El hecho de que la Casa Real se sumara a la misa de la Conferencia Episcopal empujó a una importante representación institucional que de alguna manera boicoteó el homenaje oficial del día 16
El pasado 29 de junio, el teléfono sonó en la sede de la Conferencia Episcopal española. Al otro lado, la Casa Real confirmaba la invitación que el día 11 el obispo portavoz de la CEE, Luis Argüello, había hecho a los reyes para asistir al funeral por las víctimas del coronavirus que la Iglesia iba a celebrar este 6 de julio en la catedral de La Almudena. La Iglesia se había adelantado a Pedro Sánchez a la hora de convocar un acto de homenaje a los muertos, consciente de que la idea del Gobierno era un homenaje laico, algo sin precedentes en la historia de la democracia española.
El presidente del Gobierno había anunciado en el Congreso que, una vez alcanzada la ‘nueva normalidad’, se haría un homenaje de Estado a los caídos, presidido por Felipe VI… pero sin precisar fecha. No lo hizo hasta el 17 de junio, cuando apenas quedaban cuatro días para el fin del Estado de Alarma. Seis días antes los obispos se habían apresurado a enviar las suyas para una misa en La Almudena. Aunque, a decir verdad, sin mucho éxito.
Hasta la mañana del 29 de junio, apenas habían confirmado su asistencia la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; y el alcalde de la capital, José Luis Martínez Almeida. Los obispos habían remitido invitación a todos los poderes del Estado (presidentas del Congreso y Senado, responsables de los Tribunales Supremo y Constitucional, jefes del Estado Mayor, Delegación del Gobierno y al propio Ejecutivo), así como a los representantes de partidos políticos, sindicatos y patronal. Sólo Díaz Ayuso, Almeida y el líder del PP, Pablo Casado, habían anunciado su asistencia a un acto que se avecinaba descafeinado, y que no iba a ser retransmitido por la televisión pública. “No es necesario. Además, los obispos ya tienen su propia televisión”, afirmaba a elDiario.es un responsable de RTVE.
Pero el sí de la Casa Real lo cambió todo. Una confirmación que pocos en la Casa de la Iglesia daban por seguro y que se debió, en buena medida, a las gestiones del arzobispo castrense, Juan del Río, que tiene hilo directo con Zarzuela. La decisión del rey de asistir, junto a su mujer e hijas, a las exequias –propiamente no se debería hablar de funeral, sino de una misa en recuerdo de los fallecidos– católicas era algo que el Gobierno tenía como posibilidad, pero que según fuentes del Ejecutivo no supo hasta poco antes de que el viernes 3 de julio por la mañana, la Conferencia Episcopal anunciara su asistencia. Dos horas después, elDiario.es adelantaba que el Gobierno estaría representado por la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, encargada de las relaciones con la Iglesia.
A partir de ahí se sucedieron las confirmaciones. “Lo cierto es que desde el viernes, cuando los reyes confirmaron su asistencia, se provoca una avalancha de peticiones o de notificaciones que habían sido enviadas el 11 de junio. Solo a partir de ahí comenzaron a contestar”, aseguró este miércoles el secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, en rueda de prensa. Y lo hicieron en cascada: las presidentas de Congreso y Senado, los portavoces de Ciudadanos y Vox, la delegación del Gobierno en Madrid, los presidentes del Supremo y el Constitucional, representantes de las Fuerzas Armadas… en total, más de una treintena de autoridades que, sumadas otros tantos obispos, responsables de ONG, sanitarios y distintos colectivos, junto a unos 70 representantes de las víctimas –muchísimas se quedaron fuera– formaron parte del acto.
Un funeral que no debía serlo
Aunque no se trataba de un funeral de Estado, lo cierto es que lo parecía. La presencia de los reyes sirvió de justificación a la ultraderecha católica para criticar la ausencia de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Incluso legaron a acusar al presidente del Gobierno de insultar a los muertos, aunque nada dijeron de que no asistieran el líder de Vox, Santiago Abascal, o la de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Por no hablar de los ataques a RTVE por no retransmitir en directo el evento. Finalmente, hubo un semi directo en el canal 24 horas, que emitió la misa íntegra en su canal de internet, que también se pudo ver en Telemadrid.
Por el otro lado, muchos entendieron que la ceremonia en La Almudena presidida por los Reyes –y que por ello contó también con la presencia del resto de representantes de poderes del Estado– boicoteaba en buena medida el gran acto-homenaje que el Estado prepara para este 16 de julio en la Plaza de la Armería –a pocos metros de la catedral de Madrid–, diez días después de las exequias católicas. Incluso dentro del Ejecutivo cunde la sensación de que los obispos les han tomado la delantera de mala manera, con la colaboración de Felipe VI, que se ha sumado a los planes de la Conferencia Episcopal por su voluntad personal o sus relaciones con la cúpula eclesial, o inspirado por la regla no escrita del ‘siempre se ha hecho así’. Sea una cosa o la otra, la realidad es que la presencia de la Casa Real en la misa demuestra que España, a pesar de ser formalmente un Estado aconfesional desde hace casi medio siglo, sigue sintiendo con fuerza el peso institucional de la Iglesia católica.
A pesar de que la nueva cúpula de la Conferencia Episcopal ha inaugurado una etapa marcada por la “fluida” relación con el Gobierno, a través de la vicepresidenta Calvo, a los obispos no les resulta fácil renunciar a los privilegios y la relevancia social que han tenido históricamente. Y a pesar de que se han mostrado dispuestos a abordar con el Ejecutivo la negociación de polémicas cuestiones como las inmatriculaciones o la regulación del IBI, no claudican en batallas también pendientes como la asignatura de Religión o la eutanasia. Durante la homilía –y después de ella– todo fueron palabras de concordia y entendimiento. Los representantes del sector ultraconservador que estaban presentes –incluidos el obispo de Alcalá, Reig Plá, y el ínclito Rouco Varela– se mantuvieron en silencio, a diferencia de lo que había pasado durante el confinamiento.
“Agradecemos muchísimo la presencia de todos los que han querido participar en un acto singular y propio de la Iglesia católica, que siempre tiene un atrio en el que estamos dispuestos a encontrarnos con quien quiera”, apuntó el portavoz Argüello, quien evitó cualquier crítica a la ausencia de Sánchez o Iglesias al evento. No hacía falta. Para eso ya se había movilizado el aparato mediático del mundo ultracatólico. La Conferencia Episcopal ha sido invitada –y ya ha confirmado que acudirá– al acto del día 16, a la vez que se ha mostrado “agradecida” a quienes asistieron al funeral de la catedral. El funeral que en realidad no debía serlo.