Reciben centenares de millones del Estado, ocupan extensos espacios en prensa, radio y televisión, expolian miles de inmuebles en base a leyes “ad hoc” y manipulan las mentes (y no solo las mentes) de los niños en centenares de colegios.
Cuando su jefe visita España acapara los titulares mientras los ciudadanos pagamos los gastos de seguridad y boato que acompañan su recorrido. Negocian de tú a tú con gobiernos elegidos democráticamente (pero a ellos, aseguran, los elige el “Espíritu Santo”). Se manifiestan cuando y dónde les da la gana, presionan a ministros y presidentes, firman acuerdos, reciben protección civil, penal, administrativa…
Pues bien, aseguran sentirse “perseguidos” y “ofendidos” por el “laicismo radical”.
Engañarán a millones de personas. Pero a un servidor, desde luego, no. Sus maniobras, rebozadas con una experiencia secular, son sibilinas, arteras, calculadas. Así, arremeten contra determinados colectivos. Es decir, los provocan abiertamente.
Si esos grupos callan, ven el terreno expedito y atacan envalentonados, con mayor furibundia. Si los colectivos agredidos responden, se presentan como “víctimas” del “laicismo radical” que “ofende” los sentimientos católicos. De un modo u otro, cortarán tajada.
¡Cuesta trabajo encontrar un ejemplo de mayor desvergüenza y maldad!
Su maquinaria de guerra, primorosamente lubricada con millones de euros y toneladas métricas de fanatismo, enarbola cualquier incidente convirtiéndolo en portada. Después, al socaire de esos acontecimientos, generalmente nimios, despliegan sus misiles mediáticos y políticos contra sus particulares demonios: laicos, gays, ateos, librepensadores, etc.
Dado que ya no pueden encarcelar, fusilar o quemar en la hoguera, fuerzan el Código penal en forma de querellas. Quieren así amedrentar cualquier voz crítica alegando que “ofende” sus sentimientos. Confíemos que la jugada no les salga bien.
En ese sentido, se escucha el rumor de aguas revueltas en algunos cenáculos de incienso y leguleyos con motivo de una procesión atea programada para el próximo 21 de abril en Madrid. Andan tirando de hilos y palancas con el objeto de prohibirlo. Sabe Dios cómo brujulearán en pasillos y despachos para conseguirlo. Y tal vez se salgan con la suya…por esta vez.
Sí, por lo visto, los ciudadanos debemos apechugar con las calles atestadas de tambores, velones y señores coronados con enormes cucuruchos de colores… ¡Es la tradición, oiga! Tenemos que soportar cortes de tráfico y ruidos…¡derecho a manifestarse, caballero! Ahora bien, si alguien programa una procesión atea… les “ofende” su sentimiento religiosos y conspiran para prohibirla.
Alegan que algunos lemas de la procesión atea se presentan teñidos de contenido sexual. Se mostraban particularmente ofendidos por la palabra “coño”. Yo opino que se trata de una excusa. Y bastante pueril. Lo que en realidad les aterra es que se comience a proclamar que “el rey está desnudo”. Es decir, la vacuidad, el sinsentido y el aroma supersiticioso y ribeteado de ridículo tan consustancial a la parafernalia católica.
Pero además, parece ser que lo disparado desde medios conservadores, con la finalidad de prohibir la procesión atea, representa una burda tergiversación. La asociación convocante ha publicado un manifiesto desmintiendo esas manipulaciones (cuando no mentiras), pero esos medios lo han ocultado.
Por mi parte, no albergaba la menor intención de acudir a la procesión atea del próximo 21 de abril en Madrid. Pero ahora, sin duda, concurriré. Si no consiguen prohibirla antes, claro.
En primer lugar porque si los católicos organizan procesiones, al resto de ciudadanos les asiste idéntico derecho.
En segundo término porque las iniciativas ateas y librepensadoras han de crecer hasta convertirse en el contrapunto de cualquier acto de superstición religiosa, especialmente la “semana santa”.
Pero me permito recomendar que no se utilice ninguna simbología que pueda brindar a los nuevos Torquemadas el pretexto de sentirse “ofendidos”. Alimentemos, sin embargo, lo que más daño les hace: la ciencia, la razón, el sentido común.
Convirtamos, año tras año, las procesiones de ateos y librepensadores en actos donde se reparta propaganda que advierta lo delirante de la dogmática católica, el trasfondo de fábula, el daño que provoca la superstición religiosa en las personas, los pueblos, las civilizaciones. Esta clase de actos ha de crecer y multiplicarse.
De este modo es posible que los dejemos sin excusas y, lo más importante, prestaremos un servicio impagable a la sociedad moderna… ¡TODOS A LA PROCESIÓN ATEA DEL PRÓXIMO 21 DE ABRIL EN MADRID!