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La iglesia fuera de la ley

A mis amigos extranjeros les cuesta entender las noticias relacionadas con la Iglesia española, de manera que ojean la prensa y creen estar leyendo la reseña de una película de terror o literatura fantástica. A menudo, el nivel de inverosimilitud es de tal calibre que desconfían no sólo de sus conocimientos sobre la historia del país sino del correcto uso de la gramática castellana. “¿Lo he entendido bien? ¿Aquí dice que la Iglesia se apropió de un millar de propiedades que no eran suyas? ¿Esto es el problema de los okupas, no?” Yo le explico lo que puedo, porque la cosa tampoco es tan fácil de entender, y le digo que vaya repasando otra vez la filmografía de Berlanga.

Esta semana ha vuelto a saltar la noticia de los abusos sexuales en el seno la Iglesia católica, un tema en el que ciertas voces afines al obispado quieren ver una campaña orquestada para desprestigiar la institución eclesiástica sin caer en la cuenta, primero, de que más desprestigiada la institución no puede estar, y segundo, que la campaña la orquestaron ellos mismos con los cientos y cientos de casos de pederastia sobre los que no hicieron absolutamente nada.

Miles de vidas rotas y de familias destrozadas. Personas que han vivido durante décadas con la losa de la profanación a las espaldas, el inmundo recuerdo de un párroco o un seminarista que les metió mano cuando tenían diez u once años, que los violó repetidamente y luego les puso de penitencia rezar una serie de avemarías y padrenuestros por andar por ahí provocando al personal con sus pantaloncitos cortos. Personas que han tenido que superar el asco y la vergüenza de revivir ese espanto abominable, de contarlo ante familiares y amigos, y que ahora encima deben soportar el trago de que les digan que forman parte de una maniobra publicitaria.

Sí, es difícil imaginar algo más asqueroso, pero lo hay: encubrir a los criminales, ocultar las pruebas, encastillarse en una demencial negativa que ha convertido a toda la congregación española en cómplice del delito (del pecado) más repugnante que existe. Lo dijo Jesucristo en una de las pocas veces en que no ofreció posibilidad de perdón: “Al que escandalice a uno de estos pequeños más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y lo hundan en lo más profundo del mar”. Esta gente tan piadosa, tan religiosa, tan intransigente con las faltas de los demás, no tiene ojos ni oídos ni boca para los colegas que atentan contra la vida en su dominio más sagrado y frágil: la inocencia de un niño.

Otra vergüenza del tamaño de una catedral es que también, durante décadas, el PSOE se haya resistido a sacar a la luz los trapos sucios eclesiásticos en una comisión del Congreso o en una investigación judicial. Hasta esta semana en la que, al fin, han dado el primer paso para esclarecer los abusos a menores en el ámbito eclesiástico. Por supuesto, el PP y Vox se han negado en redondo a la apertura de esta comisión y, como es tradicional, se han puesto del lado de los violadores. Es curioso que el PP jamás haya querido investigar vía parlamentaria asuntos tan tremebundos como las violaciones a menores en la Iglesia, la masacre de ancianos en las residencias durante los primeros meses de la pandemia o las docenas de miles de víctimas anónimas enterradas en las cunetas. Sin embargo, este mismo martes Casado y sus mariachis han presentado sendas preguntas en el Senado y en la Comisión de RTVE sobre el escándalo de la votación en el Benidorm Fest. Ellos siempre a lo importante.

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