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La Inquisición en América y los infiernos de la Iglesia

La conquista de América fue una empresa compartida entre la Corona de Castilla –y luego de la unificación, la Corona española– y la Iglesia Católica. Se trató de una fabulosa empresa de saqueo, que incluyó no sólo las identidades, sino también las culturas y las religiones de los pueblos originarios, apelando al genocidio y la mutilación de los cuerpos y de las mentes, pretendiendo absurdamente que, de ese modo, se salvarían las almas de los nativos.
El origen de la alianza entre Corona e Iglesia se remonta a los tiempos medievales, cuando la expulsión de los moros de la Península Ibérica fue consagrada como Cruzada –imposición coactiva de la cruz– por las autoridades eclesiásticas. Al concretarse la Reconquista (1491), se selló un compromiso solemne entre ambas instituciones, que obligaba a los Reyes de España a constituirse en celosos protectores de los bienes, las costumbres y las prácticas religiosas del cristianismo entre sus súbditos. Con la expansión marítima y la conquista dicha "protección" se extendió a nuestro continente,

El Tribunal de la Santa Inquisición. La herramienta utilizada para imponer la sumisión de los cuerpos y de las mentes fue la Santa Inquisición, fundada en 1184 en el sur de Francia para reprimir las "herejías" de los cátaros o albigenses por medio de la tortura y la muerte. En territorio ibérico se implantó en 1184 en el Reino de Aragón, extendiéndose a la Corona de Castilla en 1478, mediante la bula del Papa Sixto IV, Sincerae devotionis, para combatir las prácticas judaizantes de los conversos en territorios arrancados a los moriscos.
La función de inquisidor general correspondió inicialmente a Tomás de Torquemada, famoso por la crueldad de sus acciones. Los interrogatorios incluían torturas y vejaciones, humillaciones públicas, ordenándose la incineración en la hoguera cuando el Tribunal decretaba la culpabilidad. Los bienes de los reos eran requisados y apropiados por la Iglesia, lo cual dio lugar a reiterados casos de corrupción.
En las garras de la Inquisición caían los "herejes", los "fornicadores compulsivos" y los homosexuales. También los acusados de practicar la brujería, cuya existencia reconoció el Papa Inocencio VIII en 1484, a través de la bula: Summis desideratis affectibus, al destacar que un "gran número de personas de ambos sexos no evitan el fornicar con los demonios, íncubos y súcubos; y que mediante sus brujerías, hechizos y conjuros, sofocan, extinguen y hacen perecer la fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales, la mies de la tierra". En Francia las cosas llegaron aún más lejos: entre 1266 y 1586 se realizaron al menos 60 juicios y ejecuciones contra animales, por asesinatos y prácticas satánicas, en base a confesiones arrancadas por medio de la tortura… a otros animales!!!

La inquisición en América. Los primeros conquistadores impusieron una cristianización superficial a los pueblos originarios, encargando tareas inquisitoriales elementales a monjes y sacerdotes. Entre 1535 y 1571 el control se volvió más riguroso por medio del establecimiento de la Inquisición Episcopal, que se acusó a los nativos de practicar la idolatría, los sacrificios, la brujería y hasta de antropofagia, aplicándoles un trato sanguinario.
La sobreexplotación, la difusión de la sífilis y de la viruela y el ejercicio de la inquisición erosionaron brutalmente la demografía americana. Darcy Ribeiro calculó la población originaria en unos 70 millones para 1492, los que se redujeron a sólo 3,5 millones, 150 años después. Esta reducción causó preocupación, ya que significaba una caída exponencial de la mano de obra gratuita utilizada para explotar y enajenar las riquezas americanas. El caso de la América atlántica no era considerado crítico –en tanto los valores humanitarios no entraban en la ecuación–, ya podía ser reemplazada fácilmente por esclavos africanos baratos. El problema se planteaba en la zona andina, donde los efectos de la altura volvían insustituible a la mano de obra originaria. Para la Iglesia esa caída demográfica tenían un alto costo económico, ya que implicaba una reducción en la recaudación del diezmo eclesiástico abonado por las comunidades nativas. Los esclavos, en tanto que nada tenían, estaban exentos…
Los reyes españoles impulsaron medidas protectivas de la mano de obra andina, cuya reiteración traduce su fracaso. Esto se complementó con la creación, en 1569, de las Inquisiciones mexicana y peruana, que excluyó de este fuero a la población originaria (1571), que quedó bajo competencia directa del obispo. Así, la Inquisición en México se extendió sobre un 20% de la población –unas 450.000 personas– compuesta por europeos, criollos, mestizos, africanos, mulatos y asiáticos, con la intención de evitar difusión de la Reforma Protestante en el continente.
Los Tribunales de Inquisición se establecieron en las ciudades más emblemáticas de la conquista: México y Lima (1569) y Cartagena de Indias (1610), y continuaron funcionando, aunque de manera declinante, hasta el fin de la colonia. En el siglo XVII se consideró el proyecto de establecer un tribunal en Córdoba o Buenos Aires, alegándose que por el Río de la Plata ingresaban portugueses judaizantes que introducían libros heréticos. Si bien la iniciativa finalmente fue rechazada, el hecho de que la Asamblea del año XIII haya sancionado la supresión de la Inquisición permite constatar tácitamente su práctica en el territorio del Virreynato.

¿Cinco siglos igual? La Inquisición favoreció el ejercicio de la censura y la restricción de textos, exigió la imposición de severos controles y restricciones al comercio internacional, caratulado como agente disolvente de la homogeneidad cultural y religiosa, y constituyó una herramienta fundamental para imponer el autoritarismo, la sumisión de los pobres y el pensamiento único, síntesis que convirtió a América latina en la región más desigual del planeta.
Si bien el poderío de la Iglesia en América, y sobre todo en el Río de la Plata, se resintió con los procesos revolucionarios iniciados en 1809, debido a su alineamiento con el poder imperial español, el tiempo –que a menudo provoca la amnesia– le permitió recuperar una injerencia significativa, sobre todo en el marco de las dictaduras genocidas que escarnecieron a la región durante buena parte del Siglo XX. En tal sentido, la bendición otorgada en 1955 por el arzobispo de La Plata a los aviones militares que lucían la consigna Cristo Vence, prontos a ejecutar de manera sanguinaria a obreros desarmados y niños excursionistas en la Plaza de Mayo, la complicidad de la Iglesia Chilena con el genocida Pinochet, o bien la contención moral ofrecida a torturadores y asesinos en la dictadura cívico-militar –cuando no el ejercicio directo de esas prácticas en nombre de la fe, como en el caso de Von Wernich– permiten trazar un trágico hilo conductor entre el pasado y el presente. Al fin y al cabo, la espada y la cruz compartían una misma filosofía y un mismo modelo de sociedad. No por casualidad el cardenal Eugenio Pacelli –el futuro papa Pío XII– firmó en Roma el concordato entre el Vaticano y la Alemania nazi (20/7/1933), legitimando así su proyecto de exterminio ante los ojos del mundo.

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