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El arzobispo de Oviedo Eloy Alonso | EFE

La responsabilidad política no es del Arzobispo · por Alejandro Suárez

Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Adquirí mi formación más importante, la esencial que es la que sustenta la propia conciencia, en el colegio Ursulinas de Gijón, a mediados de los 80. Fui un pésimo estudiante que logró consolidar para sí valores que aquellos profesores y monjas se esforzaron en enseñarnos. De mi vida es de lo poco que no cambiaría, esos son los pilares construidos sobre los cimientos de unos valores familiares religiosos y democráticos. Fue en una sala de estudios de ese centro religioso dónde me afilié al Partido Comunista de España. «Mi militancia política está impulsada por mi creencia católica y en Jesús de Nazaret, eso precede a todo lo demás». Esa frase se la escuché a mi profesor de filosofía y director del cole -«Falo», aún en activo- y fue decisiva para mi compromiso militante. Sin duda la figura determinante fue García Valledor, un referente cristiano en la izquierda asturiana y mi tutor en aquel periodo. Ha habido muchísimos cristianos y cristianas, y de enorme peso político, que han sostenido este proyecto comunista y de IU en el plano político, sindical e intelectual.

Por mi parte, nunca me vi en la necesidad de expresar públicamente que soy un cargo público católico. Creo que una profesión de fe -no que se sepa que eres creyente que es distinto- es innecesaria e impertinente cuando se está ejerciendo la responsabilidad pública, creo que resulta incómoda para quienes no comparten tus creencias y siempre la he considerado una actitud casi indecorosa. Sin embargo, he decidido escribir este artículo como desahogo de un miembro de la iglesia harto de ver cómo se utiliza el sentimiento religioso y no hacerlo desde la posición de un responsable político ejerciente de Izquierda Unida. No obstante, desde ambas perspectivas llego a una misma conclusión: la necesidad de la laicidad para evitar las injerencias de los políticos en las comunidades religiosas, las inaceptables intromisiones de los religiosos en la vida civil y el maridaje venenoso entre poder y religión que surge del roce entre políticos y jerarquías eclesiásticas, que de esto último es de lo que más hay en el último episodio con el que nos avergonzaron en Asturias. Creo que es oportuno girar la perspectiva analítica y razonar exclusivamente desde la dimensión religiosa porque entiendo que desde la visión de un creyente queda mejor expuesto el cinismo político.

¿Por qué adquiere relevancia institucional lo dicho por uno de nuestros arzobispos? ¿Por qué esas afirmaciones afectan de lleno a nuestro gobierno y a nuestro parlamento? La responsabilidad de esa situación es exclusiva de quienes acuden como cargos públicos a una celebración religiosa y, haciendo eso, involucran a toda la sociedad. Aquellos que tienen el derecho a no ser representados en ese acto religioso también son involucrados y padecen las consecuencias. En cuestiones de conciencia la praxis democrática más esencial es la protección de la minoría y no la representación de la mayoría. Eso es constitucionalismo elemental desde 1776.

Sostengo, como creyente católico, que no acuden movidos por el ánimo de mostrar respeto y reconocer el peso sociocultural de la iglesia católica, sino que lo hacen porque entienden que eso los sitúa mejor en el imaginario político colectivo. Se busca lo que en la jerga se denomina «un perfil político más amplio». Jesús echó del templo a quienes lo utilizaban para mercadear, es la única vez que lo vemos con un ataque de ira. También se mercadea con los votos. La Biblia, que los católicos comunes no besamos, lo hacen los curas, pero hemos de leer, es nítida a este respecto. Por otra parte, la controversia ideológica ante posibles afirmaciones religiosas intolerantes es un combustible que mantiene cohesionada a la propia parroquia y a las bases militantes. Si esto es a costa de una mayor división social, pasa a ser secundario. Eso es instrumentalizar el hecho religioso para fines políticos. Y eso no lo hace el Arzobispo.

Mi iglesia estaría mejor separada de todo poder temporal y, por supuesto, la sociedad también lo agradecería si así fuera. No hay civilización sin hecho religioso, pero para que este sea sano hay que separarlo radicalmente del Estado y de las intenciones políticas. Creo esto más firmemente después de haber interpretado, en la medida de mis conocimientos, al teólogo católico Hans Küng al que sí me apetece besar. Lo cierto es que no es la iglesia la que en este momento está en condiciones de ser el centro de atracción institucional, han sido políticos los que le otorgan esa tóxica capacidad con su peregrinaje interesado y su exhibición pública.

