Martínez Almeida, el alcalde de Madrid, se distinguió cuando era concejal, durante el desaprovechado y malgastado periodo de la alcaldesa Manuel Carmena, por cultivar un lenguaje mordaz y ser el martillo de herejes de la izquierda “progre” y todo ello con un gracejo castizo muy del gusto de los ultraconservadores de la ciudad. Almeida utilizó, para hacerse valer en ese momento de oposición, una pócima mágica para encantar a sus seguidores: ultra liberalismo económico y tradición castiza; muchas veces esa tradición castiza la mezclaba con el catolicismo, aunque, en este último aspecto, le era difícil competir con la alcaldesa Carmena que también cultivó, durante sus cuatros años malgastados, ese catolicismo castizo madrileño que degrada el laicismo institucional al que deberían los alcaldes estar obligados.
Pero, ahora, el concejal convertido en alcalde, ha ganado popularidad y también peso en el PP. Popularidad porque durante la pandemia ha lanzado una campaña de propaganda sobre su propia figura basada en la campechanía y en la firmeza contra la izquierda que él denomina, despectivamente, “progre”. Hasta Felipe González, en plena pandemia, sucumbió a la propaganda zafia del alcalde madrileño: “Me ha sorprendido gratamente que este hombre esté al pie del cañón y tenga la humildad de contar con otros y compartir experiencia“, declaró González en claro tiro de jabalina al gobierno de coalición contra el que había estado conspirando antes incluso de su constitución. Hasta la cabeza de la inexistente oposición en el ayuntamiento, Rita Maestre, fue arrastrada, en Navidad, por el católico alcalde de Madrid para hacerse una foto familiar delante del gigantesco belén católico que hizo instalar en el hall del ayuntamiento.
Entre los actos de propaganda del alcalde de Madrid se encuentran el no perderse la mayoría de los acontecimientos religiosos. En todos los momentos claves, Martínez Almeida aparece junto algún obispo y en algún ritual católico, ahora deslucidos por las mascarillas quirúrgicas. En esta Semana Santa llevó a su consistorio a la catedral de la Almudena para celebrar el Domingo de Ramos en un oficio presidido por el flamante cardenal Osoro, otro de esos hombres públicos, en la España de hoy, que también ha falsificado su currículo vitae de forma obscena.
La capital de España ha estado, durante años, gobernada por personas con una vinculación estrechísima con la secta católica del Opus Dei: Álvarez del Manzano, Ruiz Gallardón, Ana Botella y ahora Martínez Almeida tienen en común su cercanía la “Obra” y lo que ello significa de representación de intereses de redes de empresarios y financieros vinculados a ésta. El simbolismo católico, como cualquier otro simbolismo, refleja más de lo que parece.
Pero esto que pasa aquí, en Madrid, pasa en la mayoría de los ayuntamientos de España donde la simbología católica se confunde con el gobierno municipal y se promociona. Durante esta Semana Santa, a pesar de que la mayoría de actos públicos religiosos, por razones sanitarias, no se celebrarán, ya hemos visto a miles de alcaldes de toda el país y todo color político dedicarse a presidir misas en iglesias semivacías con obispos, curas y militares, vulnerando, sin tapujos, la aconfesionalidad que debería presidir su comportamiento.
Incluso en las antípodas ideológicas al alcalde de Madrid tenemos muchos ejemplos, como el caso del alcalde rebelde de Cádiz “Kichi”, que ha sucumbido, desde el principio de su mandato, al olor del incienso clerical. Por ejemplo, y más haya de haber hecho alcaldesa perpetua de la ciudad a la Virgen del Rosario, en uno de sus últimos tweets añora la Semana Santa y parece querer identificar la misma con una expresión cultural. Su compañera, la diputada andaluza, Teresa Rodríguez, también retuitea un tweet del partido denominado “izquierda andalucista” de un poster con pasos de la Semana Santa con el lema de “Volveremos”, como pretendiendo identificar su ideología con la Semana Santa y en el caso de Kichi, con su ayuntamiento, bajo la justificación de lo cultural y lo popular; debido a esa justificación utiliza dinero público para financiar las cofradías y hermandades católicas. No dudamos que la Semana Santa sea popular en algunas partes del país, que no en todas, pero si dudamos que pueda ser calificada como expresión “cultural” y en todo caso, lo que es indudable, es que es una expresión ritual y de culto de la religión católica nacida en la contrarreforma.
Los ayuntamientos y sus representantes, por más que arguyan tales o cuales razones, no deberían, para mantener la aconfesionalidad y neutralidad de los mismas, promocionar ni identificarse con esos símbolos particulares católicos por muy popular que puedan ser ya que son los propios católicos y sus organizaciones religiosas los que ya se encargan, por sí mismos, de promocionarlos y en el caso de la iglesia católica, siendo una institución de tanto peso y riqueza, hasta influyen en poner a la cabeza de los ayuntamientos y otras instituciones a hombres y mujeres obedientes y serviles a los requerimientos de los múltiples negocios de de redes clientelares de esta santa institución y de sus sectas, como ha ocurrido en la ciudad de Madrid durante décadas.