El debate sobre la ofensa a figuras religiosas es útil. También es importante. Para las personas creyentes, sea cual fuere su fe, lo que consideran “sagrado” se hace esencial en su manera de relacionarse con el mundo y de formular sus identidades. Por eso, el dolor y la rabia que sienten cuando alguien se burla de sus creencias no es un asunto menor. Nuestras sociedades necesitan construirse en torno al respeto y al fomento de la diversidad. Pero eso no es excusa para justificar la violencia ni para coartar la libertad de expresión mediante actos terroristas. No hay debate cuando una de las partes asesina a un maestro degollándolo por haber mostrado una caricatura del profeta Mahoma. Los ataques contra Francia y su presidente, Emmanuel Macron, son incompatibles con sociedades que defienden valores liberales. Así como el islam merece respeto, también aplica para los derechos humanos que fundaron varias naciones de Occidente.
Que el debate se esté dando en Francia no es casualidad. Es un país que alberga a casi siete millones de musulmanes y, al mismo tiempo, una de las democracias con mayor tradición en la libertad de expresión. Para levantarse contra las monarquías, los emperadores y los opresores que han pasado por esas tierras, los franceses han entendido que sin poder discutir ideas subversivas, en ocasiones ofensivas, no pueden progresar los países. La libertad de expresarse protege los insultos, el mal gusto y lo que no es políticamente correcto, porque entiende que esas categorías son subjetivas. Lo que ofende a un opresor puede servir para liberar a los oprimidos. Lo que indigna a un jerarca de una iglesia es un discurso clave para proteger, por ejemplo, los derechos de las mujeres silenciadas por una determinada religión.
La libertad de expresión existe, entonces, para incomodar. Y a menudo se usa, también, para causar daño. Pero precisamente porque no hay verdades absolutas y porque conocemos el peligro de crear filtros a los pensamientos permitidos es que defendemos la importancia del libre flujo de ideas. Así sean problemáticas.
Los atentados terroristas en Francia son muestra de la importancia de proteger la libertad de expresión. Si alguien está dispuesto a matar a otra persona porque hizo una caricatura, allí es donde más necesitamos que esas caricaturas puedan publicarse. Desde la masacre en Charlie Hebdo, Francia ha tenido atentados terroristas que han dejado 300 muertos. En las últimas semanas, un profesor que mostró en clase caricaturas del profeta Mahoma fue degollado. Además, un hombre con un cuchillo asesinó a tres personas en una iglesia en Niza. Ambos ataques son relacionados con retaliación por ofensas contra su religión.
Varios países de mayoría musulmana han alzado la voz, pero para criticar la defensa que Macron ha hecho de la libertad de expresión. El presidente de Irán, Hasán Rohaní, dijo que “Occidente debería comprender que insultar al profeta equivale a insultar a todos los musulmanes, todos los profetas, todos los valores humanos y a pisotear la ética”. Sin embargo, Macron solo dijo algo razonable: “Apoyo poder escribir, pensar y dibujar libremente en mi país, es un derecho y son nuestras libertades. Me doy cuenta de que esto puede ser impactante y lo respeto, pero tenemos que hablar de ello”. La libertad está amenazada en Francia, pero hay quienes ni siquiera conciben que se abra el debate sobre ello.
Editorial – El Espectador – Colombia