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La Iglesia católica y el fascismo

El hecho de que cuajase en primer lugar en un país como Italia un movimiento extremadamente violento, autoritario y ultranacionalista como  el fascismo, no se debió a una casualidad geográfica, sino a la propia historia de esta península. La Iglesia católica tuvo un papel fundamental en ello: poseedora en tiempos nada lejanos de buena parte del país, con un control absoluto sobre su sociedad, echaba de menos aquellas glorias pasadas de poder. Más si cabe porque los nuevos tiempos estaban trayendo cosas que la Iglesia odiaba y temía realmente: la libertad, la democracia, el liberalismo, el socialismo o el comunismo. Estos eran sistemas sociales e ideologías que quitaban  el sueño a los Papas de Roma. Por ello, el cardenal Ratti, que se convertiría más tarde en el Papa Pio XI, se  fijó en un movimiento caracterizado por su autoritarismo, exaltación patriótica y también especialmente por su odio hacia la democracia y las ideologías que venían con ella. Los italianos, por el contrario, como ocurrió también con los alemanes, no miraban con buenos ojos a este movimiento encabezado por un agitador y manipulador de conciencias llamado Benito Mussolini. Desconfiaban de él y de sus  seguidores a los que veían como matones, oportunistas y demagogos. El fascismo nunca habría triunfado en una sociedad donde se hubiese respetado la libertad y no se hubiese usado la violencia. Tanto el partido socialista, de corriente moderada, como el propio partido católico, también moderado, hubiesen sido suficientes para contenerlo, ya que tenían una amplia mayoría sobre él en el Parlamento. Pero aquí intervino la Iglesia, que no quería que el sistema democrático siguiese adelante, y lo hizo minando y erosionando al partido católico, sobre el cual tenía una gran influencia. Es necesario recordar que la Iglesia había prohibido votar y participar a los católicos en política hasta ya entrado el siglo XX, al no aceptar la democracia; teniendo que ceder aparentemente algo ante los nuevos tiempos y pensamientos de la población. Así, entonces, se pudo constituir un partido con base católica, el Partido Popular, dirigido por el sacerdote siciliano Don Sturzo. Cuando la coalición entre los Reformistas Socialistas y el Partido Católico iba a poder ser una realidad, el Papa Pio XI envió una circular el 2 de octubre de 1922 indicando a los sacerdotes que no se identificaran con el Partido Católico. Lo que aparentemente podría interpretarse como un acto de neutralidad, no fue así, sino que realmente fue un acto de repudio a cualquier posible coalición ganadora entre los socialistas reformistas y el Partido Católico. La jerarquía católica tenía otros planes y entre ellos estaba su colaboración con el fascismo. El 20 de enero de 1923 ya se reúnen el cardenal Gasparri, Secretario de Estado del Vaticano, y Mussolini para alcanzar acuerdos. El compromiso de la jerarquía era paralizar a su partido, ya que suponía un obstáculo insalvable para que el partido fascista se pudiese hacer con el control del parlamento. A cambio, la Iglesia pediría la destrucción del partido socialista, la eliminación de la democracia y volver a tener las propiedades que tenía antes de la pérdida de sus posesiones o recuperar parte de ellas si se le pagaban además sus supuestos derechos; y,  por supuesto, volver a  ser el rector y dominador de la vida social y moral del país.(1), (2)La unión histórica entre la cruz y la espada quería volver: el Estado que ejecutaba las órdenes, protegía y mantenía a la Iglesia, y esta que se erigía en rector de las conductas y conciencias.
Mussolini actuó diligente salvando al Banco de Roma de la quiebra, donde tenía los fondos la Santa Sede. Esto les supuso a los italianos un coste de alrededor de 1.500.000.000 libras. (1) El cardenal Vannutelli, agradecido, rindió homenaje al dirigente fascista en febrero de 1923:
 
Por su vigorosa devoción a su país (2)
 
Y agregando que el Duce:
 
había sido escogido (por Dios) para salvar la nación y restaurar su fortuna.(2)
 
La fortuna de  la Iglesia evidentemente se restauró, bien diferente a la de la nación italiana, que fue expoliada. Otra cosa también bien diferente es lo que pudiese pensar Dios de ello, de acuerdo al punto de vista de un creyente.
Las actuaciones violentas de los fascistas eran muy habituales en Italia y lo hacían incluso contra miembros de la propia Iglesia católica que consideraban hostiles a su ideario y forma de actuar. Así ocurrió con la muerte del sacerdote Don Minzoni en agosto de 1923, ante la cual no hubo grandes protestas por parte de la jerarquía eclesial. Comenta el historiador Avro Manhattan sobre la actitud del Papa al respecto:
 
