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Activistas manifestándose en contra del régimen iraní por la muerte de Mahsa Amini

La revolución de los cabellos

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Aquellas chicas jugueteaban con su pelo entre la picardía y la provocación. Llevaban pañuelo pero lo colocaban sobre su cabeza de tal manera que dejaban al aire la parte delantera de su cabello, toda una afrenta para la policía religiosa iraní. Cuanto más atrás situaban esa prenda, la rebeldía era mayor, lo que podría desatar la ira de los vigilantes del fundamentalismo islámico. La actitud transgresora de esas muchachas estaba tan extendida entre las jóvenes del norte de la capital que los funcionarios represores de tamaña «obscenidad» no daban abasto persiguiendo chicas «inmorales», lo que añadía un aliciente más a la infracción. Por contra, esos cabellos al viento componían una imagen especialmente atractiva para una juventud habituada al envoltorio en velos negros y sometida a los rigores estéticos impuestos por unos ayatolás con la autoridad moral minada por la corrupción.

Esto que les cuento es lo que vi hace más de una década en los barrios norteños de Teherán cuando pude recorrer Irán de punta a punta. Quien imagine esa capital como una urbe tercermundista de medio pelo se equivoca. Aquella es una ciudad orgullosa de casi nueve millones de habitantes con barriadas enteras de edificios que nada tienen que envidiar a los de una capital europea. Solo el caos circulatorio que impera en sus viales, donde ni coches ni transeúntes respetan los semáforos, le resta urbanismo al conjunto.

La brutal represión no ha conseguido amedrentar a la generación de los jóvenes

En esa zona norte, donde reside la burguesía iraní que sujeta la economía del país, es donde hay mayor contestación al régimen teocrático que lastra el desarrollo económico a pesar de sus ingentes recursos energéticos. Allí, con las precauciones que exige la brutal represión que ejerce el Gobierno contra el menor atisbo de desacato, pudimos entrevistarnos con algunos representantes de la oposición clandestina, que no por casualidad eran mayoritariamente femeninas. Chicas muy jóvenes que ya en aquellos años nos trasladaron la convicción de que si algún día lograban forzar el cambio esa revolución vendría de la mano de las mujeres.

Al hartazgo propio de quienes se sienten vejadas y arrinconadas por unas normas que les niegan la libertad individual en favor del sometimiento a los hombres como si fueran animales de compañía, se une la circunstancia de que el colectivo femenino es estadísticamente más culto y preparado que el masculino. Así lo corrobora el que un 60 por ciento de los universitarios iraníes sean mujeres, un dato que da idea de lo absurdo, contradictorio y potencialmente explosivo que resulta el que el colectivo más capacitado y talentoso de un país vea mermados sus derechos y libertades hasta la humillación.

Uno de esos mechones femeninos al descubierto por llevar el pañuelo de forma inadecuada es lo que provocó el pasado 16 de septiembre la detención y asesinato de Mahsa Amini a manos de esa siniestra policía de la moral. Un crimen tan absurdo como repugnante que ha prendido la mecha del descontento y la indignación generando la mayor ola de protestas contra el régimen desde la llegada de Jomeini en 1979. Nunca antes se había visto a las mujeres quemando públicamente sus velos y cortándose mechones de pelo como gesto de denuncia. La brutal represión de la que han sido objeto esas manifestaciones, con muertos y heridos a centenares, no ha conseguido amedrentar a una generación de jóvenes que ha visto en internet cómo es la vida en los países democráticos. Con su revolución de los cabellos, Irán ha recuperado la esperanza. La dignidad de sus mujeres es un arma cargada de futuro.

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