Un hombre camina mientras lee el Corán en una mezquita en Riad, Arabia Saudí. FAISAL AL NASSERREUTERS
La mitad de las 98 mezquitas españolas donde se predica el salafismo, la interpretación del islam más próxima a la locura del Estado Islámico (IS), están en Cataluña. A estos datos, publicados por medios españoles en 2015 con información de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, debe sumarse otro del Instituto Elcano: más del 30% de detenciones en España por presunta vinculación al IS se produjeron en Cataluña.
Aunque los hechos demuestran que otros factores, como una propaganda efectiva a través de Internet y una integración insuficiente, contribuyen a la radicalización de individuos, la influencia de poderosas redes misioneras bien engrasadas con petrodólares, extendidas desde países como Arabia Saudí o Qatar, es crucial en la forja de un ecosistema ideológico propicio para desencadenar una acción de tipo yihadista.
La punta de lanza de esta misión son las mezquitas y la formación de clérigos para las mismas. Hay identificados más de 1.200 templos islámicos en España. La mayoría pertenece a pequeñas comunidades, locales pequeños costeados con aportaciones de sus miembros o benefactores. Por otra parte, existen grandes templos, erigidos por empresarios piadosos o países, como los que hay en Málaga, Fuengirola o Marbella.
Arabia quiere influir en el islam español
La joya de la corona de este modelo es la mezquita de la M-30, cuya factura, de 12 millones de euros, financió íntegramente la monarquía wahabí que gobierna Arabia Saudí con mano de hierro. De forma similar, en 2014, la Federación Islámica de Catalunya anunció el deseo de Qatar, un régimen ideológicamente idéntico al saudí, de edificar una gran mezquita en Barcelona. Jamás se materializó.
Una remesa de cables diplomáticos saudíes, publicados por WikiLeaks en junio de 2015, dio cuenta del interés de Riad en influir en la vida islámica española. Un cable relata el plan de Abdel Aziz Fauzan, vinculado al Consejo de Ulemas saudí, para establecer en Madrid la cadena de televisión Córdoba TV, conocida por su proselitismo islámico wahabí. Otro, invita a periodistas españoles a peregrinar a La Meca.
Uno de los cables enfatiza el interés saudí en dominar el discurso religioso que se predica dentro de ellas, mediante el envío y pago de sueldos de imanes entrenados en su país en base a sus principios religiosos radicales. Este interés es compartido con el Gobierno español de Mariano Rajoy.
«[Tengo el honor de dirigirme a usted] para informarle […] del deseo del Ministro de que la asistencia técnica (y la normalización de los pagos a los centros islámicos se lleve a cabo a través de la Fundación para la Diversidad y Convivencia, promovida por el Gobierno español», reza un telegrama de la embajada Saudí en Madrid a las autoridades saudíes, según publicó entonces WikiLeaks.
Una lectura rigurosa y extremista del islam
Un informe de la Brookings Institution escrito por Cole Brunzel, que ha investigado extensivamente el movimiento wahabí en Arabia Saudí, describe la ideología sobre la que se asienta el Estado Islámico como yihadismo-salafismo, o yihadismo a secas, englobado dentro de la rama suní del islam. Brunzel concede que algunos de sus miembros, a título individual, pueden no actuar motivados por esta ideología.
«El movimiento predica en base a una lectura minoritaria y extremista de la escritura islámica que es además textualmente rigurosa, profundamente arraigada en la tradición teológica premoderna, y elaborada extensivamente por un cuadro reconocido de autoridades religiosas», describe el investigador, que determina dos corrientes de pensamiento islámico que desembocan en este cuerpo ideológico, nacido en el siglo XX.
La primera surge de la fundación de Hermanos Musulmanes en 1928, por el clérigo egipcio Hasan Banna. «El movimiento emergió como una respuesta al alza del imperialismo occidental y al asociado declive del islam en la vida pública, tendencias que buscaba invertir a través del activismo islámico de base», explica Brunzel. Con la caída del Imperio Otomano reciente, el resurgimiento de un califato estaba entre los planes de Banna.
La otra corriente, describe el analista, es la ideología conocida como salafismo. Se trata de un movimiento teológico suní medieval que persigue la «purificación» de la fe islámica. Esta, concluyen sus seguidores, requiere acabar con la idolatría -muchas corrientes islámicas, a su entender, la practican-, y la reafirmación de la existencia de un solo Dios. Los salafistas consideran que sólo ellos son los «verdaderos musulmanes».
El pensamiento salafista se desarrolló desde la Edad Media a través de diversos pensadores. Algunos de ellos procedieron de la escuela wahabí, fundada en la Península Arábiga por Mohamed ibn Abd al-Wahhab hace dos siglos. En el siglo XVIII, la escuela wahabí y el establishment político saudí se unieron en un matrimonio que ha perdurado hasta nuestros días, y del que ambos se han beneficiado.
El Estado Islámico ha asumido los conceptos predicados por estos movimientos y corrientes y los ha llevado al extremo. Ha llevado la yihad, interpretada de diversas formas a lo largo de la historia del pensamiento islámico, a una dimensión tangible y violenta. La lucha contra el «hereje» no combate sólo contra cristianos o judíos, concluyen, sino también contra todo musulmán que no comulga con sus principios apocalípticos.
De esta forma, la organización liderada por el autoproclamado califa Abu Bakr al Bagdadi se ha convertido en un monstruo que ha devorado incluso a sus padrinos ideológicos. Impulsado por los petrodólares, el salafismo, uno de sus pilares, se ha impuesto a otras escuelas islámicas -algunas presentes en España-, hasta conseguir que en el imaginario colectivo decir islam equivalga a referirse a una de sus corrientes más retrógradas y violentas.