He descubierto un estudio de la universidad de Viena, cuyos resultados son alarmantes. Éste data de 2015 y fue llevado a cabo por un equipo del Instituto de Higiene e Inmunología Aplicada de la Universidad citada. De los resultados se desprende que casi el 90% de las aguas benditas de Austria están peligrosamente contaminadas, donde se llegó a encontrar hasta 62 millones de bacterias por mililitro, siendo el foco más importante las pilas expuestas al público de las iglesias.
Aunque no resulte muy lógico encontrar materia fecal en ellas, sí que podemos admitir el hecho de que muchos fieles y visitantes manejen moneda con la misma mano que introducen en el agua. Pero es que un nivel de contaminación similar se halló en pilas bautismales, fuentes y manantiales sagrados. Desde que se aprecia la posibilidad de que un elemento lógico contamine esta agua, ¿no deberían tomarse medidas para evitar la posibilidad de contagios de enfermedades latentes en ella?
Si trasladamos el caso a Canarias, echamos de menos que la sanidad pública o algún equipo universitario dotado para ello haga un estudio serio que tranquilice a la población u obligue a tomar las medidas necesarias para la salud de la población expuesta a ello y quienes les rodean.
En Canarias se soporta el tránsito de 13 millones de personas foráneas anualmente, de las cuales un número indeterminado visitan templos y tocan sin control su agua bendita. La misma que tocan muchas de las personas que viven en el Archipiélago y con las que convivimos en el día a día. ¿Cuántas enfermedades se podrían evitar si no fuese así o hubiese un control serio sobre la calidad de esta agua? ¿Están nuestros niños y ancianos a salvo entre tanta bacteria, muchas de ellas de reciente importación?
Puede sonar a burla, pero la gravedad del asunto podría derivar en la obligación de los padres que pretenden bautizar a un menor en tener que llevar una garrafa de Fuente alta, Fuenteror, o cualquier agua embotella y de contenido clasificado para garantizar la salud del infante. Tampoco estaría de más poner carteles en varios idiomas, o clara señalización, advirtiendo de que no debe llevarse a la cara el contenido de las pilas que hay a la entrada de los templos; tal vez con textos similares a los que aparecen en el tabaco de venta legal… (lo admito, no soy católico y sí fumador).
Lo cierto es que no estaría de más que fuese cada parroquia la responsable de garantizar la salud de su rebaño. O las altas esferas de la Iglesia quién encargara estudios y medidas en cada lugar donde se ofrezca “la bendita agua”.
Como lagunero que soy, no se imaginan cómo me preocupa el tema, sobre todo en estas fechas. Creencias aparte, vivo en una sociedad en la que me codeo con muchas personas religiosas y ahora veo lo insalubre que puede ser.