La muerte del general belga Bernheim, héroe de la Gran Guerra, en París en febrero de 1931 cuando se encontraba visitando a su hija, provocó una polémica en Bélgica porque, como librepensador, había expresado en vida su deseo de ser incinerado. El difunto militar fue incinerado en París porque no se podía realizar en Bélgica, donde la incineración estaba considerada una práctica inadmisible.
Por su parte, el primado de Bélgica, el cardenal Van Roey, declaró públicamente que los funerales nacionales del difunto general no consagraban una sepultura honrosa por el hecho de la incineración. En todo caso, dada la importancia del difunto, los funerales tuvieron lugar, asistiendo el rey Alberto, el príncipe Carlos y las autoridades, el 21 de febrero.