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Sería magnifico que recordáramos a Voltaire por sus múltiples facetas. Pero hay una que tiende a eclipsar al resto. Su consigna de “aplastad al infame” recobra vigencia en cuanto se recrudece la barbarie. Ideada para denunciar los excesos del catolicismo de su época, también sirve para combatir cualquier tipo de infamia contra la humanidad en general. No en vano, el patriarca de los philosophes personifica como ningún otro los avatares del Siglo de las Luces.
El uso que Voltaire hace de la ironía es una lección a retener. A su juicio, tal como señala en el artículo “Fanatismo” de su Diccionario filosófico: “El único remedio que hay para curar la enfermedad epidémica del fanatismo es el espíritu filosófico”.
Somos nuestras costumbres
Voltaire nos lega una vasta producción. Fue un dramaturgo exitoso y tiene hasta un relato que se considera pionero de la ciencia ficción (Micromegas). También fue cronista de su tiempo (Poema sobre el desastre de Lisboa), escribió cuentos (Cándido), poemas épicos (Henriade) y biografías (Carlos XII de Suecia). Fue ensayista (Antimaquiavelo) e historiador (El Siglo de Luis XIV), e incluso elaboró un Diccionario filosófico en solitario. También fue un infatigable corresponsal, como muestra su prolijo epistolario.
Por añadidura, nos legó una “filosofía de la historia” con su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, en donde se cotejan los hábitos y las tradiciones de muy diversas culturas para valorar mejor la propia en términos comparativos.
Para los pensadores ilustrados, las leyes únicamente son eficaces cuando cada cual decide cobijarlas en su fuero interno, de modo autónomo, e ir traduciéndolas en sus acciones cotidianas. Los grandes principios morales resultan ineficaces cuando no son adoptados y adaptados por quienes deben acatarlos. En El filósofo ignorante Voltaire dice:
“Desde Tales a los profesores de nuestras universidades y hasta los más quiméricos razonadores e incluso sus plagiarios, ningún filósofo ha influido ni siquiera en las costumbres de la calle donde vivía. ¿Por qué? Porque los hombres rigen su conducta por la costumbre y no por la metafísica”.
Denuncias de la barbarie
Con todo, el filósofo Voltaire nunca dejó de pretender cambiar las costumbres menos recomendables para la paz social. Al igual que Diderot con su magna Enciclopedia, también Voltaire se propuso cambiar el modo común de pensar con su Diccionario filosófico portátil, sus epigramas y los panfletos en donde se recogen los absurdos que pueblan ciertos imaginarios, disolviéndolos con sarcasmo y mordacidad.
Probablemente Voltaire no dudaría en recurrir a los nuevos medios de comunicación para neutralizar las falsas informaciones tóxicas con el antídoto del humor sutil e ingenioso. Lo cierto es que no tiene rival en cualquier duelo dialéctico. Su pluma es capaz de imponerse mediante la reducción al absurdo, gracias a ingeniosas sentencias que se recuerdan fácilmente tras escucharlas. Sabe combatir la demagogia con sus propias armas, sirviéndose de unas consignas muy sencillas y comprensibles que disuelven los dogmas cual si fueran azucarillos mediante su incontestable ingenio.
Voltaire le dedicó su Tratado sobre la tolerancia al caso Calas, en el que un protestante fue falsamente acusado de haber dado muerte a su propio hijo por cambiar de religión y, posteriormente, fue condenado a pena de muerte aplicada mediante horrendas torturas.
El Tratado de Voltaire y el propio autor se han convertido en una especie de himnos simbólicos que se invocan en cuanto comparece la barbarie. De ahí que se agotaran rápidamente los ejemplares disponibles de la obra en las librerías francesas tras el brutal atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo.
Cribar los datos para discernir con criterio
Los rostros de la barbarie se alimentan con el engaño, la ignorancia y las desigualdades provocadas por la injusticia social y los fanatismos. El mejor modo de vacunarse contra ello es cribar los datos para establecer un criterio propio.
Como nos muestra Voltaire con su vida y sus obras, un sano distanciamiento irónico supone una excelente profilaxis para encarar los problemas con talante constructivo y no dejarse devorar por las adversidades. Aplicar el humor siempre alivia y permite arrostrar las dificultades con mejor animo para solventarlas. Hay cosas que más vale no tomarnos en serio ni concederles una importancia que no tienen. La ironía, tan sabiamente utilizada por Voltaire, puede servirnos como un eficaz escudo contra el fanatismo. Puede reflejar sus absurdos y dejar pasmado a quien los profiere al verse sorprendido por su propia estulticia.
En su Diccionario filosófico Voltaire señala que “la moral no consiste en la superstición ni en las ceremonias, ni tiene nada que ver con los dogmas”. El enemigo a batir se llama fanatismo, esa convicción irracional que pretende imponerse, no con la fuerza de los argumentos, sino apelando dogmáticamente a las emociones. ¿Acaso cabe tolerar la intolerancia? He aquí la respuesta de Voltaire:
“Los hombres solo delinquen cuando perturban a la sociedad. Perturban a la sociedad tan pronto como caen en las garras del fanatismo. En consecuencia, si los hombres quieren merecer tolerancia, deben empezar por no ser fanáticos”.
(Voltaire, Tratado sobre la tolerancia)