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La religión como forma de prevenir las epidemias

Esta entrada es un comentario-resumen del libro The Good Book of Human Nature, un libro que expone unas ideas que, dadas las circunstancias en las que se encuentra el mundo en este año 2020 -en medio de una pandemia por un coronavirus-, resuenan especialmente con lo que estamos viviendo. The Good Book of Human Nature, del antropólogo evolucionista Carel Van Schaik y el historiador Kai Michel, es un libro que hace una lectura antropológica y evolucionista de la Biblia y cuya tesis principal es que la Biblia es un libro que fue escrito para dar sentido al cambio más grande en la historia del ser humano: su paso de una sociedad igualitaria de cazadores  y recolectores a una sociedad agrícola. La agricultura, la revolución neolítica, fue definida por Jared Diamond como “el mayor error en la historia de la humanidad” y, según los autores de este libro, la Biblia no sería otra cosa que un conjunto de estrategias para lidiar con todos los desastres y calamidades que el paso a una sociedad agrícola y sedentaria trajo consigo.

Además de las calamidades que ya existían previamente, como las catástrofes naturales (terremotos, etc), la agricultura trajo consigo muchas otras como las desigualdades sociales, las guerras a gran escala, una peor salud en general (la caries dental explotó, disminuyó la estatura, etc.), y un tipo de desastre que para los autores del libro es el más importante de todos: las epidemias. Los cazadores-recolectores estaban muy poco expuestos a enfermedades infecciosas porque vivían en grupos muy pequeños y además eran nómadas, dejando por ejemplo, sus residuos corporales (excrementos humanos potencialmente infecciosos) atrás al moverse continuamente de un lugar a otro. Si un virus letal afectaba a un grupo humano, podría acabar con él, pero el propio virus desaparecería al destruir la base para su propia existencia.

Con la agricultura, el estilo de vida se hace sedentario y las condiciones higiénicas cambian totalmente dándose la posibilidad de que los excrementos humanos contaminen por ejemplo el agua potable. Análisis de coprolitos -heces semifosilizadas- han demostrado que la incidencia de lombrices intestinales, tricocéfalos y otros parásitos aumentaron dramáticamente entre los primeros agricultores. Además, con la domesticación de animales se produce el salto de muchas infecciones desde el ganado al ser humano: la peste, la viruela, el sarampión, la gripe, el cólera…Los núcleos de población aumentan -surgiendo las ciudades y el hacinamiento que conllevan- y se generalizan el comercio con lo que por primera vez los patógenos disponen de reservorios de cientos de miles de humanos en los que residir así como la posibilidad de transmitirse de unas poblaciones a otras.

No es difícil imaginar el shock que supuso para nuestro ancestros enfrentarse a estas terribles y misteriosas epidemias que nadie sabía de donde venían (sólo hay que ver el shock que siguen suponiendo actualmente para nosotros a pesar de nuestros conocimientos científicos sobre la existencia de los microbios). Estas epidemias se convirtieron en una presión evolutiva. Cualquier cosa que reduzca el éxito reproductivo de una población de una manera significativa se convierte en una presión evolutiva o selectiva. Es decir, cualquier mutación que reduzca los efectos de estas epidemias va a ser rápidamente seleccionada. Y por supuesto que se produjeron cambios genéticos en el sistema inmune como defensa contra los patógenos, pero esos cambios-aunque pueden ser relativamente rápidos- llevan cierto tiempo. Era necesaria también una adaptación no sólo biológica sino también cultural, y aquí es donde interviene la religión.

La tesis del libro es que aunque la religión partió de una premisa equivocada (a saber, que las epidemias las producía Dios) generó una serie de medidas y conductas que sí resultaron eficaces contra los patógenos. El mundo antiguo no tenía conocimiento de las bacterias y la gente en todas las culturas ha atribuido siempre las enfermedades a los “espíritus” o a los dioses (sigue pasando hoy en día cuando todavía hay gente que atribuye por ejemplo el VIH o el  huracán Katrina a un castigo divino). El antropólogo George Murdock ha descrito el fenómeno de la “agresión de los espíritus” que define como la “atribución de la enfermedad a acciones hostiles, arbitrarias o punitivas de algún ser sobrenatural malevolente”. Y tras estudiar 139 sociedades históricas y actuales sólo encontró dos en las que no pudo confirmar esta creencia.

Pero claro, cuando llega el monoteísmo la cosa cambia bastante. Ya no podemos atribuir las terribles epidemias a dioses malignos sino que tenemos que explicarlas con el único dios existente y no queda otra salida que conceder que el Dios supuestamente bueno y todopoderoso es también el que nos manda las plagas. De hecho, en el Antiguo Testamento hay muchos pasajes en los que el propio Dos amenaza con mandar diversas plagas. Así que para arreglar esta contradicción no queda otro remedio que recurrir al pecado. Es decir, la miseria y las desgracias se convierten en un problema moral: Dios manda esas plagas porque somos pecadores y hemos hecho algo malo. Y la solución es obvia: la profilaxis más importante contra la enfermedad es mantener una relación intacta con Dios. Como ya hemos dicho, Religión y enfermedad infecciosa están íntimamente ligadas y la religión sería un sistema de protección cultural contra los patógenos (también contra otras calamidades pero en menor medida, según los autores).

