El pasado 23 de noviembre, el recién elegido secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE) Luis Javier Argüello, defendió el derecho de la Iglesia católica para decidir quienes pueden acceder o no al sacerdocio según sean sus inclinaciones sexuales. Dijo Argüello: «La Iglesia tiene el derecho de seleccionar a sus candidatos y elegir su perfil», puntualizando que sólo entrarán en los seminarios quienes acepten el celibato «y dentro de esta configuración de varones célibes, pedimos también que se reconozcan y sean enteramente varones, y por tanto heterosexuales».
El portavoz de la CEE reconoció que la Iglesia española acata la normativa del documento vaticano de 2016 (El don de la vocación presbiteral-Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis) en lo referente a cerrar las puertas de los seminarios a los homosexuales, una discriminación que desafía a las leyes que defienden los derechos de los colectivos LGTBI.
Por su parte, el Papa Francisco, el 21 de mayo pasado, durante un encuentro con los obispos italianos, se pronunció sobre si se podría admitir en un seminario a jóvenes que tuvieran dudas sobre su homosexualidad. Dijo el Papa: «Ante la duda, mejor que no entren en el seminario, porque estas tendencias, si están profundamente arraigadas y se llevan a la práctica mediante actos homosexuales, pueden generar escándalos que desfiguren el rostro de la Iglesia», haciendo que peligre la vida del seminario.
De esta postura de la Iglesia, se colige el error de relacionar la pedofilia y la pederastia con la homosexualidad, siendo que ambas pueden darse también en heterosexuales. Hay que tener claro que así como en la pedofilia existe una atracción sexual por niños y jóvenes sin que necesariamente se consume, en la pederastia esa atracción sí que se consuma con abusos sexuales. Para entenderlo mejor, imaginemos que si además de monaguillos hubiera monaguillas, los curas que abusaran de esas niñas serían tildados de pederastas sin enfatizar en su heterosexualidad. ¿Por qué entonces sí con los homosexuales?
Otro error (y también delito) es el secular silencio con el que la Iglesia siempre ha encubierto a los curas pederastas, y la tibia sanción que les suelen imponer consistente en un cambio de parroquia.
En octubre de 2015, Krysztof Charamsa, sacerdote polaco oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo pública su condición de homosexual y denunció que un elevado porcentaje de curas del Vaticano (Según Krzysztof, el 50%) eran homosexuales. Independientemente de que no existan de estadísticas constatadas y fiables, es un hecho ostensible la gran prevalencia de la homosexualidad en el clero, un cobijo donde, desde tiempos inmemoriales, muchos homosexuales se han refugiado para hacer su vida más llevadera.
¿Porque, dónde estaría el problema si una persona homosexual decide ser sacerdote?. Personalmente, estoy convencido de que no supondría ningún problema, como tampoco lo sería que un gay eligiera ser maestro, médico o trabajar en un circo. Es la Iglesia y su amanerada moral, mojigata e hipócrita, quien tergiversa la realidad al relacionar pederastia y homosexualidad, mientras tradicionalmente ha protegido a curas abusadores de niños, y ahora proclama homófobamente que no quiere gais en sus seminarios.
Independientemente de que la Iglesia tenga sus reglas para elegir a sus futuros sacerdotes, la condición sexual es una singularidad definitoria que en nada debería influir para aceptar a alguien en una corporación, sociedad o empresa (y, en cierto modo, la Iglesia lo es). Consideremos que si los criterios de selección de los aspirantes a un trabajo incluyeran preguntarles por su condición sexual, sin duda la justicia actuaría de inmediato en defensa del aspirante.
Además, seamos sensatos y preguntémonos: ¿Con que tipo de pruebas piensa sorprender la Iglesia a los aspirantes al sacerdocio para detectar si son homosexuales o heterosexuales? ¿Qué tipo de test deberán pasar?
Alberto Soler Montagud
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