Más o menos me enseñaron lo mismo que lo que los obispos y el Gobierno han dispuesto para los alumnos actuales de Primaria, Secundaria y Bachillerato. El sentimiento de culpa y el concepto de pecado me acompañaron hasta bien entrada la juventud. Un libro clandestino, una película inesperada, un amigo lúcido, me hicieron comprender la mentira en que había vivido. Pero el ambiente era el mismo y la sociedad aceptaba la situación. España ya se dividía entre creyentes honestos, creyentes farsantes o acomodaticios y algunos agnósticos o ateos relegados. Los usos y costumbres continuaban sin variación, y la sensación de culpa seguía agarrada como un pulpo en el cogote, que debía de ser donde radicaba la conciencia. Y así durante cuarenta años. España era un auto sacramental, que resistió la llegada de aires extranjeros. España era católica, la más católica del mundo. Llegó la democracia y nada varió en lo religioso y su indudable influencia. Actualizaron el Concordato de 1953 con la Santa Sede, y la Constitución decretó sí, pero no, éramos aconfesionales, que no laicos, y mostrábamos acatamiento y colaboración con los valores religiosos de siempre. Los obispos, apoyados en la legalidad, hicieron su labor de zapa, y los Gobiernos, incluido y especialmente el primero socialista, fueron condescendientes y hasta permitieron seguir financiando sin fecha a la Iglesia Católica. La Religión católica era un ente jurídico propio, que, además, se inmiscuía en lo político. Los ciudadanos lo aceptaban sin rechistar, y hasta los padres no creyentes enviaban a sus hijos a colegios religiosos y celebraban con festejo sus Primeras Comuniones. La semilla seguía echada. La necesidad y el negocio de ‘casarse por la iglesia’ para quedar bien socialmente. Funerales, conmemoraciones, viajes papales, todo contribuía a la fe y a la hipocresía. La no religión, el ateísmo, era disidencia mal vista.
Por supuesto, los obispos tienen razón legal. Los partidos políticos son cobardes y conniventes con el desatino que tal legalidad supone, incluido el Partido Popular que también permite injerencias y hasta entroniza al Opus Dei. El PSOE es republicano pero monárquico, contrario a la cadena perpetua pero la acepta, laico pero nunca denunció los Acuerdos con la Santa Sede. Solo IU se define con claridad, pero, claro, no gobierna y por eso no puede hacer nada. Ahora se permite que los niños vuelvan al pasado más tenebroso y se les inocula, en edades fundamentales que marcarán sus vidas, la quintaesencia de los religioso, que no espiritualidad, más retrógrado. El futuro y el presente de España están ahí, con la educación católica como auténtica impronta de España. Es preciso que los partidos que se declaren decentes anuncien, sin condiciones, si van a denunciar los Acuerdos con el Vaticano o no, y sin temor a por ello perder votantes, que es la miseria política subyacente. Solo así serán honestos y creíbles. Los nuevos Ciudadanos y Podemos también deben, ya, aclarar sus posturas con rotundidad. Los poderes a separar no son tres, sino cuatro. No hay que odiar a la Iglesia Católica, pero no hay que permitir que condicionen nuestras vidas y las de los niños. Los partidos dirán. Y los españoles decidirán en consecuencia.