo” de Karlheinz Deschner, en diez tomos, está ahí para quien quiera ilustrarse.
Para ser una religión que predica tanto el amor y la misericordia, supura demasiada bilis y odio. Y usurpar con especulación teológica la bondad humana ni les legitima ni les garantiza el monopolio del bien y la moral.
Nos obligan a aceptar pulpo como animal de compañía. Y cura pederasta como mártir de la Iglesia. Y pagos a colegio concertado como donación desgravable. Y complicidad con regímenes fascistas como sentimiento patriota. Y libertad de expresión como ofensa al sentimiento religioso. Y así un largo etcétera.
Y es que para la defensa del bien común no sirven los credos religiosos, pues por definición son excluyentes. Cualquier persona sensata lo sabe. La anemia moral es un síntoma de carencia de vitamina L. Sin laicismo una sociedad no estará sana. En cambio, sin religión (sin moralismo mórbido) estaríamos bastante mejor. Y si no estamos peor no es gracias a las religiones, sino a pesar de ellas.
Personas tan poco sospechosas de irreligión y de maldad lo corroboran. “Los credos separan y dividen” (Enrique Martínez Lozano). “El laicismo ha desarrollado un papel extraordinariamente positivo para crear paz y convivencia en Europa. Quizá algún día un teólogo escribirá un libro que se titule ‘Elogio cristiano del laicismo’” (Díaz-Salazar).
Porque no se puede pedir al que sufre que proteste sin armar ruido mientras se justifica la violencia del rico: “… no se le puede permitir simplemente servir a los intereses del rico y del poderoso, justificando sus guerras, su violencia y sus bombas, mientras que suplica a los pobres y a los desvalidos que practiquen la paciencia, la mansedumbre, el martirio y solucionen sus problemas, en cualquier caso, de manera no violenta” (Thomas Merton). En definitiva, “sed justos, pero no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y en fin todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa” (Teresa de Jesús).
Conviene no engañar a la gente y recordar que la cacareada ‘doctrina social de la Iglesia’ fue un invento para frenar el avance del movimiento obrero y el socialismo, sustituyendo el conflicto social entre capitalistas y trabajadores por un relato más amable, armonicista y orgánico, de ‘diferentes, pero todos en el mismo cuerpo’.
Y es que “todas las religiones experimentan un impacto erosionante y secularizador cuando en una sociedad se introduce la democracia” (Díaz-Salazar), por mucho que los ultras y fanáticos quieran negarlo, es una realidad más viva que su propio dios.
A un ateo confeso y confesado le duele decirlo: Más universal que la estupidez humana es la soberbia católica (tristemente lo único que en esa religión hay de universal, que es lo que significa la palabra ‘católico’).
Agustín Franco Martínez
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