Las sociedades asturiana y española son modernas e inteligentes, saben interpretar con madurez el hecho religioso que albergan en su seno y, por supuesto, todas las implicaciones culturales que este hecho provoca. Saben cómo sentirlo y vivirlo sin necesidad de tener a los representantes públicos acudiendo a una Misa que es siempre un acto de conciencia y no de representación política. La sociedad asturiana es plural y sabe que el poder público puede incomodar a otras creencias acudiendo a actos confesionales ligados a la conciencia. La verdad es que en pleno siglo XXI las autoridades no pintan nada en una Misa y eso no menoscaba en absoluto el respeto público que hay que tener hacia una celebración religiosa tan identificada culturalmente con las fiestas asturianas. En la Asturias de hoy ciertas imágenes devienen ridículas por extemporáneas, parecen rostros de un remake del Nodo, casi cómico.

Las declaraciones del arzobispo son inaceptables y responden a un fenómeno que todas las religiones del Libro padecemos: el radicalismo religioso, sea el fundamentalismo protestante, el islámico, el judío o el católico. Están en esa misma frecuencia y todas son nocivas para una sociedad democrática. Los católicos tenemos un grave problema con una iglesia que aún considera a la mujer un ser de segunda clase, cuyo cuerpo no les pertenece y que frivoliza con graves delitos cometidos contra ellas. Es el mismo problema que se padece con el islam radical. No sólo es un problema de la iglesia, es también un problema social debido a la enorme influencia cultural y psicológica que la iglesia ejerce. ¿Se quedarían los responsables públicos asturianos impávidos al escuchar a un Talibán decir brutalidades sobre las mujeres? Pues eso es lo que pasó en la Misa de Covadonga. El ejemplo puede parecer una enormidad, pero pensado racionalmente no lo es. Así de grave es lo sucedido.

La Historia demuestra que la única manera de conseguir que el mensaje religioso absorba plenamente una cultura cívica, y por tanto democrática, es la total laicidad del Estado. Por eso llegó el momento de avanzar y no mirar a la Asturias de Rafael Fernández, en la que se pusieron los primeros ladrillos de la nueva cultura democrática, es hora de construir lo que ha de ser nuestro propio legado. Argumentar que ir a una Misa, en representación oficial, es continuar una tradición que causa disfunciones sociales por anacrónica.

En definitiva, argumentado como católico la irresponsabilidad política se desvela como principal causa del problema generado por las declaraciones del arzobispo, que tiene su propia responsabilidad, pero es de otro tipo y muy grave. Hubo un franciscano -como el arzobispo de Oviedo-, pero este sí vivió en el medievo, aunque es plenamente moderno, que escribió citando a Timoteo: «Nadie que milita para Dios se inmiscuye en los negocios seculares. El juicio de tales asuntos ha de ser ejercido por los laicos. Los obispos han de dedicarse a asuntos espirituales». Esto fue dicho en el siglo XIV por Guillermo de Ockham. La homilía nos parece de ese periodo, pero no es así.

A los responsables públicos que son, como yo, católicos y que tienen dudas sobre si acudir o no a Misas en las que pueden pronunciarse discursos más propios del venerable Jorge del Nombre de la Rosa que prohibía reír, hay que señalarles que siguiendo el evangelio deben hacerlo, sin duda. Para un creyente es como decíamos, uno de los actos de conciencia más importantes mediante el que estableces una conexión con aquello que amas y dota de sentido tu vida y con lo que, por lo menos en mi caso, siempre llegas a comunicarte a destiempo y de forma muy irregular, si es que llegas. La Misa es necesaria, yo acudo muy poco y casi siempre compelido por mi padre, también socialista y católico, y es insustituible más allá de la propia realidad de una iglesia cuya única salida a su decadencia definitiva es avanzar por la vía iniciada por el Papa Francisco y por las enseñanzas de Carlo María Martini. Pero se acude a Misa de la forma que dice el evangelio de Mateo: «Estad atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean. Tú cuando ores entra cerrada la puerta. No seáis como los que gustan orar en pie en los ángulos de las plazas y orando no seáis habladores».

Desde la política, debemos cuidar el hecho religioso para que florezca libre de interferencia partidista. Los católicos no necesitamos respaldo institucional, es innecesario. Construyamos un Estado al servicio de todos y todas que sea totalmente libre de pensamiento y prácticas religiosas para que estas germinen en la intimidad familiar y sean fertilizantes del pensamiento democrático. Respetemos la laicidad para que ese pensamiento religioso se pueda librar de sus expresiones más siniestras, como las que escuchamos recurrentemente de nuestro Arzobispo que empezó su labor en Asturias incriminando y culpabilizando a las mujeres que abortaron, esa sádica crueldad no tiene perdón democrático. Si lo tiene es divino. 

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