Si los Socialistas hubiesen cometido semejante acto, el Papa habría invocado las fulminaciones de Dios; pero, en este caso, permaneció callado y no pronunció una sola palabra de protesta contra tales ultrajes, continuando impasible en su nuevo camino de colaboración.(2)
 
Ya en la primavera de 1923 Mussolini pretendía bloquear al parlamento y aprobar una ley electoral que le asegurase un control sobre él, pero se encontró con el lógico rechazo de los otros partidos, incluido el católico. Aquí intervino el Papa, en junio de 1923, ordenando al sacerdote dirigente del Partido Católico, Don Sturzo, que renunciase; y de  este modo consiguió debilitar a la formación política, que perdió peso y allanó el camino a los planes entre el Vaticano y Mussolini. Al mismo tiempo la jerarquía católica se encargó de alabar al dirigente fascista, con la finalidad de que los católicos lo terminasen por aceptar y lo apoyasen.
En el año 1924, tras la muerte del líder socialista Matteotti por orden de Mussolini, el Partido Popular y el Partido Socialista ante la indignación popular por tal crimen pidieron al Rey que destituyera al dirigente ultraderechista. Pero otra vez el Vaticano, al ver que se iba a formar otra coalición entre los dos partidos para quitar a los fascistas, advirtió a los católicos que una colaboración con los socialistas, incluso con los moderados, iba contra la ley moral, ya que el socialismo representaba el mal. Ordenó a todos los sacerdotes católicos que formaban parte del Partido Popular que lo abandonasen, dejando con ello desestructurada y rota a la agrupación política cristiana. El Vaticano creo la Acción Católica bajo la dirección de los obispos y el Papa, para terminar de minar y hundir al Partido Católico, no permitiéndole interferir en la política a la nueva organización. Los  llamamientos y órdenes a los católicos, para que se sumasen a la nueva organización y abandonasen el otro partido, condujeron a que en 1925 el Partido católico fuese ilegalizado por Mussolini. 
Ya, tiempo después y a consecuencia de aquello, en 1929, vendría la firma el Tratado de Letrán, entre la ya dictadura fascista y la Iglesia católica. Con este tratado el Vaticano alcanzó la condición de Estado, recibió una enorme suma de dinero por sus supuestos derechos sobre los Estados Pontificios y el fascismo ganó respetabilidad para el mundo católico, que lo constituían buena parte de las naciones europeas que dominaban el mundo.
Mussolini hacía tiempo que se había  dado cuenta del poder que tenía la religión, y en especial la Iglesia católica, para movilizar a las masas. Esta sentencia ,atribuible a él, lo expresa de forma muy clara:
 
¡Miren esta multitud de todo país! ¿Cómo es que los políticos que gobiernan las naciones no comprenden el inmenso valor de esta fuerza internacional, de este Poder espiritual universal? (2)
 
Este poder y capacidad de persuasión de la Iglesia sería utilizado tanto por el régimen dictatorial italiano como por el nacionalsocialista alemán para ganar apoyo y legitimidad en sus campañas militares de invasión por Europa y por otros continentes.

 

La llegada al poder del fascismo y la formación de una dictadura fue un hecho clave en el desarrollo de los acontecimientos políticos y económicos del siglo XX. Poco después ocurría algo semejante en Alemania, aquí también con el apoyo de la Iglesia católica, que volvió a anular al partido católico alemán y posibilitó la llegada de Hitler al poder.(2) El fortalecimiento de estas dos dictaduras fascistas actuaría como un impulsor en la creación de otras, como la española en 1939, y especialmente en las campañas de  invasiones y guerras que conducirían finalmente a la Segunda Guerra Mundial.
 
Notas:
(1) Karl Heinz Deschner. La política de los Papas en el siglo XX. Vol.I. Yalde, 1994.
(2)  Avro Manhattan. The Vatican in World Politics. Italy, The Vatican and Fascism. London: C.A. Watts & Co. Limited, 1949.

Para ver como el poder económico, al que pertenecía la propia Iglesia católica, se alió también con el fascismo, dejo estos dos enlaces:

La influencia del poder económico en el auge del nazismo
Las corporaciones y el fascismo: una vieja alianza

 
La firma del Tratado de Letrán en 1929 entre el cardenal Gasparri, en nombre de Pío XI, y Benito Mussolini. Ya en 1923, Gasparri confesó que: "yo sabía que a través de este hombre, caso de que accediese al poder, obtendríamos lo que queríamos" (1)

 

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