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La influencia de la institución eclesiástica misma sí que ha sido más profunda en la sociedad vasca, pues las relaciones que desencadena la Iglesia en las redes e instituciones sociales no son nada «sobrenaturales», sino bien concretas.
Se trata, efectivamente, de la Evangelización intensiva de la Iglesia medieval en Euskal Herria y en toda la Cristiandad.
De verdad que el intento de la Iglesia por suplantar todo lo autóctono fue bestial, no solo en Euskal Herria, sino, como digo, en toda la Cristiandad. En efecto, la Iglesia Romana Intentó cambiar no solo la ideología, sino hasta los nombres de lugar (topónimos), como veremos.
Pero esta colonización no solo se limitó a los nombres de lugar, sino a todo el universo simbólico de los autóctonos: entre nosotros, por ejemplo, la Mari Andere del mito vasco fue suplantada por Andra Mari de Begoña, etc. Es por eso, quizá, que se la llame cariñosamente «la Amatxo de Begoña» Pero vayamos paso a paso, porque esta colonización cultural global de la Iglesia tiene mucha miga.
El caso de la Virgen María
Algunos antropólogos citan «el caso de la Virgen» para argumentar que, a pesar de utilizar símbolos femeninos, puede suceder, como sucede en la actualidad, que la sociedad es patriarcal. La verdad es que la devoción a la Virgen, un personaje (Mariam) que no tuvo especial relevancia en los Evangelios ni en el Cristianismo primitivo, ha adquirido una gran relevancia a lo largo del mundo. Pero la explicación debería de ser sencilla para un antropólogo: la Virgen ha sido promocionada para sustituir a las diosas o damas autóctonas.
Así, por ejemplo, la Madre Tonantzin de México fue sustituida por la Virgen de Guadalupe, Pachamama de Sudamérica por la Virgen de Luján y demás, la Diosa suprema de Canarias, Chariraxi, por las Vírgenes actuales… Y nuestra Mari Anderea fue sustituida aquí por Andra Mari, como he dicho. Por lo tanto, la Virgen y el Patriarcado son compatibles, porque Ella fue impuesta precisamente por el régimen Patriarcal.
La santificación de los nombres de lugar
Ahora abordaremos este aspecto de la colonización que utilizó la Iglesia Medieval: el convertir los topónimos autóctonos en santos. Veamos cuán «curiosamiente» lo hicieron.
Acabo de examinar los topónimos de toda la zona entre Dordoña y Burdeos, y hay cantidad de lugares que empiezan por saint y por sainte (santo y santa respectivamente) sustituyendo a los originarios zárate/sárate («prado» y «pradera alta»; en euskera landa y larrea). Veamos más ejemplos.
A las laderas (hegi, gerri), la Iglesia Medieval las santificó como Santa Magdalena o San Ignacio; a los prados pequeños (saratxoak), como Santutxu; a las riveras (ibarrak/iberrak) como San Martín, e igualmente como San Fermín; a los montículos (montorrak) como Santa Marina o Antonio de Tours, a las marismas y desembocaduras (bokaleak) como San Antonio Abad; a la cumbres (tor/dor/tur/dur) como San Toribio, a los roquedos San Roque, etc. Cientos de nombres bendecidos y «santificados».
La influencia de la Religión Católica en la mentalidad religiosa pagana de los vascos
Por fin, vayamos a lo más profundo: ¿de qué manera y cuánto influyó la religión y pensamiento cristiano en la religión pagana e idiosincrasia vasca? Aquí haría falta una investigación antropológica, pero mientras tanto nos tendremos que conformar con datos y observaciones empíricas.
En este aspecto también ha habido un notable cambio desde hace unos 50 años para acá. Las estructuras y jerarquías de la Iglesia católica y de su religión han perdido su influencia poderosa de antaño; la sociedad vive ahora una laicidad que no existía hace 50 años, porque ha habido un proceso libertario para con la Iglesia y su entorno; nosotros, algunos excuras hemos contribuido activamente en esta secularización y liberación de la sociedad vasca, tradicionalmente tan enraizada en la religión católica. Por lo tanto, la Iglesia y su religión católica está en franca decadencia tras quince siglos largos de poderío.
La verdad es que la religión en sí no ha hecho mucha mella en la mentalidad vasca, tan dada al escepticismo en cuanto a lo «sobrenatural»; eso lo refleja perfectamente la reacción clásica de vasco ante cualquier «trascendencia»: zeozer izango da («algo será», algo habrá), pero añade enseguida: «de allá no ha vuelto nadie». En cambio, la técnica y sus avances le han intrigado siempre. Eso no quiere decir que la religión cristiana no ha hecho mella en nosotros, sobre todo en el inconsciente: complejo de culpabilidad, tendencia al maniqueísmo o al masoquismo, la concepción cristiana lineal del tiempo, con el estrés que conlleva el complejo de perder el tiempo, cuan lo suyo en el euskaldun es dar el tiempo (denbora eman).
Pero en general, comparado con la clásica actitud ante una religión trascendental, la influencia de la institución eclesiástica misma sí que ha sido más profunda en la sociedad vasca, pues las relaciones que desencadena la Iglesia en las redes e instituciones sociales no son nada «sobrenaturales», sino bien concretas. Hemos tenido que posicionarnos e implicarnos a la fuerza.
Dentro ya de la Iglesia, siempre ha habido una tensión: fuerza colonizada frente a insumisión de colonizados. Un ejemplo típico es la institución de las seroras. En efecto, las mujeres tomaron parte activa dentro de la Iglesia: las seroras, elegidas por barrios, tomaron el mando como encargadas de la economía y del funcionamiento del templo, sobre todo en los funerales. Ellas pretendían presidir los funerales y entonaban sus versos. Fueron auténticas verseadoras (bertsolaris).
Ciertamente, chocaban con los sacerdotes que representaban a la Iglesia oficial. En este tensionamiento, hubo hasta una huelga general de seroras frente a las fuerzas colonizadoras. En fin, visto lo visto y pasado lo pasado, ya podemos «pasar» de la Iglesia y relativizar creencias religiosas de todo tipo.