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La opinión del hechicero

A primera vista y sin duda haciendo un juicio temerario, el nuevo obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, le pareció a casi todo el mundo un tarugo. Contempladas las cosas más serenamente y con la intención de ser ecuánimes, un mayor número de personas ha confirmado esta impresión inicial. Eso de comparar la delicada situación española con la horripilante catástrofe de Haití no es sólo una mentecatez, sino una blasfemia, concepto surrealista al que debiera ser sensible quien está persuadido de que el Sumo Hacedor tiene tiempo libre para ensañarse con sus pobres criaturas, especialmente con las más pobres.
No es la menor de las intrigas eclesiales saber qué ha podido ver en él Rouco Varela, el presidente de la Conferencia Episcopal, que si presidiera cualquier otra empresa sería cuestionado por sus accionistas. Ponerle al frente de la diócesis de San Sebastián, con sus antecedentes penalizadores, era arriesgado, pero sabiendo que posee el divino don de la palabra constituía un atrevimiento. Para nombrar a un Pastor así más valiera nombrar a un borrego. Ha ahuyentado a la mayor parte de sus colegas, pero ahora, proclamando que España vive «males peores que Haití», dada la pobre situación espiritual, supera todo lo imaginable. Allí han confluido Hiroshima y Nagasaki y aquí se le recomienda a Zapatero que no comulgue. Qué cosas.
Que nadie se asombre de la deserción, no sólo de los fieles, sino de espíritus religiosos, que respetan y consideran a la Iglesia católica. Cosas así confirman que lleva algún tiempo sin oír la melodía de su tiempo y apartada de la piedad, que ha sido sustituida por la amenaza ecuménica. En el caso del extraño Pastor que llegó de Palencia, dando un rodeo desde su tierra, es peor: se ha equivocado de siglo. Que Dios le ampare.
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