¿Cómo protege la religión contra las infecciones? Bien, sabemos que, además del Sistema Inmune como tal, existe lo que se llama un Sistema Inmune Conductual, es decir una serie de conductas que evitan que nos pongamos en contacto con los patógenos en primer lugar. La propuesta de los autores es que la Torá es un ejemplo de Sistema Inmune Conductual. Hay muchas reglas y rituales en la Torá que podríamos llamar “medicina aplicada” o “salud pública”. Aunque no vamos a analizarlas todas, vamos a mencionar algunas para entender la idea:

-Reglas para el trato con gente de otras religiones, extraños en definitiva, personas que pueden portar parásitos a los que nuestro sistema inmune no está acostumbrado

-El estigma: evitar a los enfermos porque son personas que han caído en desgracia, alejadas de la gracia de Dios por sus pecados. Asociarnos con ellos es contrariar a Dios y evitándolos evitamos el contagio.

-La Torá tiene cantidad de referencias, se podría decir que está fascinada incluso, con los fluidos corporales, excrementos, cadáveres o incluso el bestialismo al que menciona también en alguna ocasión. Hay medidas higiénicas como enterrar los excrementos humanos, manejo de cadáveres, relaciones con extraños como hemos comentado, normas dietéticas y prohibiciones con respecto a ciertos alimentos, reglas higiénicas que hay que cumplir incluso en las batallas, etc. También hay referencias a medidas que podríamos considerar como de cuarentena en relación a la lepra o a los fluidos corporales, como en Levítico 15:2-18. Los autores de la Torá eran conscientes de que los fluidos corporales eran peligrosos aunque no supieran la razón. Merece la pena señalar que muchas de las medidas y normas tienen un componente altamente obsesivo, muy similar a la conductas de pacientes con Trastorno Obsesivo-Compulsivo.

El punto que los autores intentan transmitir es que estamos ante un tipo de protomedicina, un conjunto de medidas que evitaban las fuentes de infección y eran eficaces en reducir los contagios. Es decir, los antiguos no conocían los microbios pero ante el más peligroso de los problemas (la epidemias), desarrollaron un sistema de prevención. Dios sirvió como una herramienta heurística que ayudó a la gente a encontrar soluciones a pesar de la falta de conocimientos. Y el mecanismo es sorprendente. Una falsa premisa (que las epidemias son obra de Dios) inicia un intenso análisis y observación de la realidad que lleva a la implementación de unos procedimientos que tienen un efecto real: medidas higiénicas que disminuyen el riesgo de contagio, leyes que gobiernan el matrimonio y que disminuyen el riesgo de enfermedades hereditarias, etc. Aunque el Dios que da lugar a estas leyes no exista, esto no evita que sea de gran ayuda.

Personalmente, creo que viendo nuestro comportamiento ante la pandemia actual por Covid-19, en una sociedad supuestamente laica, no es difícil encontrar paralelismos con lo que acabamos de describir. Por ejemplo:

-La instauración de lavados de manos y con geles hidroalcohólicos de todo tipo de superficies: mesas, sillas, zapatos o la compra del supermercado, con un gran componente obsesivo-compulsivo.

-La moralización de las medidas de protección: la adopción del uso de la mascarilla es sinónimo de buena persona y su mal uso de pecador y malvado, por ejemplo.

-La culpabilización a la ciudadanía de la existencia de la pandemia tiene muchas similitudes con la perspectiva que hemos comentado sobre el pecado y el castigo divino. Si no acabamos con la pandemia es porque no nos portamos bien y somos malos, porque si siguiéramos todas las normas de las autoridades sanitarias, acabaríamos con ella. Es decir, que si existe la pandemia es porque nos la merecemos por nuestra mala conducta.

Viendo algunos de estos fenómenos, sí que me parece que pueden tener razón, por lo menos en parte, los autores en su hipótesis de que las epidemias fueron uno de los factores esenciales en el surgimiento de las religiones. Si nos encontráramos en el primer milenio antes de Cristo, no me cuesta mucho imaginar que de aquí podría surgir una religión sin demasiado problema.

En resumen, estamos ante un libro que plantea la teoría de que las catástrofes en general -y las epidemias en particular- son un factor clave para entender las religiones. En prácticamente toda cultura estudiada por los antropólogos, las tragedias incontrolables han sido causadas por un agente sobrenatural. Las enfermedades han sido asociadas con actores sobrenaturales desde tiempo inmemorial, cada terremoto ha sido visto como la obra de seres poderosos. Esta predisposición es tan potente que la seguimos viendo en nuestro tiempo y ha habido personas que han atribuido el VIH o el huracán Katrina a un castigo divino. Las catástrofe han sido los dioses. Según la hipótesis de los autores de que la religión es una protección cultural contra las catástrofes, toda sociedad que quisiera sobrevivir tuvo que desarrollar medios para protegerse de las catástrofes y epidemias. El análisis que hacen de la Torá es un ejemplo de cómo funciona un sistema de este tipo. Solo las sociedades que desarrollaron sistemas eficaces de prevención y previnieron los estallidos de rabia divina -las plagas y epidemias- sobrevivieron. Si la hipótesis de los autores es correcta, debería haber similares sistemas de protección-prevención en otras culturas antiguas también.

Pablo Malo, psiquiatra, miembro de la Txori-Herri Medical Association y del grupo de psicorock The Beautiful Brains. Interesado en Psicología y Biología Evolucionista.

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