‘El cielo está con nosotros’, de César Rina, documenta el proceso de «fascistización» de la Semana Santa. El franquismo buscaba «convencer de su legitimidad usando los elementos de la religiosidad popular».
«Los ritos religiosos se confundieron con actos fascistas, desfiles militares, juras de bandera y cruces en recuerdo de los caídos. La omnipresencia de las cruces transformó los espacios públicos y privados, vinculando la pasión y muerte de Cristo con el sufrimiento y entrega de los caídos por la salvación nacional».
La anterior es una de las reflexiones, que rezuma alguna ironía —»salvación nacional»— recogidas en el trabajo El cielo está con nosotros, del historiador César Rina, que recibió el premio Arturo Barea, y que acaba de reeditar la editorial Marcial Pons. La investigación documenta el proceso de fagocitación —que él denomina fascistización— de la Semana Santa y otros festejos por las autoridades, que buscaban, según afirma en una conversación telefónica con Público, «convencer a la gente de su legitimidad utilizando los elementos de la religiosidad popular«.
«En 1939, todas las esferas de la vida se vieron teñidas por un nacionalismo y un catolicismo extremo, simbolizados en la figura omnipresente del caudillo. Durante la guerra civil y las conmemoraciones de la victoria, la nación española existió con mas intensidad que nunca. […] Los falangistas se presentaron como fervientes católicos y tradicionalistas, así como las élites católicas legitimaron y sacralizaron a las nuevas instituciones, concentradas en la figura omnímoda de Franco», expone Rina.
«La escenificación pública de la Semana Santa sufrió un proceso paulatino de militarización —desfiles, banderas e himnos— y de fascistización —simbólica retórica—, favorecido por una nueva legislación más restrictiva de la diócesis con la estancia en la calle de las hermandades», añade.
«El catolicismo —resume— se había convertido, dentro de la narración historicista del régimen, en el hilo conductor silente del pueblo español, el motivo y la misión providencial que ahora la patria entregaba a su caudillo. También lo afirmaban falangistas como Serrano Súñer: «España sin catolicismo no sería nada».
Así, en este contexto, «las manifestaciones de la religiosidad popular perdieron buena parte de su espontaneidad ante los avatares de la guerra y la apropiación simbólica por parte de las autoridades del nuevo Estado».
Todo esto, lejos de ser una cuestión antigua y propia de la historia, está aún viva. Ha dejado su huella, en un país trufado de romerías y celebraciones con referentes del imaginario católico. «Evidentemente —responde Rina a la huella, a lo que ha quedado de ese proceso— han quedado muchos símbolos. Por ejemplo, la militarización de las procesiones sigue siendo muy fuerte. La participación de sectores armados en las procesiones tienen toda la relación con la dictadura franquista». Esto es, explica el profesor, «como la dictadura va a a legitimarse en el espacio público participando de sus fiestas, va a meter a los líderes de la sublevación, a los militares y a los líderes del falange y los va a meter en las procesiones. Eso se ha heredado hoy en día».
Luego, profundiza: «Depende también de la población. Por ejemplo, la Semana Santa de Málaga es hoy en día quizás en la que mayor presencia militar hay. Ha quedado esto y ha quedado buena parte de la de la simbología. Se vio con ciertos debates sobre la negativa a retirar los los restos de Queipo de Llano de la Macarena».
Apropiación
Rina expone su tesis: «Lo que intento demostrar es que tanto el BOE como los discursos fundamentales del dictador y sus líderes son importantes, pero la población de alguna manera tiene que entender eso que se está diciendo y lo tiene que entender porque lo tiene que ver plasmado de alguna manera».
Entonces, «está muy bien que digan que el Estado es católico, confesional, pero si la población ve que sus autoridades, sus líderes están con la patrona de su pueblo, con la patrona de su ciudad, que la visten con la bandera de España, que le ponen el fajín de general, de alguna manera están viendo esa simbiosis, o sea, no es solo un discurso en el BOE, sino que están viendo simbólicamente esa comunión de poderes».
«Cuando acaba la guerra -prosigue Rina—, la dictadura intenta construir lo que se denomina una cultura de la victoria«.
Así, «la dictadura se da cuenta de que hay que resignificar las fiestas que la gente considera suyas». Esto es, a juicio del investigador, que «no solo basta con proponer nuevas fiestas, nuevas fechas, nuevos ritos, sino que hay que colonizar los ritos ya existentes, los que la gente entiende y concibe como suyos: este es el gran trabajo».
«Aquí por eso se tiende a hablar de fascistización: como este tipo de rituales y fiestas no son fascistas porque son mucho anteriores al fascismo, sí van a tener ese proceso de acercamiento, de colonización simbólica, ritual», explica. «Lo más evidente —expone Rina—es que, por ejemplo, en las procesiones van a ser saludadas las imágenes con el brazo en alto, con el saludo fascista. Y en la manera de procesionar se impone una procesión mucho más tenebrista».
Rina deja dos ejemplos muy gráficos de todo esto relacionados con la Semana Santa de Sevilla, una de las más relevantes del país. Uno: «Las autoridades para legitimarse visten a las imágenes religiosas con sus propios atributos. O sea, el fajín de Queipo no es solo un canto a la Macarena y por eso le regala un fajín, sino que como esta imagen es la más importante para vosotros, va a llevar mi fajín. De alguna manera se está apropiando».
Y dos: «Los pasos suelen ser dorados. Se impone el clavel rojo como principal flor porque entre el rojo y el amarillo forman la bandera nacional y encima de la bandera nacional, va Cristo. Hay un objetivo claro de jugar con los colores de la bandera nacional para que los pasos parezcan la bandera de España sobre los que va Cristo. Antes no se utilizaba con frecuencia el clavel rojo y es en la guerra civil en la que se impone para jugar con ese doble color [y conjugar] lo religioso y lo simbólico».