Rubalcaba debería considerar que la pervivencia de los anacronismos que a día de hoy soportamos en España (entre ellos, el mencionado concordato) no deberían depender de la actitud del nuevo gobierno, sino de la consideración de que cualquier irregularidad antidemocrática, incompatible con un Estado de derecho, debe ser revisada por cualquier gobierno, y en cualquier momento y circunstancia, en vistas a la consolidación de una democracia, la española, que tiene, como diría el tanguista Cátulo Castillo, verdaderas heridas abiertas.
Decía Oscar Wilde que la moral no es, finalmente, otra cosa que la actitud que se adopta hacia las personas o situaciones que no nos gustan. Quizás sea ése el sentido del concepto en cuestión al que se refería el recién electo líder del PSOE aludiendo a los políticos del PP. Porque la inmoral “moral oficial” de la derecha, según las medidas que están tomando, éticamente son un espanto para cualquiera con un mínimo de sensibilidad democrática hacia los semejantes.
Deben de gustarles mucho a los del PP la gente adinerada, sana, feliz, y sin ninguna necesidad más inmediata que la de aumentar cada vez más las cuentas corrientes propias a costa de desinflar las ajenas, además de jugar al pádel en aburridos clubes privados, a la vista de los favores y las generosas prebendas en la agenda de sus actuaciones: Aumento disparatado de sueldos de los políticos y sus consejeros, generosidad fuera de dudas con la iglesia católica (que, como sabemos, tiene ya sus arcas bien llenas), donación de fondos públicos a centros educativos privados, casualmente religiosos, traspaso de bienes públicos a manos privadas, pagos de deudas multimillonarias a entidades financieras, fortunas personales desmesuradas de cargos públicos, relación de alianza con tramas corruptas, inhabilitación del juez que investigaba esas tramas, etc.
Y, en el mismo sentido, a los del PP no deben de gustarles en absoluto las personas o colectivos del pueblo llano, o marginados o necesitados, como enfermos, como mujeres en situaciones de maltrato, o ancianos, o toxicómanos, o vulgares alumnos que no viven en La Moraleja o aledaños, y tienen que conformarse con la “plebeya” enseñanza pública. De hecho, la política de recortes, a la que tanta objeción ponían cuando no estaban en el poder, se está cebando en aquellos ámbitos y colectivos más precarios y necesitados.
El gobierno actual está cerrando centros de acogida, está privatizando hospitales y servicios públicos, está dejando a alumnos de la enseñanza pública sin medios y sin siquiera calefacción en pleno invierno, a enfermos sin atención médica, a parados sin ayuda ni derecho a sanidad, a hospitales sin recursos humanos ni técnicos, a incapacitados físicos y psíquicos sin centros de asistencia, a toxicómanos sin esperanza de curación ni de reinserción. Y a trabajadores sin trabajo, porque a escasos tres meses de su llegada al poder el paro se ha incrementado en un millón más de personas.
Y además, no siendo esto suficiente para constatar que la “moral oficial” de la derecha se retrotrae a tiempos de absoluto desvalimiento humano y social, nuestras maltratadas neuronas tienen que soportar algunas nuevas sacudidas que nos dejan perplejos ante la inefable “moralidad cristiana” que subyace tras el fondo de la cuestión: la viceconsejera de Asistencia Sanitaria de Madrid se cuestiona si los enfermos crónicos (probablemente “subsidiados” diría el obispo de Granada) tienen derecho a “vivir gratis” del sistema. Y la alcaldesa de Madrid ha anunciado que va a encargar un estudio para tener “localizados” a los mendigos y personas sin hogar de la Comunidad de Madrid. Es decir, van a marcarles, como se marca al ganado.
Me pregunto ¿qué planes tendrán ambas dos para los enfermos crónicos y los mendigos?, ¿quizás integrarles en sus clubes privados para que aprendan a jugar al pádel, o quizás quemarlos en la hoguera como hacía la Inquisición , porque su presencia no les sea grata?. ¿Esta es la moral oficial de los que se rasgan las vestiduras clamando por el “derecho a la vida”?, ¿la vida de quién?. Quizás se refieran sólo a los de su soporífera “clase”. Porque la vida de los enfermos crónicos, los desamparados, las personas sin hogar, marginados, toxicómanos, parados, funcionarios, ciudadanos de a pie, parece importarles muy poco. Esa es la moral y esos son los “valores y olé” de los que tanto alardean algunos en la Plaza de Colón de vez en cuando; financiados, eso sí, con dinero de todos.
Coral Bravo es Doctora en Filología