Los primeros visigodos en Barcinona fueron arrianos, mientras que la población autóctona era católica. Así pues, en los primeros tiempos de la presencia visigoda había dos obispos para una misma ciudad. Como el poder visigodo era arriano, el obispo de este culto se hizo con la sede episcopal, mientras que el católico tuvo que buscarse otra. Esta dualidad desapareció con la conversión de Recaredo del año 589.
El culto arriano se desarrollaba en la catedral de Santa Cruz, es decir en el templo que luego sería la catedral de Barcelona, y el culto católico se celebraba en la basílica de los Santos Mártires San Justo y Pastor.
La ocupación por parte del obispo arriano de la sede episcopal existente en el ángulo norte de la ciudad (entre la Puerta Decumana Occidental y la Puerta Septentrional) del recinto amurallado de la ciudad dio impulso a su configuración como centro de poder de Barcinona, cuando en el siglo VI la autoridad visigoda añadió nuevas construcciones. Era el núcleo donde residía la jerarquía eclesiástica arriana pero también el comes civitatis, es decir, el conde de la ciudad.
El segundo núcleo episcopal sería, como imaginamos, nuevo, y menos importante o más pequeño. Era el núcleo católico, en la mencionada basílica. Allí se ha descubierto la basílica, un baptisterio de piscina cruciforme y una tumba, seguramente de un obispo.
Durante el obispado de Nebridio se celebró en Barcelona un concilio católico de la antigua provincia de la Tarraconense en el año 540, y posiblemente se celebró en la iglesia de San Justo y Pastor. Bajo el obispado de Ugne, en el 599 se celebraría un segundo concilio católico. Este obispo había sido arriano pero siguió como católico. Ahora tendría lugar en la catedral.
Los obispos fueron unas figuras muy importantes en la Antigüedad tardía, precisamente cuando declinaba la autoridad romana. En tiempos de los visigodos fueron ganando gran importancia, ejerciendo funciones de gobierno, garantizando la vida económica porque cuidaban de la cuestión de los pesos y las medidas y recaudaban impuestos. En este sentido, en la época visigoda se adoptaron como patrones monetarios los ponderales oficiales del Imperio romano de Oriente. El emperador Justiniano, precisamente, había establecido en el año 545 que las medidas y los pondera debían guardarse en las Iglesias. Los ponderales o dinerales eran los pesos que se ponían en la romana para igualar el fiel al pesar algún género.
Después de la conversión de Recaredo existe un documento muy interesante, que hemos citado en el capítulo anterior y emitido por el III Concilio de Toledo en relación con el clero y el fisco en Barcinona, que demuestra, además, la intervención de la Iglesia en esta materia:
«A los sublimes y magníficos señores hijos y hermanos numerarios, Artemio y todos los obispos que contribuyen al fisco en la ciudad de Barcelona. Puesto que habéis sido elegidos para el cargo de numerarios en la ciudad de Barcelona, de la provincia Tarraconense por designación del señor e hijo y hermano nuestro Escipión, conde del patrimonio, en el año séptimo del feliz reinado de nuestro señor el rey Recaredo, habéis solicitado de nosotros, según es costumbre, la aprobación con arreglo a los territorios que están bajo nuestra administración. Por ello, por la ordenación de esta nuestra aprobación decretamos, que tanto vosotros como vuestros agentes y ayudantes debéis exigir del pueblo, por cada modio legítimo, nueve silicuas y por vuestros trabajos una más. Y por los daños inevitables y por los cambios de precios de los géneros en especie, cuatro silicuas, las que hacen un total de catorce silícuas, incluida la cebada. Todo lo cual según nuestra determinación, y conforme lo dijimos, debe ser exigido tanto por vosotros como por vuestros ayudantes y agentes; pero no pretendáis exigir o tomar nada más. Y si alguno no quiere avenirse a esta nuestra declaración, o no procurarse en entregarte en especie lo que te conveniere, procure pagar su parte fiscal y si nuestros agentes exigiesen algo más por encima de lo que el tenor de esta nuestra declaración señala, ordenaréis vosotros que se corrija y se restituya a aquél que le fue injustamente arrebatado. Los que prestamos nuestro consentimiento a este acuerdo firmamos de nuestras propias manos más abajo…”
Los obispos promovían obras en edificios y vías públicas, así como para ampliar y prestigiar sus sedes. A veces se hacía constar su mecenazgo en placas de cerámica que se colocaban en las iglesias.
Los obispos también impartían justicia en el tribunal episcopal, una institución creada por Constantino I que cobró mucha importancia a partir del siglo V.



